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Danny Boy era incapaz de asumir lo que había sucedido. Cuando vio que Michael salía del desguace, sintió una enorme aprensión y experimentó un terrible sentimiento de soledad y desamparo. Se sirvió un brandy doble, se lo bebió de dos tragos y, después de llenar la copa de nuevo, se sentó en su escritorio y recapacitó sobre lo sucedido esa mañana. Jamás en la vida había tenido una discusión tan acalorada con Michael. Danny sabía que siempre había tenido que convencerlo, presionarlo y hasta fanfarronear para que cambiase de opinión, pero siempre había tragado porque sabía que en realidad no había querido ofenderle. Michael Miles era la única persona a la que Danny estimaba de verdad, la única a la que quería. Sabía que hasta su esposa, Mary, se guardaba sus problemas por la amistad que existía entre ellos. Si Mary le hubiera contado lo que sucedía entre ellos dos, su relación se habría acabado hace mucho tiempo. Precisamente, esa aceptación y conformidad ante sus arrebatos de cólera era lo que le suscitaba tanto desprecio por ella en ciertos momentos. Mary guardaba silencio para que su hermano no corriese ningún peligro a manos de su amigo. De ese amigo que tanto lo apreciaba y que tanto la despreciaba a ella por su debilidad. Michael era la única persona a la que Danny realmente quería. Además, dependía de él, siempre lo había hecho. Y creía que a Michael le pasaba otro tanto. Que ahora Michael reaccionara de esa forma le resultaba tan increíble como preocupante. La verdad es que no sabía cómo resolver la situación. En raras ocasiones se veía contrariado por nadie y la desconsideración que había mostrado Michael por su opinión era algo que no había experimentado jamás. Ni su padre ni su madre se habían atrevido a llevarle la contraria y lo que él decía era lo que se llevaba a cabo, al menos con las personas con las que tenía que bregar a diario. Danny estaba convencido de que eso se debía a que siempre tenía razón, ya que lo hacía por el bien de todos.

Michael, sin embargo, se había puesto en su contra, le había dado un ultimátum. Además, hablaba en serio, y eso le preocupaba, pues Michael era una persona bastante drástica. Cuando se le metía algo entre ceja y ceja, no había forma de que se echase atrás, ni por él, ni por nadie.

Danny pensó que debería ir a verlo cuando los ánimos se calmasen y aceptar sus condiciones. Tenían muchas cosas en común para echarlas a perder por algo tan nimio. Además, necesitaba a Michael para dirigir sus asuntos cotidianos, y se daba cuenta de lo mucho que dependía de él, de lo importante que era tenerlo de su lado.

Sonrió. Había una forma más astuta de resolver ese asunto. Estaba seguro de que se libraría de Eli, por mucho que le molestase a Michael. Sin embargo, esperaría el momento más oportuno y, cuando llegase, lo borraría del mapa, aunque fuese lo último que hiciera en esta vida. Hasta entonces, tenía que buscar la forma de hacer las paces con Michael y convencerlo de que había cambiado de opinión.

Eli Williams y sus hermanos estaban a salvo por el momento, gracias a Michael y a su errónea lealtad. Sin embargo, eso no significaba que no fuera a por ellos en el futuro. Ahora, lo importante era recuperar a Michael, a su amigo.

Capítulo 31

Tanto Mary como Carole estaban más que sorprendidas por la discusión que habían tenido sus maridos.

– Me parece increíble, Mary. Jamás había visto que se enfadasen de esa forma.

Mary negó con la cabeza. La noticia le había dejado trastocada.

– Mike entró y me dijo: «Si llama Danny, dile que no me has visto».

Carole asintió. Su cara redonda mostraba tanta preocupación como la de Mary.

– Dijo que le dieran por saco, ésas fueron sus palabras exactas, que le dieran por saco. Luego entró en su despacho y, cinco minutos después, salió de la casa y no le he vuelto a ver.

– ¿Qué aspecto tenía cuando se fue?

Carole se encogió de hombros.

– Jamás lo había visto tan enfadado. Llegó a asustarme, y yo jamás he tenido miedo de él. Es el hombre más pacífico que conozco. Me pregunto qué habrá sucedido.

Mary sacudió la cabeza; como siempre, tenía un aspecto estupendo.

– Danny quiere mucho a Michael. A veces creo que es la única persona a la que quiere de verdad, además de a las niñas. Algo ha debido de pasar, pero no tengo ni la más remota idea de qué puede ser. Danny no me cuenta nada.

Las dos mujeres se tomaron el café y Mary le añadió un poco de brandy. Tenía el presentimiento de que si su marido y su hermano habían roto, ella necesitaría toda la ayuda que fuera posible.

Cuando fue a encender un cigarrillo, Carole vio los cardenales que tenía en el antebrazo y se preguntó cómo era que Michael jamás se había dado cuenta de eso. Luego pensó que quizá se debiera a que Michael no concebía la idea de que Danny Boy pudiera maltratar a su esposa porque, por muy violento que fuese, pensaba que su hermana estaba exenta de semejante trato. También parecía ciego ante la afición de su hermana por la bebida, aunque era posible que supiese más de lo que mostraba. Al final, todo salía a relucir, como solía decir su abuela cada vez que se presentaba un misterio. Sin embargo, tenía un mal presentimiento y no sabía por qué. Lo único que sabía era que su marido echaba chispas y eso era algo que jamás había visto.

– Por favor, Danny, cálmate.

Danny Boy percibió el miedo que sentía su madre y eso le molestó. Era su madre y debía ser la última persona que le temiera. En ese momento no le preocupaba que la historia le hubiese demostrado lo equivocado que estaba, ya que, como siempre, estaba reescribiendo el pasado a su antojo. Era un don que tenía, que había heredado de su padre, aunque Ange jamás se hubiera atrevido a mencionárselo.

– ¿Está Jonjo o no?

Ange asintió y, empujando de mala manera a su hijo, le gritó:

– ¿Quieres sentarte de una vez que yo iré en su busca? Está en la ducha.

Danny se retractó al ver cómo reaccionaba y, como siempre, su ira se apagó tan rápidamente como se había encendido. Levantó las manos haciendo un gesto de horror y dijo:

– Relájate, mamá. Yo subiré a verle.

Mientras subía las escaleras a toda prisa, gritó:

– ¿Por qué no preparas una taza de té?

Jonjo estaba en el descansillo, esperándolo. Danny Boy le sonrió, sin prestar atención a los cardenales que tenía en el cuerpo como resultado de su último encuentro.

– Quiero hablar contigo un momento, Jonjo.

Jonjo lo siguió hasta su habitación y cerró la puerta al entrar. Danny Boy miró a su alrededor y, al ver lo abarrotada que estaba la habitación, dijo:

– ¡Joder! Sólo te falta un poster de Jane Jackson para que esto parezca la habitación de un adolescente.

Danny se dejó caer en la cama pesadamente, hundiendo el colchón con su enorme peso.

– ¿No te da vergüenza vivir todavía con tu mamá?

Jonjo permanecía inmóvil y escuchó atentamente la monserga que le soltaba su hermano. Sabía que resultaba inútil hablar con él; posiblemente hasta hubiera empeorado las cosas. Esperó a que se desahogara y luego se sentó en un taburete que había cerca de la cómoda.

– ¿Qué puedo hacer por ti, Danny Boy? -preguntó con el mayor respeto.

Danny se sintió satisfecho al ver la actitud de su hermano, pues era justo lo que necesitaba: un respeto incondicional, que se diese cuenta de quién lo controlaba todo. Era algo que necesitaba para superar la humillación que había sentido de niño, desde su ropa hasta su corte de pelo.