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A Danny le encantaba ver que la gente se apartaba de su camino, que lo miraban con una mezcla de curiosidad, miedo y respeto. Lo necesitaba también de su familia, de ellos más que de ninguna otra persona.

– ¿Que qué puedes hacer por mí? Vaya pregunta que me haces, sabiendo que, al igual que cualquiera en esta casa, no vivirías en esta habitación de pordiosero si yo no quisiera.

Danny Boy se pasó la mano lentamente por la cara antes de decir con voz cordiaclass="underline"

– Aun así, creo que puedes ayudarme, muchachote. ¿Has visto o sabido algo de Marsh?

Jonjo bajó la cabeza hasta que la barbilla le tocó el pecho; se mordía el labio para no echarse a reír por el triunfo. Luego, suspirando afablemente, respondió:

– No, no he sabido nada. ¿Acaso Michael no te ha dicho nada?

Se sintió satisfecho al ver la cara que ponía Danny, de sorpresa y, si no se equivocaba, también de miedo.

– ¿A qué te refieres? ¿Por qué Michael iba a saber algo?

Jonjo se levantó, estirando el cuerpo al máximo. No era que se mostrase arrogante, pero se había desprendido de su aire sumiso.

– Según tengo entendido, estaba ayer por la noche en North Pole Road con Michael y Arnold. Creía que lo sabías.

Danny asimilaba la información mientras Jonjo parecía disfrutar por el aire de confusión que reflejaba el rostro de su hermano. Por una vez en la vida, Danny Boy no lo sabía todo y Jonjo disfrutaba como un cochino viendo que por fin estaba enterado de algo que ese hijo de puta desconocía.

– ¿Quién te ha dicho tal cosa?

Jonjo se encogió de hombros.

– Micky Johns. Estaba allí buscando algo de droga. Conocía a Marsh porque al parecer tuvo un roce con él.

– ¿Y estaba con Michael y Arnold?

Jonjo tardó en responder porque disfrutaba viendo a su hermano perplejo y consternado por lo que le decía y por lo que eso implicaba. Danny Boy, sin embargo, no estaba de humor para esperar respuestas. Se abalanzó sobre él y, cogiéndolo por el cuello, lo levantó prácticamente del suelo.

– Responde de una vez, maldito gilipollas. ¿Estaba con Michael? ¿Con mi Michael?

Jonjo asentía; estaba tan furioso que se le marcaban los músculos del cuello. Danny Boy lo tiró al suelo como si no pesase nada, como si fuese un niño chico, un niño chico e impertinente. Pasó por encima de él y salió de la habitación dando un portazo.

Jonjo se sentó y se frotó el cuello, pensando que eso era algo que jamás le había sucedido en el pasado. Se echó a reír al ver el problema en que estaba metido su hermano, pero Danny Boy abrió de repente la puerta y, al verlo, la emprendió con él a puñetazos y a patadas mientras le gritaba:

– ¿Qué coño estabas haciendo? ¿Riéndote de mí? ¿Qué pasa? ¿Te resulto muy gracioso? Maldito cabrón, te voy a matar…

Danny había perdido los estribos y lo último que Jonjo recordó antes de perder la conciencia fue a su madre intentando quitárselo de encima con la voz desgarrada por las lágrimas y diciéndole:

– Déjalo ya. Basta. Vas a matarlo.

Se había echado encima del cuerpo de su hijo pequeño para protegerlo y había recibido algunos golpes. Cuando Danny Boy la miró, supo que su madre era capaz de coger un martillo y machacarle la cabeza con tal de controlar su rabia.

– Levántate, mamá, levántate…

Su madre negó con la cabeza.

– No pienso hacerlo hasta que no te marches. Quiero que te vayas, que te vayas de mi casa.

Danny se echó a reír al ver que le pedía algo tan ridículo.

– Pero si ésta es mi casa.

Ange miró al hijo que había querido y despreciado en igual medida y le respondió gritando:

– Entonces puedes coger tu casa y metértela por el culo. Yo no quiero vivir aquí nunca más si tengo que soportar tus arrebatos. Prefiero ser una desgraciada y morirme en la calle.

Danny se dio cuenta del odio que emanaba de sus ojos mientras ella trataba de levantarse del suelo con dificultad, apoyándose en el borde de la cama. Se dio cuenta de lo mucho que había envejecido últimamente y del desprecio que mostraba su rostro cuando le dijo:

– No puedo seguir así ni un minuto más. Eres un jodido maniático, un demente. He tratado de hacer lo posible por ti y por todos mis hijos. Por ti he mentido a la pasma, a los profesores y al sacerdote, y jamás me había molestado hasta este momento. Pero esta gota ha rebasado el vaso. Te conozco mejor que nadie y sé que eres un chulo que tortura a esa pobre mujer con la que te casaste y que acosas a todo el que te rodea, también a mí, porque eres tan egoísta que sólo te preocupas por ti. Pues bien, eso se ha acabado ya.

Ange sollozaba. Tenía el corazón roto porque sabía que ese hombre al que había querido tanto jamás cambiaría, si acaso todo lo contrario. Ella ya no soportaba el terror que le daba seguir preguntándose qué era lo que iba a hacerles a continuación.

Se sentó en el taburete, con los hombros temblando por la fuerza de los sollozos y los ojos llenos de lágrimas que se mezclaban con sus mocos. Se tapó la cara con las manos y empezó a gemir de dolor. El dolor era tan sincero y conmovedor que, por primera vez en mucho tiempo, Danny lamentó lo que había hecho.

Danny Boy la miraba; jamás había visto a su madre en ese estado. Su madre jamás lo había echado de casa, jamás le había dicho que no quería verlo, por eso sus palabras lo hirieron como el tiro de una recortada. Alargó la mano e intentó tocarle el hombro, pero ella lo rechazó con todas sus fuerzas.

– Vete de aquí y no me toques. Sé lo que te traes entre manos. Hasta el pobre Michael está harto de ti. Carole me ha contado que os habéis peleado, me preguntó si sabía algo. Pero te diré una cosa: cuando me enteré, me alegré de que por fin él se haya dado cuenta de quién eres. Eres como una enfermedad, Danny Boy, y no quiero tener nada que ver contigo.

Se limpió los ojos y se arrodilló junto a su hijo menor para ver si aún tenía pulso.

– En cambio mi puñetero dinero sí lo coges, ¿verdad que sí?

Ange lo apartó de su lado, negando con la cabeza al oír sus palabras.

– Dejaste tullido a tu padre, pero ¿sabes lo que me dijo un día? Que quizá le hubieras tullido el cuerpo, pero tú tenías la mente tullida y en eso tenía toda la razón. No estás bien de la cabeza. Por muchas misas a las que asistas y por muchas veces que comulgues, estás endemoniado y manchas todo lo que tocas. Ahora lárgate de aquí y ojalá no te vuelva a ver nunca más.

Danny la golpeó en la boca con el dorso de la mano y la vio caer al suelo. Le había partido el labio y se le inflamó al instante. Durante unos segundos permaneció allí tirada, mirándolo con ojos cansados.

– Quien pega a una madre no merece nada. Para mí estás muerto, Danny Boy. Muerto para siempre. Ahora vete y déjame en paz.

Danny salió de la habitación, confundido por su ira y por las palabras de Ange. Si se quedaba, terminaría haciéndole daño, daño de verdad. Se dio cuenta de que el bofetón que le había propinado le causaría remordimientos toda la vida, pero se lo había ganado. Todos lo habían hecho. Vaya familia la suya; desde su padre hasta el último mono eran todos una pandilla de mentirosos. Cuando salió de la casa, vio que los vecinos estaban en la entrada de sus casas y fue hacia el coche con la cabeza bien alta. La vergüenza lo carcomía por dentro como un cáncer, avivando su furia de tal forma que ahora sólo podría apagarla matando a alguien, y ya sabía perfectamente a quién.

Arnold y Michael estaban en un almacén de Dalston. Estaban nerviosos, pero de alguna forma habían asumido lo que debían hacer. De todas las opciones, ésa era la menos dañina.