Justo cuando llegaba a su casa, una joven de dieciséis años llamada Janet Gardner, que se había fugado de Basingstoke, fallecía sola en la acera mientras el chulo de su novio se preguntaba dónde coño se habría metido.
Ange estaba aún levantada cuando regresó su hijo. Su principal preocupación era que se hubiese marchado, lo que significaría que ella tendría que trabajar más horas que una esclava para sacar a la familia adelante por muy preñada que estuviese. Cuando Danny entró en el piso, estaba de pie, en el umbral de la cocina, con su cuerpo rechoncho y su pelo canoso mostrando lo envejecida que estaba.
Se miraron mutuamente y, sonriendo amablemente, se acercó a ese hijo suyo que no sabía a quién había salido y lo abrazó.
– ¿Dónde has estado? Empezaba a estar preocupada.
Danny Boy se encogió de hombros.
– Tenía asuntos que resolver, madre. No te preocupes. Ya he pasado lo peor.
– ¿Te preparo algo para desayunar?
Negó con la cabeza tristemente.
– No. Lo único que necesito es dormir unas horas y tratar de aclararme la cabeza.
– Tienes sangre en el abrigo. Quítatelo y te lo limpio.
Danny bajó la mirada y vio que la sangre de la joven le había manchado el abrigo. Aún estaba fresca y aún conservaba ese color rojo intenso; de nuevo le entraron ganas de vomitar. Aún percibía su olor, el olor rancio de su cuerpo sin lavar, ese que siempre pasaba desapercibido mientras se acostaba con ellas pero que luego se le quedaba impregnado durante horas.
Se quitó el abrigo, se lo dio a su madre y ella lo dobló cuidadosamente sobre su brazo.
– Intenta ver las cosas desde mi punto de vista.
Danny no se molestó en responderle porque su hermano se había levantado y los observaba atentamente.
– ¿Qué miras?
– Vete a la mierda.
Cuando se metió en la cama, Danny aún se reía de la respuesta que Jonjo le había dado a su madre, mientras oía cómo ésta le regañaba por decir obscenidades.
Capítulo 8
– Tiene el corazón más duro que el bolso de una puta y, si he de ser sincero, no me extraña.
Big Dan se encogió de hombros del modo en que solía hacerlo, tratando de explicar que su esposa era la reencarnación del diablo, a sabiendas de que lo que decía rayaba la blasfemia, teniendo en cuenta la reputación de su hijo y consciente de que los hombres que le rodeaban admiraban el valor que demostraba en decir una cosa así delante de todos ellos.
– Pero no se lo digáis a nadie -añadió-. Recordad que, en la guerra, las conversaciones inoportunas cuestan muchas vidas.
Big Dan escuchó con agrado la sonora carcajada que ese comentario produjo entre los presentes. No ignoraba que era una risa lisonjera, pues sabía de sobra que, en el mundo real, sólo lo soportaban por el hijo que tenía, algo de lo que estaba dispuesto a aprovecharse al máximo. Que su hijo no tuviera ningún interés por él era algo que no le causaba muchos problemas, la cuestión estribaba en que el muchacho confiaba en sus conocimientos sobre los peces gordos y sus andanzas. Sólo por ese motivo aún ocupaba un lugar en su vida, y sólo por eso lo soportaría mientras le fuese útil. Decidió hacer acopio de toda la información que pudiese por si en algún momento resultaba de interés para el muchacho. Ojalá fuese así, porque echaba de menos la compañía de otras personas, el calor del pub y ser el centro de atención. Sabía que todos lo consideraban un inútil, Danny Boy se había encargado de eso, pero también le servía de excusa para no verse obligado a trabajar de nuevo. De hecho, no podría hacerlo aunque quisiera, por tanto no merecía la pena ni planteárselo. Ahora era incapaz de realizar cualquier trabajo manual, lo único que había sido capaz de hacer aun no estando borracho. Lo mejor que podía hacer era sentarse con sus amigotes en el pub y tener los oídos y los ojos bien abiertos para enterarse de cualquier información que fuese de utilidad para su hijo y asegurarse de que no eran simples habladurías. Además, había colaborado a incrementar la reputación del muchacho con insinuaciones e indirectas. Durante el último año, desde que Ange había perdido el bebé, había tratado de ser lo más indispensable posible. Había sido una tarea laboriosa, pero había perseverado y creía que, si no se había ganado su respeto, sí al menos su tolerancia.
No es que el amor se hubiese acabado entre ellos, pues jamás había existido, pero sí habían entablado una especie de tregua, salvo cuando Danny Boy estallaba en uno de sus arrebatos ocasionales, algo que sucedía cuando su hijo regresaba borracho y desahogaba su ira con él. Sin embargo, él jamás cayó en la trampa, sino que se levantaba y esperaba a que agotase su rabia. En el fondo, sabía que se merecía todos los insultos y golpes y, al menos, tenía la delicadeza de no convertirlo en un asunto público. Delante de la gente, ambos se comportaban de forma cívica, y sabía que a Danny Boy se le respetaba por el trato que le confería a un hombre que había destruido y abandonado a su familia. Que Danny le había dado lo que se merecía lo sabían todos, y que luego había aceptado que regresase a su casa, también; de hecho, se había convertido en parte del folclore local.
Eso le hacía parecer un hombre generoso y magnánimo cuando, en realidad, sólo era otro vicioso cabrón enmascarado de niño bueno. Big Dan tenía la certeza de que su hijo se convertiría en alguien importante; de hecho, ya empezaba a ser considerado casi como tal, por eso lo recibían con agrado allá donde fuese. Nadie quería ponerse en contra del muchacho y, si lograba ganarse sus favores, los demás seguirían su ejemplo. Después de todo, por mucho daño que le hubiera hecho Danny con su deseo de venganza, no significaba que él estuviera dispuesto a retroceder y permitir que alguien se saliera con la suya. Al fin y al cabo, continuaba siendo su padre y eso era algo a tener en cuenta en su mundo, por muy inútil que fuese la persona en cuestión.
El muchacho, además, estaba ganando un buen dinero últimamente y se relacionaba con personas de mucho peso, lo cual decía mucho de él teniendo en cuenta lo joven que era. No había duda: Danny era un diamante en bruto. Un diamante vicioso, odioso y endiablado que tenía el don de ganarse a la gente como él. Se debía a ese rostro abierto y franco que le daba la apariencia de un ángel, como si la mantequilla no se derritiera.
Bueno, ya lo averiguarían y, cuando lo hiciesen, ya sería demasiado tarde. Eso era una ventaja que su padre tenía sobre ellos. Estaba seguro de que maldecirían el día en que le concedieron permiso a su hijo para que cazase en su territorio, pues la cacería era su devoción, algo que llevaba en la sangre y formaba parte de su naturaleza. Les arrebataría todas sus posesiones, cosa por cosa y a cada uno de ellos, incluso esa sonrisa socarrona que tenían en el rostro. Era un ave rapaz, lo era de nacimiento, además de un animal carroñero.
Si alguien necesitaba que le hiciesen un trabajo, Danny Boy siempre se mostraba disponible. Su considerable tamaño y sus modales tranquilos y respetuosos le habían hecho granjearse el aprecio de toda la comunidad delictiva. De lo que no había duda era de que sabía cuidar de sí mismo, eso resultaba indiscutible hasta para él, además de que tenía la cualidad de controlar su violencia y, cuando resultaba necesario, darle rienda suelta. Su exuberante juventud formaba parte de su encanto general.
Danny Boy empezaba a ser conocido por sus negocios con drogas y por su habilidad para resolver los problemas discretamente. También se dedicaba a cobrar deudas, buscar un pistolero o transmitir mensajes cuando era necesario. Era capaz de convencer a cualquiera con sus encantos al mismo tiempo que se aseguraba de que jamás se olvidarían de él, pues tenía un instinto especial para manipular las situaciones y hacer creer que todo lo que había hecho era por el bien de la persona que le pagaba en ese momento.