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– No, no me da vergüenza, Jonjo -respondió-. La mires por donde la mires, ya es más de lo que tú tienes.

Jonjo sabía cuándo alguien le había puesto en su sitio y aceptó la reprimenda de la mejor forma posible.

– ¿Qué pasa, tío? ¿Acaso no aguantas una jodida broma?

Gordon negó con la cabeza.

– No, no me gustan las bromas. Y menos de gente como tú.

Miró a su oponente con odio, con verdadero odio, mientras decía:

– ¿Nos vamos a casa, Mary? Mamá te está buscando.

Mary Miles suspiró pesadamente. Si su madre la estaba buscando, tendría que aguantar la retahíla acostumbrada. Eso significaba dolor, físico y mental, además de horas enteras de drama y recriminaciones. Y también que ella lo solucionase con la pasma cuando se presentase, porque de eso no cabía duda, su madre se aseguraría de que hiciesen acto de presencia. Era su nueva forma de divertirse y disfrutaba de todo el drama que ponía en ello.

La policía estaba acostumbrada a que Mary interviniese cada vez que su madre se enfrascaba en una de sus trifulcas. Confiaban en ella porque sabía cómo sosegarla, cómo solucionar sus rutinarias disputas. Su madre tenía peleas con los vecinos a cada momento, peleas violentas que siempre eran por su culpa y que terminaban en las manos. Un puñetazo era la única válvula de escape que utilizaba su madre, además de su única forma de enfrentarse a los avatares de la vida. Se había convertido en el hazmerreír de todos y hacía insoportable la vida de sus hijos. Además de tener que vivir con sus reyertas personales, su afición desmesurada por la bebida y sus devaneos, tenían que enfrentarse a sus compañeros de clase, quienes conocían de sobra su situación porque con frecuencia sus padres eran los que habían recibido los insultos y las amenazas.

Los padres eran un fastidio, pero a ella no le preocupaban lo más mínimo. Ella de lo único que se preocupaba era del ahora y del momento, pues el futuro era una incógnita impredecible. Ahora, sin embargo, y gracias a su hermano, tenía que regresar a su casa, averiguar dónde había estado su madre, con quién se había peleado y tratar de calmar la situación. Le parecía sumamente injusto, pues lo único que ambicionaba era una vida normal, ni más ni menos.

– ¿Está en casa, Gordon?

Este sonrió, enseñando unos dientes perfectos.

– Sí, está con la pasma. La han arrestado por asaltar, pegar, amenazar de muerte y llevar un arma.

Jonjo se echó a reír, pero no porque le sorprendiese los cargos. La señora Miles era todo un caso y probablemente batía el récord de arrestos femeninos. Era la mujer más encantadora del mundo cuando estaba sobria, pero en cuanto se tomaba una copa se convertía en una pesadilla. Aún estaba en libertad condicional por su última trastada, la que incluía haberla emprendido con los espejos del pub y luego decir que se había equivocado de identidad. También estaba pendiente de un juicio por alteración del orden público y conducta lasciva, un cargo que se había buscado tras haberse despojado de su ropa en el club de trabajadores mientras amenazaba a la stripper de verdad con matarla a base de torturas. El pecado que había cometido la stripper había sido aceptar una copa del señor Miles cuando ella estaba presente.

Jonjo lamentaba la situación en que se encontraban sus amigos, pero estaba acostumbrado a ese tipo de cosas. Su madre era otra pesadilla, una borracha que veía insultos y ofensas en cualquier menudencia. Era tan conflictiva que podía hacer que un simple «buenos días» sonase como una declaración de guerra. Tenía además una pistola de aire comprimido que nadie de la familia lograba arrebatarle. Podría estar cayéndose de borracha, pero siempre lograba esconder la maldita pistola antes de que se la quitaran. Sin embargo, cuando dormía la borrachera, nadie lamentaba más que ella lo sucedido. En su mundo, una mujer que bebiera solía ser vilipendiada, ya que las mujeres aún continuaban siendo un parangón de virtudes, aunque sus maridos robasen o engañasen. Las mujeres tenían que responder de sus acciones, los hombres no.

– ¿Llevar un arma? ¿De dónde la ha sacado?

Gordon sacudió la cabeza, ya sin reírse.

– No lo sé, Mary. Creo que ha sido el viejo. Imagino que estará robando de nuevo.

Lo dijo tal cual, sin emoción ni inquietud alguna.

– Mejor será que me vaya, Jonjo. Nos vemos mañana, ¿vale?

Jonjo asintió, sorprendido de la calma con que Mary se tomaba las cosas sabiendo que, si consideraban a su madre culpable, ellos se quedarían sin nada.

– Buena suerte, colega.

Mary sonrió con tristeza.

– ¿De qué suerte hablas? Eso no existe en mi casa.

Capítulo 7

– Mi vida es una mierda y tú lo sabes. Bien que has procurado que sea así. Mi marido vive asustado en su propia casa. Jamás pensé que sucedería una cosa así.

Angélica Cadogan hablaba como una mujer castigada por la vida, como si su marido fuese inocente de los cargos que le imputaban. Danny no podía creerlo.

– Tú has jodido tu vida, mamá, y luego jodiste la nuestra.

– Yo lo he dado todo por mis hijos.

– Cuéntale ese rollo a otro, madre, a lo mejor se lo cree. Tú jamás nos has dado nada y lo sabes de sobra.

Danny Boy le dio la espalda a su madre porque no quería seguir escuchando su cantinela de siempre.

– No te atrevas a darme la espalda.

Danny suspiró en señal de fastidio, deseando herirla como ella le había herido a él y a sus hermanos.

– Tú no dudarías en vendernos con tal de tener una audiencia con el viejo. Hace mucho que lo sabemos. Sólo te preocupas de nosotros cuando te ves sola, cuando el viejo se va de marcha. Una vez que vuelve, te olvidas de nosotros.

La verdad duele y Angélica lo sabía mejor que nadie, por eso se cabreaba con el muchacho. Su hijo mayor era quien trataba de mantenerlos unidos y el que procuraba que no les faltase de nada. El sentimiento de vergüenza y culpabilidad la hizo estallar.

– Eres un jodido cabrón.

Danny Boy levantó la mano y respondió con tristeza:

– No hagas eso, por favor, madre. Es un cabrón de mierda y siempre lo ha sido. No intentes justificar su comportamiento ni tu forma de tratarnos soltándome ese rollo. Te lo advierto, madre, no me cabrees más de la cuenta. Esta noche no estoy para bromas.

Le señalaba con el dedo. Angélica sabía que estaba haciendo lo posible por simular que no sabía lo que pretendía de él. Era un juego al que habían jugado en muchas ocasiones anteriormente, sólo que esta vez no estaba dispuesto a que su madre se saliese con la suya. Ambos sabían de sobra que él ya no estaba dispuesto a seguir su juego nunca más.

Angélica negó con la cabeza. Tenía los ojos enrojecidos y empezó a llorar, ahora de verdad.

– Por favor, hijo, hazlo por mí. Es mi marido, tu padre…

Una vez más se lo estaba rogando. A veces, con eso era más que suficiente, pero sólo si él permitía que sus efímeras palabras surtieran su efecto. Danny la odiaba porque siempre consideraba necesario montar ese drama, como si ella tuviera el don de ablandarlo después de todo lo que había sucedido.

– Ya te he dicho que puede quedarse, pero eso no significa que haya dejado de odiarle, así que no hagas que te odie a ti también. A él le preocupa un carajo su familia, así que no trates de pintarme las cosas de otro modo. Jamás lo ha hecho y jamás lo hará.

El rostro de su madre estaba contraído por la rabia, su voz cargada de malicia.

– Ahora es un inválido por tu culpa. No tiene a nadie en el mundo, salvo a nosotros.

Danny Boy sacudió la cabeza. Estaba consternado. Si lo que pretendía su madre era que sintiera lástima por su padre, estaba pidiéndole demasiado.