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Su extraña conducta la había llevado a preguntarse qué le había sucedido en las últimas veinticuatro horas y por qué se comportaba de esa forma tan extraña.

Puso la tetera encima de la mesa y, sentándose enfrente de su marido, preguntó:

– Por favor, Michael, dime qué pasa.

– No puedo, cariño. No me atrevo a hacerlo.

La miró durante un rato, observando la gruesa bata que no ocultaba los michelines de su barriga, su rostro sincero, sus enormes ojos azules, ahora manchados de rímel por haberse despertado a media noche. Estaba despeinada y, como siempre, le hacía falta ir a la peluquería; sus manos temblaban por la preocupación. Michael deseaba confiar en ella como había hecho siempre, pero aquello era demasiado importante como para decírselo a nadie. Ni siquiera a su esposa Carole. Si alguien se enteraba, las consecuencias serían nefastas incluso para las generaciones venideras. Ya nadie sabría en quién confiar y eso provocaría muchas amenazas y represalias, tanto verbales como físicas. La suposición era tan peligrosa y arriesgada que dejaría a todos los involucrados en una situación sumamente precaria, ya que tanto sus negocios recientes en España como sus actividades diarias, se verían en peligro.

A Michael aún le costaba creer semejante cosa, a pesar de saber que era cierto. Hacía mucho que era consciente de que algo no encajaba, de que siempre eliminaban a sus enemigos en el momento más oportuno. Que Danny Boy se hubiera dejado llevar por uno de sus arrebatos y acabase con un enemigo, fuese real o imaginario, era lo que había impedido que se descubriese su secreto. A nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido acusar a Danny Boy de estar compinchado con la pasma. Para Michael, resultaba inconcebible acusar de tal cosa a Danny.

No obstante, en lo más hondo de su corazón, siempre había pensado que había algo sumamente sospechoso. Todas las personas con las que habían tenido el más mínimo roce habían desaparecido en el momento más conveniente. Todas habían sido arrestadas y puestas a buen recaudo mientras ellos se apoderaban de sus lucrativos negocios. Y no sólo eso; además se quedaban con todos sus empleados, quienes los consideraban sus salvadores.

Que Louie fuese el instigador de todo eso no le sorprendía lo más mínimo. Danny Boy le había mencionado hace muchos años que tenía acuerdos con la policía y, conociéndolo como lo conocía, sabía que era probable que lo hubiese considerado una vía de escape, una opción fácil. Siempre y cuando nadie sospechase que había sido él, claro.

El asunto era tan grave que Michael no sabía qué hacer al respecto. Afectaba a todo. Tal como había dicho Arnold, si se convertía en un asunto público, nadie estaría a salvo. Nadie confiaría en nadie nunca más. Temblarían los cimientos de su propia vida.

Danny jamás le había dado la más mínima muestra de no ser una persona auténtica y genuina. La verdad es que jamás había tenido motivos para pensar lo contrario. Aun así, sabía que en su interior siempre había habido una sombra de duda, pues tenía un don especial para librarse de los asesinatos. Por mucho poder y dinero que tuviera, nadie tenía tanta suerte.

Cuando Arnold le había hablado del asunto, tiempo atrás, no había querido escucharlo y había desechado la idea. Sabía que si llegaba a sus oídos, alguien lo lamentaría, y no quería ser esa persona. El quería a Danny Boy como a un hermano, a decir verdad, más que a cualquiera de su familia. Su hermana no significaba nada en comparación con Danny; por eso, enterarse de semejante cosa lo había dejado consternado.

Todo lo que habían conseguido en esos años, todas sus empresas y todo el poder que habían logrado se había construido sobre arenas movedizas y, por tanto, podía hundirse a causa de la traición de Danny. Ahora estaban de todo menos seguros. Si la pasma lo sabía, y tenía que saberlo, todos ellos estaban en peligro, en peligro de perder su nivel de vida y su jodida y anhelada libertad.

Michael ya estaba calculando qué dinero era accesible, qué dinero tenía por su cuenta y qué dinero era mejor no tocar. Era lógico pensar que la pasma estuviese al tanto de sus cuentas. Michael no sabía nada con certeza, pero comprendía que debía actuar con prudencia y suma cautela si quería salir ileso y con algo de dinero en el bolsillo. Sólo había una forma de salir de ese aprieto, tal como había dicho Arnold esa misma noche, sólo una que garantizase que no les ocurriría nada, pero no quería ni atreverse a pensar en ello.

– Tómate el té, Michael -dijo Carole.

Michael no le respondió y ella se dio cuenta de que ni siquiera la había oído.

Annie ya se había levantado y vestido, y tenía buen aspecto. Sabía que estaba guapa. Se sentía bien. La radio estaba puesta a todo volumen y la casa estaba limpia, aunque desordenada, como de costumbre. Los niños estaban preparados para ir a la escuela y ya se habían tomado el desayuno con la voracidad y rapidez de siempre. Annie era de las que preparan el desayuno con cereales. Creía que, en cuanto un niño era capaz de servirse sus propios cereales, eso era lo que debía tomar. Los niños se habían adaptado con facilidad a esa costumbre y así la dejaban tomarse su café y fumarse sus cigarrillos en relativa paz. No le importaba en absoluto preparar la cena, pero el desayuno se servía demasiado temprano para que ella pudiese ocuparse de tales menesteres. Siempre les decía a sus hijos que no era una persona de espíritu matinal. Ellos la querían mucho y no les costó trabajo asimilarlo. De hecho, les gustaba que los dejasen a sus anchas. Podían desayunar lo que se les antojase y su madre les compraba toda clase de cereales y pasteles, por lo que todos salían ganando.

Arnold estaba sentado en la mesa de la cocina cuando bajaron las escaleras, pero nadie se sorprendió porque solía llegar a casa justo en el momento en que ellos se iban a la escuela. Era una de sus normas y, por tanto, no era de extrañar.

Arnold miró a su familia y escuchó sus bromas y sus juegos. Sabía que su esposa, su encantadora esposa, se iba a sentir muy desolada en un futuro muy cercano. A él no le importaba lo que dijese Michael, sabía que algo había que hacer y cuanto antes mejor. Cuanto más tardaran en solucionarlo, más difícil sería. La cuestión estribaba en cómo hacerlo para no suscitar las sospechas de Danny Boy.

Danny Boy los borraría a los dos del mapa si llegaba a saber que se habían enterado; acabaría con ellos sin pensárselo y luego continuaría con sus negocios como si nada hubiese sucedido. Ahí estribaba la diferencia, tal como había dicho Michael Miles la noche anterior. A Danny Boy no le preocupaba en absoluto nada ni nadie; algo que se demostraba en el trato que daba a su mujer y a sus hijas.

La lealtad de Michael se había tambaleado porque Danny Boy no jugaba según las reglas, como todo el mundo. A él le gustaba jugar a su manera y con todas las de ganar. Siempre creaba en la gente la ilusión de que podía contar con su lealtad, de que era su aliado. En realidad, no ofrecía nada a menos que obtuviese algo a cambio.

Danny Boy, para colmo, estaba casado con la hermana de Michael y sabía que si Mary se enteraba de lo que pensaban, se pondría del lado de Danny sin dudarlo. En ese aspecto era igual que él; siempre se ponía del lado del ganador. Al menos, eso era lo que Arnold siempre había pensado de ella. Con su perfecta casa, su aspecto impecable, Mary siempre le había parecido irreal, demasiado callada y altanera para su gusto. En lo que se refería a Michael Miles, ella se había convertido en la garantía de su hermano. Mientras estuviese con ella, Michael estaba más allá de toda sospecha, y lo sabía tan bien como Danny Boy.