– No sé. ¿Cuánto pagas normalmente?
Tenía una voz suave y respiraba con fuerza por el frío. Danny no le respondió. Se limitó a empujarla contra él y, aferrándola con fuerza, empezó a sobarla. Cuando le apretó los pechos con fuerza, ella cerró los ojos mientras él le abría de piernas con su rodilla. La empujó contra la puerta de la tienda y la besó. Le metió la lengua y le exploró como si se tratase de una verdadera novia. Ella notó el sabor de los chicles Wrigley y de los cigarrillos. Danny no tenía la costumbre de besar a las putas; ésta era una excepción. Mientras la acariciaba, oía su respiración, y luego la besó con tanta violencia que ella apenas pudo respirar. Ella trató de apartarse, pero él se lo impidió cogiéndola de los pelos y echándole la cabeza tan atrás que pensó que terminaría por desnucarla. Luego, asustada, pensó que deseaba hacerle daño de verdad. Danny le mordió con fuerza el labio inferior y ella gritó de dolor. Danny notó el sabor de su sangre, pero eso sólo sirvió para que se sintiera más excitado. Le había quitado el sostén y empezó a chuparle y morderle los pechos hasta que empezó a llorar de dolor y humillación. La levantó y la colocó en una postura que le permitió echarse encima de ella y penetrarla mientras sentía la firmeza de su cuerpo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que eso es lo que estaba buscando: ella estaba tan poco usada que su cuerpo aún estaba firme y prieto, lo que resultaba sumamente excitante. El hecho de que ella estuviera seca y dolorida no se le pasó ni por la cabeza, pues estaba embriagado por el sentimiento que ella le había provocado. Pasando sus piernas alrededor de la cintura la penetró hasta que terminó eyaculando.
– Jodida perra, jodida puta.
Danny repetía esas dos frases una y otra vez, pero ella se dio cuenta de que lo hacía de forma inconsciente.
Cuando explotó de placer y volvió de nuevo a la realidad, oyó la voz de la joven pidiéndole que parase. Se devanaba por soltarse y el dolor que sentía le hizo recuperar las fuerzas. Danny la cogió de las muñecas y se las aferró contra la puerta de madera. El golpe la dejó exhausta y su cara se retorció de dolor e impotencia. Ella lo miró a los ojos y se percató de que estaba delante de una persona muy peligrosa, uno de esos que, tras la apariencia de un cordero, esconde un lobo. Dejó de poner resistencia y esperó hasta que terminase, a sabiendas de que cualquier cosa que hiciese sería inútil. Cuando por fin terminó, notó que la aferraba con todas sus fuerzas y que jadeaba en sus oídos.
El dolor que sentía era real, totalmente real. Le había separado tanto las piernas que notaba que las caderas estaban a punto de rompérsele y tenía la espalda dolorida de darse golpes con el pomo de la puerta.
Danny la miró de nuevo; jamás se había sentido así. Su juventud y su falta de experiencia lo habían excitado de una forma que jamás había imaginado.
El dolor era insoportable. Mientras la dejaba poner las piernas de nuevo en el suelo, se estremeció. Ella no pudo aguantarlo y se aferró a él como pudo. Las piernas se le doblaron y se dejó caer de rodillas. El dolor era insoportable. Se dio cuenta de que sangraba, de que la humedad que sentía entre sus piernas no era sólo de él.
Danny observó el rostro de la joven y, cuando recuperó la conciencia, se dio cuenta de que la había jodido, que realmente le había hecho mucho daño. Estaba de rodillas en el suelo, doblada por el dolor, mientras él se arreglaba la ropa para adquirir de nuevo el aspecto de una persona decente. Luego miró a su alrededor para ver si alguien de los alrededores había sido testigo de sus acciones. La calle estaba vacía y la chica trataba de levantarse. Lo tenía cogido del abrigo y trataba de ayudarse para ponerse en pie. Su bonita cara estaba arrugada por el dolor y Danny vio en su mirada el miedo que había pasado. Lo olía. Tenía un olor amargo y sudoroso que le revolvió el estómago. Miró sus piernas, azules y con sabañones del frío, con los tobillos impregnados de suciedad. Su pelo espeso estaba grasiento y, cuando sus dedos aferraron su abrigo, vio que tenía las uñas pintadas y los dedos manchados de nicotina. Ahora que había saciado su apetito sexual, la realidad se impuso. Era una joven sucia, con los ojos hundidos, los ojos de una yonqui. Seguro que era una fugitiva, lo más rastrero de esta sociedad, y él se sentía avergonzado de saber que le había echado un polvo a una mujer de esas.
– Por favor, no puedo levantarme.
Su boca era como una caverna oscura y él la había besado, había besado esa boca con esos dientes tan amarillentos y esos labios tan exageradamente pintados. Notó que la bilis se le venía a la boca y tuvo que contenerse para no vomitar. El puño retumbó cuando se estrelló contra su frente y, cuando la vio caer en el suelo, le propinó una patada. Le dio con tanta fuerza que la levantó del suelo y Danny oyó cómo le crujieron las costillas cuando chocaron con sus lustrosos zapatos. Retrocedió y la miró con desprecio mientras se retorcía de dolor en la acera, gritando, con los ojos a punto de salírsele por el dolor. La pateó de nuevo en la nuca y el golpe la mandó a mitad de la acera. Luego Danny observó cómo trataba a gatas de alejarse de él.
Dejó de gritar, de hecho no podía gritar ni hablar; su instinto le decía que la única forma de defenderse era tratando de huir de esa persona que sólo deseaba hacerle daño. A pesar de que intentaba escapar de la situación tan horrible que estaba viviendo, se dio cuenta de que todos sus esfuerzos serían inútiles.
Danny miró a su alrededor. La calle aún continuaba vacía y la mayoría de las farolas tenían las bombillas rotas porque las más veteranas en el oficio se habían encargado de ello. Cuanto más oscuro estuviera, más probabilidades de ganar dinero tenían. Miró fríamente a la muchacha, cuyo sufrimiento era más que evidente, aunque eso a él le importaba un carajo. La observaba desde fuera, como si la situación en que se encontraba no tuviera nada que ver con él. Se acercó hasta donde yacía tendida y, arrodillándose, la miró detenidamente. Sangraba abundantemente, algo de lo que no se había percatado hasta entonces. Estaba tendida de espaldas, abriendo y cerrando la boca porque trataba de implorar que la dejase vivir, pero de ella no salió palabra alguna, tan sólo sangre.
Danny se preguntó por unos instantes por qué no le causaba ninguna impresión verla sufrir, por qué no se molestaba en ayudarla y también si había alguien que lo hubiera visto y pudiera relacionarlo con ella. Era como ver a un perro callejero agonizando, pues justo eso era lo que estaba haciendo: agonizar. Nadie podía sobrevivir a los golpes que le había propinado. Sin embargo, mientras recuperaba la compostura, se sacudía el abrigo y se peinaba con los dedos, se preguntó qué clase de chica era tan poca cosa como para entregarse al primero que pasara por la calle por un poco de dinero. Que le dieran por culo. A ella y a todas las mujeres como ella.
El alcohol que había ingerido empezaba a disiparse y, tras haber desahogado su ira, se sintió más en sus cabales. Antes de que la chica perdiera la conciencia, la golpeó en la cabeza en repetidas ocasiones con el fin de asegurarse de que no volviera a ver la luz del nuevo día.
Luego, mientras caminaba de regreso a casa, vio que salían los primeros rayos de sol. Se sintió maravillado de lo hermosa que podía ser la vida, por mucho que hubiera mujeres como su madre, o como esa chica sin nombre con la que se había topado esa noche.
Sabía que, permitiendo que su padre se quedase en casa, ganaría muchos puntos, a pesar de que le costaba mucho trabajo asimilar que su madre defendiera al hombre que había destruido sus vidas. Que ella le quisiese más que a sus propios hijos formaba parte del aprendizaje de la vida, por mucho que eso le decepcionara, tanto que casi le brotaron lágrimas. El se había arriesgado y trabajado como un mulo para llevar algo de comida a la casa, para poder vestir a sus hermanos, para minimizar el daño causado por su padre, pero eso parecía no importarle a su madre. Ella estaba más interesada en el cabrón con el que se había casado que en los hijos que había parido.