Louie Stein deseaba con toda su alma que lo partiese un rayo y así ya no tendría que tratar más con él.
Eli esperaba pacientemente a que Danny Boy llegase. Cuando por fin aparcó su Mercedes y se acercó hasta él con esa actitud chulesca de siempre, sintió la necesidad urgente de abalanzarse contra él y hacerle daño de verdad. Sin embargo, como siempre que trataba con Danny, dibujó esa amplia sonrisa y enseñó sus blancos dientes. Aquella sonrisa le había costado un ojo de la cara. Hasta su mismo dentista le había confesado que se había comprado una casa en la Costa del Sol y Eli tenía la sospecha que gran parte la había pagado a su costa. Sin embargo, su sonrisa se había convertido en el centro de admiración de sus colegas, pues tenía unos dientes perfectos. Sabía que esa sonrisa le daba un aspecto distinto, pues lo hacía parecer más amistoso de lo que en realidad era. Hasta su esposa se lo recalcó y ella lo conocía mejor que nadie.
Ahora, al ver acercarse a Danny Boy, sintió justo lo contrario. Había creído tan fervorosamente que era un hombre de prestigio que merecía ser respetado y admirado, que cuando se enteró de que estaba compinchado con la pasma se quedó completamente consternado. Ahora, al verlo acercarse con esos andares de gallito y ese aire de superioridad, lo único que deseaba era acabar con él, sin importarle si era cierto o falso lo que le habían dicho. Sintió un odio tremendo por él y lo único que deseaba era matarlo y terminar con esa historia lo antes posible. Sonriéndole, lo dejó entrar en el edificio y se alegró de la cara de sorpresa que puso al ver a Michael Miles y Arnold Landers esperando pacientemente su llegada.
Resultaba obvio que se había quedado de una pieza al verlos y que ahora se sentía intimidado. Había llegado tan seguro y confiado que jamás había pensado que le podían tender una trampa. Resultaba verdaderamente irrisorio.
Eli se colocó a sus espaldas para asegurarse de que no tendría ninguna escapatoria, disfrutando del momento.
Danny Boy recuperó la compostura de inmediato. Miró a Arnold y, por su lenguaje corporal, se dio cuenta de que no habría forma de hacerle cambiar de opinión. Se dio cuenta de que Eli estaba interpretando el papel de piquete, pues vigilaba la puerta e impedía que pudiera salir huyendo, como si fuese a hacer algo semejante. Sin embargo, supo que lo habían pillado y sabía que le iban a dar de su propia medicina. Su secreto había salido a la luz y ya no habría forma de remediar la situación, pues, por muy desesperada que fuese, nadie la aceptaría con ningún pretexto.
Danny Boy oyó que Louie se movía a sus espaldas, tratando de quitarse de en medio, y se dio cuenta de que había sido él quien le había preparado esa emboscada. Sin embargo, con el único que quería hablar era con Michael, la única persona que podía proporcionarle una vía de escape, que podía garantizarle que saldría de esa situación, ya que lo consideraba tan endeble como para ser capaz de perdonarlo. Sin embargo, al ver que él y Arnold estaban en primera línea, se percató de que su duplicidad ya estaba en boca de todos y que lo tenían bien pillado.
Danny Boy no era ningún estúpido y sabía que era hombre muerto. Sabía que ese día y esa posibilidad siempre habían estado presentes, ya que si vives cerca del río, no es de extrañar que te devoren los cocodrilos. Lo que pasa es que no esperaba que sucediese tan pronto, ni de forma tan ordinaria. Siempre había imaginado su muerte de forma noble, con un tiro en la cabeza o en el corazón, en uno de sus pubs o clubes, y con una sonrisa en la boca. Ese tipo de muerte le parecía aceptable, pues habría compaginado con su leyenda.
Hubiese aceptado una ejecución pública, pero no ésa. Aún era demasiado joven para morir; aún tenía muchos sitios adonde ir y muchas personas que conocer. Sabía que lo habían pillado, pero eso no facilitaba las cosas. Jamás se le había ocurrido pensar que todas esas personas que había eliminado a lo largo de los años debían de haberse sentido de esa manera: asustadas, aceptando su destino, pero principalmente engañadas. Hasta ese momento, jamás se le había pasado por la cabeza que esas personas aún pudieran tener sueños y deseos, además de hijos y una familia a la que les gustaría haber visto crecer.
Se percató de que todo lo que había conseguido a lo largo de los años iba a acabar allí, en un pútrido almacén, sin ninguna pompa y sin que nadie rezase por él. Esperaba al menos que sus hijas jamás llegasen a enterarse de eso. Su esposa se sentiría aliviada y sus hermanos se encargarían de enterrarlo dignamente, con toda la pompa y la ceremonia requeridas, pero sin lágrimas. Después de lo dura que había sido la vida, su muerte sería una experiencia vergonzosa y humillante para todos, especialmente para él.
Cuando Michael lo miró a los ojos, vio la profunda tristeza que irradiaban los suyos. Vio el amor que sentía por él y se sintió satisfecho de llevarse al menos eso consigo. Finalmente, comprendió ese dicho sobre los pobres y los reyes, ya que no importa el mucho dinero que uno tenga, ni el prestigio que se haya ganado con los años, todos morimos de la misma forma y eso nadie puede impedirlo. Sabía que su muerte era inminente, lo sabía porque, de haber estado en su lugar, él habría hecho lo mismo. Miró a Michael y dibujó una sonrisa, una sonrisa magnánima. Abrió los brazos de par en par, como si comprendiera perfectamente la situación, lo cual era completamente cierto. Sintió el aire fresco y percibió el aroma del polvo, del cuero barato y del algodón de las camisetas. Miró a su alrededor, vio a Eli y a Arnold mirándolo, deseosos de acabar con su vida. Se dio cuenta de que su muerte les serviría de trampolín para hacerse un lugar en el mundo delictivo, un lugar al lado de Michael, que sería quien se encargaría de llevar sus negocios y desviar el dinero. Parecía increíble pensar que, aun después de su muerte, todo seguiría funcionando de la misma manera, que nada se detendría por el mero hecho de que hubiese muerto. Danny no intentaba ni siquiera defenderse o buscar una forma de salir de allí. Eli tenía un machete que blandía alegremente y Arnold un cuchillo muy largo, una verdadera pieza de artesanía desde la empuñadura hasta su afilada hoja. Todos los presentes iban bien armados, menos él.
Michael y Danny se miraron nuevamente y Danny, amablemente, le preguntó:
– Formamos una buena sociedad, Michael. Llegamos a lo más alto. Somos capos, verdaderos capos.
Michael asintió, ya que comprendía las palabras de su amigo.
– Sí, Danny. Tú conseguiste lo que siempre habías soñado. Ser un capo, un famoso y respetado capo. De hecho, el más importante.
Danny añadió con tranquilidad:
– ¿Vas a ser tú quien me mate?
Miraba a su alrededor, buscando instintivamente una vía de escape. Los hermanos de Eli se habían colocado detrás y estaban armados y dispuestos a emprenderla en cuanto le diesen la orden. Danny se sintió satisfecho de verlos a todos armados hasta los dientes, pues eso significaba que lo consideraban sumamente peligroso. Eso acrecentaba su opinión de sí mismo y de lo que era capaz de llegar a hacer. Sin embargo, en ese momento ya nadie deseaba hablar y el silencio cayó como una losa. La atmósfera era electrizante. Todos se percataron de que Danny tensaba el cuerpo, como si esperase que la carnicería empezara de un momento a otro. Louie dio la orden. Tenía los nervios destrozados y sudaba abundantemente porque temía que Danny Boy encontrase la forma de resolver aquel dilema o, lo que es peor, que consiguiera salir de allí, pues sabía que era muy capaz de eso.