– ¿Quién ha estado toqueteando la puñetera caja? ¿Acaso te has peleado con Carole?
Michael se encogió de hombros. Su corpulencia parecía menor al lado de Danny Boy, a pesar de ser un hombre bastante grande. Al menos, más grande que la mayoría, y con un cuerpo más firme. Danny Boy había engordado en los últimos años debido a la buena vida y a sus excesos con la bebida y las drogas. Aun así, seguía intimidándolo, pues no tenía ni remotamente su fuerza, cosa que siempre había sabido. Ni su fuerza, ni su carácter violento, ni su capacidad para hacer daño sin ningún motivo. Danny era un psicópata y ambos eran conscientes de ello.
Danny ya se había olvidado del asunto y se dirigió al frigorífico para coger dos latas de cerveza. Le arrojó una a Michael y se sentó detrás del escritorio. Abrió la lata y le dio un buen trago. Luego, eructando sonoramente, dijo:
– Creo que Eli nos está tomando por gilipollas. Michael abrió la lata de cerveza y, sentándose en el brazo del sofá, le dio algunos sorbos. Estaba pensando en lo que le había dicho y ambos lo sabían. Luego, con tranquilidad y tras soltar un prolongado suspiro, dijo:
– Un momento, Danny. Eli es colega nuestro. Danny no le respondió y se limitó a mirarlo fijamente. Michael conocía los síntomas, pues había pasado por esa situación muchas veces. Danny Boy no le haría ningún caso hasta que no hiciera lo que se le había metido en la cabeza, hasta que Eli no fuese nada más que un recuerdo para todo el mundo, su familia y sus amigos incluidos.
Michael se había preguntado quién sería la siguiente víctima de la cólera de Danny Boy, pero jamás se le había ocurrido pensar en Eli. No sabía por qué, pues ciertamente era un buen candidato, ya que era joven, un capo y una persona que se estaba haciendo un lugar dentro de la comunidad. Danny Boy odiaba que le hiciesen sombra y odiaba a todo aquel que algún día pudiera suponer una amenaza para él. Sin embargo, Eli no era ningún pelele y no se dejaría avasallar sin pelear. Él respetaba a Danny Boy y a Michael, y no ocultaba su respeto. Era un diamante en bruto, un puñetero cabecilla, además de un ganador que se había forjado una buena reputación en la ciudad. De hecho, Eli era uno de los mejores colegas que tenían, aunque Danny prefiriera olvidarse de eso porque le convenía. Ahora diría que había oído cosas extrañas de él, que se había enterado de que era un chivato, ya que ésa era normalmente la excusa que daba. Desde siempre había quedado claro que a ese respecto Danny Boy sabía más que él.
Michael se echó sobre el respaldo y dejó la lata de Stella sobre el escritorio. Miró fijamente a Danny y le respondió:
– Esta vez no te lo voy a permitir, Danny Boy. Tratándose de Eli, no.
Danny Boy ni pestañeó. Permaneció sentado, tan callado como un lirón y con una sonrisa en sus sensuales labios.
Michael le devolvió la mirada lleno de rabia. Su completo desprecio por Danny Boy estaba a punto de estallar.
Danny sonrió débilmente.
– No te estaba pidiendo permiso, Michael, sólo te expongo un hecho. Eli nos está tomando el pelo y, si no te das cuenta, es porque eres tan gilipollas como él.
Michael, enfadado, negó con la cabeza. Danny Boy se quedó consternado por su vehemencia y Michael se dio cuenta de que parecía satisfecho con ello.
– No, Danny, no pienso permitirlo.
Michael señalaba con el dedo a su amigo y estaba a punto de gritarle.
– Eli es un buen tío y nos ha demostrado su lealtad en más de una ocasión. No pienso dejar que lo hagas, así que más vale que te saques esa idea de la cabeza.
Danny Boy estaba tan sorprendido por sus palabras que pasó varios minutos sin decir nada; el silencio los envolvió como una mortaja. Luego respondió:
– ¿Quién coño te has creído que eres, Michael? ¿Crees que lo hago para divertirme? He sabido de buenas fuentes que ha estado mofándose de nosotros a nuestras espaldas.
Michael se levantó y, haciendo un gesto como si la conversación le estuviese aburriendo, gritó:
– ¿Quién ha sido el que te ha dicho tal cosa? Dime un nombre, o mejor dicho, por qué no lo llamas y le dices que venga a contármelo a mí en persona.
Michael aplastó la lata de cerveza ruidosamente; la rabia le hacía jadear de desesperación.
– No hagas eso, Danny. Te lo estoy pidiendo como colega. No lo hagas y no te pongas en mi contra esta vez.
Jamás lo había visto tan decidido. Normalmente, Michael terminaba por ponerse de su lado, por eso Danny Boy no estaba seguro de cómo reaccionar ante esa nueva situación. Siempre había logrado convencer a Michael y siempre había sido el encargado de dirigir y acabar con esos pequeños contratiempos, como él mismo decía. Empezaba a considerar a Eli como una verdadera amenaza, como su enemigo, especialmente ahora que Michael se ponía de su parte y se pasaba al equipo contrario. Al fin y al cabo, Michael y él eran socios y debía ponerse de su lado, no pasarse al bando enemigo. Eli sólo era un maldito gilipollas que se ganaba la vida a costa suya y que lo único que pretendía era utilizarlos como trampolín para una vida más acomodada.
– Jamás hubiera imaginado que me dirías una cosa así, Michael. No comprendo por qué defiendes a un gilipollas como ése y te pones en mi contra. Yo soy tu socio y tu mejor amigo.
Reía, incrédulo.
Michael suspiró de nuevo. Su cuerpo parecía abrumado por la rabia.
– Si le haces algo a Eli, hemos acabado, Danny Boy. Hablo en serio.
Danny se levantó de la silla y Michael se quedó inmóvil, esperando el puñetazo que estaba seguro iba a propinarle. Danny, sin embargo, no levantó la mano, aunque vio que Michael apretaba los puños y comprendió que estaba dispuesto a pelear con él por aquel asunto si era necesario; eso fue lo que más lo asombró.
Danny Boy se pasó la mano por el espeso pelo con el semblante totalmente distorsionado. Jamás antes había tenido una discusión tan fuerte con Michael. Michael, normalmente, trataba de hablarle, de hacerle cambiar de opinión, de razonar con él. Danny siempre le había escuchado y respetaba lo que tenía que decir. Pero eso era un asunto de negocios y librarse de un rival no era asunto de Michael. Normalmente, le había dejado hacer, por eso ese estallido de violencia le había dejado de lo más consternado. No se lo esperaba y no sabía qué hacer al respecto.
– Michael, más te vale reconsiderar tus palabras porque no pienso echarme atrás. Eli y sus hermanos nos están tomando por gilipollas, así que piénsatelo dos veces antes de amenazar, ¿de acuerdo? Te juro que no voy a retroceder ni por ti ni por nadie, así que considéralos historia, colega.
Michael miró a su antiguo amigo; vio en sus ojos que estaba decidido. Luego, asintiendo afablemente, dijo:
– Entonces no tengo más que decir.
Cuando se dio la vuelta para marcharse, Danny le gritó furiosamente:
– ¿Dónde coño crees que vas?
Michael no le respondió. Salió del despacho y miró a su alrededor como si fuese la primera vez que veía ese panorama. De pronto se le reveló el aspecto deprimente de aquel lugar. Había heces de perro por todos lados, restos de coches oxidados que llevaban años en el mismo sitio, pilas de neumáticos que parecían crecer cada día. Luego vio el pálido rostro del dueño de los perros y se percató de que los había oído gritar, aunque no supiera por qué.
En todos los años de su vida, jamás se había opuesto tan francamente a los deseos de Danny Boy, pero ahora las cosas habían cambiado. Cuando subió al coche, vio que Danny Boy lo observaba desde la ventana con la ira en el rostro y la espalda encorvada de rabia. Por primera vez en su vida, Michael no se preocupó por lo que pudiera sentir y eso le produjo una enorme sensación de alivio, como si se hubiera quitado un peso de encima. Condujo hasta su casa lenta y cuidadosamente, pensando en todo lo acontecido en los últimos días. Tenía que ver a Arnold y resolver ese asunto lo antes posible. Tenían a Marsh en un lugar seguro, pero no podrían retenerlo allí por mucho tiempo, mucho menos ahora que había roto con Danny Boy. Tenía que preparar sus defensas lo antes posible porque Danny Boy era de los que primero atacan y luego, mucho después, hace preguntas, especialmente si descubría que lo habían pillado. Había llegado el momento de actuar, ya no había forma de retroceder.