El muchacho que había engendrado hacía que Big Dan se diera cuenta de lo inútil que había sido la mayor parte de su vida y hacía que su situación actual resultase de lo más placentera porque se veía obligado a aceptar las copas que le invitaban por su relación con Danny. Que tuviera que actuar todo el tiempo no tenía importancia, era una menudencia dentro del enorme esquema, como si el hecho de que su hijo lo hubiese convertido en un tullido no le afectase lo más mínimo.
Cuando su hijo mayor entró en el pub, Big Dan sintió esa sensación extraña que siempre le invadía el estómago cada vez que lo veía, además de que se le aceleraba la respiración y el corazón empezaba a latirle con más velocidad. Él le temía más que nadie, y tenía razones sobradas para ello.
Danny Boy entró en el pub con los hombros erguidos y la cabeza bien alta, como si fuese el dueño del local. Recorrió el suelo sucio, con su juventud y su costosa ropa marcando la diferencia. Tenía el aspecto de un joven que le duplicase la edad y el aspecto de los delincuentes de otros tiempos. Parecía justo lo que era: un tipo de armas tomar.
La gente le hacía gestos en señal de reconocimiento, gestos que él devolvía. Dependiendo del rango dentro del mundo criminal, o bien asentía, o bien le estrechaba la mano, o bien le daba una palmada en la espalda. Se veía que conocía ese juego y sabía jugarlo como un veterano. Su apuesto rostro, como siempre, ocultaba sus verdaderos sentimientos. Siempre parecía contento de encontrarse con alguien, les hacía sentirse importantes, y hasta con las mujeres intercambiaba un guiño o una sonrisa. Las mujeres estaban locas por él porque tenía esa atracción animal que poseen todos los hombres violentos. Muchas mujeres se sentían atraídas por hombres como ése, les seducía la idea de estar con alguien tan peligroso, aunque a veces supusiese el fin de sus vidas. El problema empezaba en cuanto el hombre se sentía aprisionado. Poseerlo era una cosa, retenerlo algo muy distinto. Sin embargo, el prestigio que proporcionaba tenerlo como amante ya era más que suficiente como para suscitar el interés de las mujeres, para trabajar horas extras con tal de llevarse los beneficios de dicha asociación. Y los beneficios eran muchos para una jovencita que no tenía otra cosa que una bonita figura y sentido del gusto para vestirse. Dicha asociación era como un pasaporte a una vida de comodidades y, en muchos casos, hasta de lujo, especialmente si el hombre terminaba casándose con ella. Unos cuantos hijos aseguraban una cuenta bancaria, siempre y cuando el hombre en cuestión no terminase en chirona, claro. Puesto que la mayoría de las muchachas que había en el pub eran chicas de escuela, Danny se encontraba en su salsa. Se quedó de pie en la barra, haciendo alarde de su coraje y de su buen aspecto, y esperó a que las chicas se le acercasen. Cuando pidió una copa, se dio la vuelta y se dirigió a su padre, que estaba sentado sobre un taburete:
– ¿Quieres otra?
Danny sonrió mientras su padre sonreía nerviosamente. A él le encantaba la inquietud que suscitaba allá donde iba, le encantaba saber que ahora era alguien importante, alguien a quien se debía respetar porque ya se había forjado una reputación. El hecho de que hasta los más mayores le tratasen con respeto era como un bálsamo para su alma torturada, algo que necesitaba y que, cada vez que experimentaba, deseaba más. También le encantaba el sentimiento que provocaba en su padre porque sabía lo duro que le resultaba andar por ahí dándoselas de alguien y saber que eso sólo podía hacerlo porque él, Danny Boy, se lo permitía. Una sola palabra de su boca bastaría para que a ese viejo estúpido lo pusieran fuera de órbita sin dudarlo. Sin embargo, ver el respeto que inspiraba su padre era una prueba más de su importancia y eso le llenaba de orgullo. Además, el viejo, a veces, resultaba de utilidad, pues tenía un olfato del que ambos se beneficiaban a ojos de los demás. Miró a su padre con una expresión de mofa en el rostro y luego lo ignoró, pues palpaba el ambiente que había creado con su sola presencia y eso le encantaba. Se percataba de que la gente lo miraba a escondidas, temiendo que sus miradas pudiesen encontrarse y, al mismo tiempo deseando que los saludara a ellos en particular porque eso resaltaba su reputación. Era un sentimiento de poderío que le entusiasmaba.
Lawrence Mangan era un hombre de pocas palabras. Un hombre tranquilo, con un aspecto inofensivo, amable hasta más no poder, generoso en extremo y loco como una cabra. Era alto, robusto, con unos ojos azules que siempre parecían sonreír y siempre estaban al acecho de lo que fuese. Se le conocía en todo el Smoke y era respetado por todo el mundo, incluso la pasma sentía una especie de respeto morboso por él porque sabían que andaba metido en todo, aunque jamás habían podido probarlo. De hecho, no estaba fichado y ni tan siquiera le habían puesto una multa.
Lawrence Mangan, Lawrie para sus amigos, disponía de una serie de hombres sumamente leales que eran los únicos que sabían lo peligroso que podía llegar a ser. Las pocas personas que habían cometido la estupidez de decepcionarle tenían la costumbre de desaparecer de la faz de la tierra y no dejarse ver jamás.
Lawrence Mangan sabía cómo evitar verse inmiscuido y también sabía que la única forma de sobrevivir en ese mundo era contratando a lo mejor de lo mejor. Tenía como norma tratar sólo y exclusivamente con personas en las que confiaba plenamente, personas que ganaban un buen sueldo y que eran lo bastante listos para saber que él no era un tipo al que le gustasen las bromas. En el pasado había despachado a muchos hombres, a sabiendas de que el trabajo sucio tiene que hacerlo uno mismo para que nadie te delate. La gente, la pasma incluida, podía pensar lo que quisiese, pero para acusarle se necesitaban pruebas y eso no resultaba tan sencillo tratándose de Lawrence Mangan.
Ahora, sin embargo, se enfrentaba a un dilema. Uno de sus antiguos socios, un buen amigo, había tenido la desgracia de ser arrestado, algo que de por sí no le preocupaba. Lo que sí le inquietaba es que el hombre en cuestión había salido en libertad bajo fianza y, lo que es más, estaba sentado en el mismo bar que él y simulando que nada había pasado.
Para cualquiera que viviera en ese mundo, y conociendo sus antecedentes, las probabilidades de que saliera en libertad condicional eran tan escasas como las de echarle un polvo a Doris Day. Por eso, Lawrence tenía sus sospechas. Jeremy era una de las pocas personas que podían hacerle daño de verdad, por eso tenía que asegurarse de no concederle esa oportunidad. Si Jeremy estaba a punto de venderle, algo que probablemente estaría considerando porque otro arresto significaría que no saldría a la calle hasta que sus hijos estuvieran chocheando, tenía que evitar a toda costa que eso sucediese. Si era cierto que ya había hablado más de la cuenta, algo que daba por hecho, entonces no había duda de que estarían vigilándolo y, por tanto, tenía que asegurarse de no verse implicado si algo le sucedía a Jeremy. Pensó que debía asumir el hecho de que Jeremy ya les había suministrado suficiente información como para estimular un interés personal por él. Seguro que no les habría dicho nada importante hasta que ellos no le hubiesen ofrecido un trato decente, pues sabía que, cuando se hace un trato con la pasma, nunca se proporciona la información más importante hasta que no se tienen las garantías por escrito. Todo el mundo sabía que la pasma no es de fiar cuando se trata de negociar con criminales habituales.
Es posible que Jeremy tuviera razón al decir que había sido un golpe de suerte, es posible que dijera la verdad cuando aludía que todo había sido obra de un milagro, pero ése no era un argumento que estuviese dispuesto a aceptar Lawrence. Jeremy tenía los días contados, aunque él no lo supiese todavía.