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– Matadlo de una vez. ¿Qué coño estáis esperando?

Louie empezó a toser con tos de viejo. Era una tos pesada y húmeda y el escupitajo que soltó era como un trozo de caucho. Eso hizo estallar la situación. Danny Boy arremetió contra él como un rottweiler.

– Traidor de mierda.

Cuando Danny Boy corrió por el almacén, vio que Louie trataba de esquivarlo, pero logró atraparlo y, con todas sus fuerzas, lo estrelló contra el suelo. Louie cayó como un saco y sus viejos huesos crujieron. Michael vio que Eli y Arnold se echaban encima de su amigo. Mientras Eli le abría la cara con el machete como si fuese un melón, Arnold le clavó la hoja de su cuchillo una y otra vez en las costillas, buscándole el corazón. Michael observaba con una fascinación mórbida mientras Arnold le clavaba el puñal una y otra vez en la cabeza y la espalda, partiéndolo en pedazos como si fuese un trozo de carne. Había sangre por todos lados, le brotaba de las heridas; ya muerto y desangrándose sobre aquel suelo mugriento, Danny Boy seguía imponiendo. Aún seguía teniendo el aspecto de un capo, de un verdadero capo. Quizá fuese su tamaño, o quizá esa presencia que siempre había tenido, pero hasta muerto su arrogancia era palpable.

Michael estaba sorprendido por la forma en que Danny Boy había aceptado su destino, sin siquiera oponer resistencia. No es que pudiera, pero Danny era capaz de presentar verdadera batalla si llegaba el momento. Sin embargo, al verlo allí tirado, con toda su sangre derramada sobre el sucio suelo, comprendió que no habría soportado la vergüenza de ser considerado un chivato. Eli abrió una caja de camisetas y empezó a limpiarse las manos con ellas. La ironía radicaba en que las prendas llevaban una hoja de cannabis estampada en la pechera y un texto que decía «no pisar la hierba».

Arnold miraba fascinado el cadáver de Danny Boy; le resultaba sorprendente ver lo fácil que había sido acabar con él de una vez por todas. Un hombre tan peligroso y con esa enorme personalidad había sido borrado del mapa con una facilidad que les hizo pensar a todos lo sencillo que resultaba morir a manos de alguien.

Michael ayudó a Louie a levantarse del suelo. El anciano estaba terriblemente dolorido, pero también eufórico al ver que todo se había acabado. Por primera vez en muchos años, se relajó, se sintió liberado. Por fin se había librado de la que había sido su peor pesadilla. Los dos hermanos de Eli Williams habían encendido sus canutos trompeteros y el olor a hierba lo impregnaba todo. Una vez más reinó un completo silencio, sólo que esta vez impregnado de una sensación de alivio entre los presentes.

Louie carraspeó y escupió en lo que quedaba de cara de Danny Boy.

– Ya te lo dije, Danny Boy. Se recoge lo que se siembra -gritó.

Luego se echó a llorar, sus hombros encorvados y temblando por el sentimiento de culpabilidad y pena que lo abrumaba. Había querido a ese hombre como a un hijo y eso era algo que no se podía olvidar fácilmente. Michael lo estrechó entre sus brazos, pero Louie lo apartó bruscamente.

– Puede que fuese un chivato, pero era un capo. Le dije que no había necesidad de buscar atajos, pero lo quería todo y al instante. Como todos vosotros. Hoy en día ya nadie sabe esperar, lo queréis todo de inmediato. Por eso las cosas van como van y por eso todos acabaréis de la misma forma.

Señaló a Danny Boy y prosiguió:

– Lo queréis todo demasiado rápido. No sabéis esperar. Todo tiene que ser ahora, ya, al momento.

Trataba de recuperar la compostura, pero la pérdida de una vida lo estaba afectando. Era un anciano y temía la muerte. Ver a un hombre tan fuerte y decidido convertido en un desecho le resultaba ultrajante.

Eli sacudió la cabeza con tristeza. La adrenalina estaba disminuyendo y empezaba a sentirse relajado, incluso hambriento.

– Tranquilízate, Louie. Esto tenía que suceder más tarde o más temprano. Era un jodido chivato, un cabrón con doble cara. Ahora vete a casa y olvídate del asunto.

Michael estaba aún consternado. Danny siempre había parecido un hombre indestructible y ver su cuerpo destrozado y empapado de sangre impresionaba. Aunque también resultaba insignificante.

Eli suspiró.

– ¿Has traído la gasolina?

Arnold asintió, luego rió y respondió:

– Por supuesto que sí.

Michael le indicó por señas a Louie que se marchase y, mientras lo acompañaba hasta la puerta, dijo con tristeza:

– Se ha acabado una era. Danny Boy Cadogan encontró la muerte en un almacén lleno de ropa barata y con un poli corrupto a su lado. Será la novena maravilla.

Luego se dio la vuelta y, dirigiéndose a los demás, añadió:

– Os dejo que os encarguéis del fuego. Necesito una copa y dormir un poco antes de que se abran los cabarets.

Nadie respondió, sencillamente se despidieron como si nada pasara y empezaron lo que se llamaba la operación limpieza.

– ¿Te encuentras bien, Ange?

Vio el rostro preocupado de Mary muy cerca del suyo y se preguntó cómo la habían llevado hasta el sofá.

– Ya me siento mejor. Me he sentido algo indispuesta, pero eso es todo.

– He llamado a una ambulancia, así que quédate acostada y relájate.

Ange se irguió. Notó la sincera preocupación en la voz de su nuera y se sintió agradecida, pero, llevada por el pánico, respondió:

– ¡No! No necesito una ambulancia. Ya me siento bien, te lo prometo.

Ya se había sentado y Mary observó que tenía mejor aspecto.

– Me dio un fuerte dolor en el pecho, como si me clavasen un cuchillo, pero probablemente sólo fueron los gases. Me siento estúpida.

Le pedía a su nuera que no armase un escándalo, pues empezaba a sentirse mejor, como si se hubiese quitado un enorme peso de encima.

– ¿Estás segura de que te encuentras bien? Al menos deja que te echen un vistazo cuando vengan. Sólo para asegurarnos.

Lo último que necesitaba Mary era que la madre de su marido muriese en su casa y que él se enterase de que ella había cancelado la ambulancia. Eso sería como firmar su sentencia de muerte. Además, sentía aprecio por la vieja, ya que en muchos aspectos eran muy parecidas. Ambas tenían que vivir sometidas al estado anímico de un hombre al que odiaban, por mucho que dependiesen de él. La ambulancia llegó y Mary salió a recibirlos, satisfecha de haber tomado esa decisión.

Epílogo

Dulce sueño que haces olvidar todos los males,

hermano de la muerte…

John Fletcher, 1579-1625

Valentinian

Capítulo 33

Mary y las niñas estaban sentadas en la parte de delante de la iglesia; tenían un aspecto encantador y todo el mundo comentó lo bonitas que eran sus hijas. Las dos tenían esos rasgos delicados de su madre combinados con el ingenio sarcástico y sagaz de su padre. Iban vestidas, como siempre, como princesas, y estaban sentadas con la cabeza bien alta y la espalda recta. Mary tenía un porte distinguido y las miraba con orgullo y una sonrisa en los labios.

– Echaos un poco para allá y dejad que se siente la abuela.

Ange se sentó a su lado y las niñas sonrieron cuando ella les dio una pequeña bolsa de golosinas. Les guiñó un ojo, como si se tratase de una conspiración. Mary simuló no darse cuenta y vio que las niñas estaban entusiasmadas de formar parte de algo tan emocionante y secreto. Mary había dejado que hasta Gordon se sentase con su familia. Ahora que su marido estaba muerto, carecía de sentido seguir guardándole rencor. El día de su boda ya era agua pasada. Carole y Michael sonrieron al ver la escena, Carole sosteniendo a su nuevo hijo cerca de la pila de agua bendita mientras Arnold y Annie se sentaban a su lado. La iglesia estaba atestada; todas las personas importantes habían acudido y, cuando el sacerdote dio comienzo a la misa, se hizo un gran silencio. Mary miró a su alrededor y sintió el poderío de su recién recuperada libertad. Cuando su marido murió, fue como si hubiese nacido de nuevo. Había interpretado el papel de viuda afligida a la perfección y ahora estaba emergiendo de esa crisálida en la que había estado envuelta tantos años, algo de lo que la gente se alegraba.