Mientras le daba un sorbo a su oporto, Lawrence pensó que posiblemente él también tuviera los días contados por culpa de ese traicionero cabrón. Aunque no podía demostrar nada, había aprendido con la experiencia que más valía prevenir que curar. Sonriendo, levantó el vaso en señal de brindis y observó cómo el muy cabrón le devolvía el gesto y la sonrisa. Tratándose de Jeremy, tenía que utilizar la inteligencia, pues era un perro viejo y seguro que andaba al acecho de cualquier cosa que le resultase sospechosa. No le quedaba más remedio que utilizar a alguien de su círculo para resolver el problema definitivamente, lo cual tampoco le hacía demasiada gracia.
Jeremy era demasiado astuto como para permitir que nadie que él conociera se le acercase demasiado, por lo que tenía que ser sorprendido por alguien desconocido. Al igual que ahora. Jeremy no sospechaba que él ya lo había calado, que en ningún caso le hubieran concedido la condicional y lo hubieran llevado en un taxi desde la comisaría hasta el pub si no fuera porque se había ido de la boca. La única manera de salir era metiendo a alguien en su lugar, de eso no le cabía duda. Pues bien, ése no sería él.
Necesitaba una cara nueva, alguien joven que estuviese dispuesto a dar el paso que hay entre una buena vida y una vida de esplendor. Necesitaba de alguien inteligente que supiera mantener la boca cerrada y que fuese lo bastante fuerte como para llevarse por delante a Jeremy sin dudarlo. De hecho, necesitaba encontrar a un nuevo Jeremy que fuese capaz de quitar de en medio al viejo. Pensar en eso le hizo sonreír. Mientras escuchaba toda la charlatanería a su alrededor empezó a planear tranquilamente la forma de eliminar a su viejo amigo, algo que debía hacerse lo antes posible. Como decía su abuelito, o cagas o te levantas de la taza. Conocía a la persona indicada para hacer ese trabajo y pensaba resolverlo cuanto antes.
Mientras observaba cómo fanfarroneaba su padre en el bar, Danny se preguntó por qué no sentía nada por él, ni siquiera rabia. Bueno, la verdad es que no sentía nada especial por nadie. Quizás en algún momento había llegado a querer a su madre, pero últimamente lo había decepcionado porque se había dado cuenta de que sólo había cuidado de ellos por lo que dijera la gente. A los ojos de todo el mundo, él aparecía como un buen muchacho y quería seguir conservando esa imagen. La gente admiraba su lealtad, aunque ésta no existiera. El no era de los que tenían problemas de conciencia, ni de los que dejaban que los asuntos le arrebatasen el sueño. Su vida consistía en hacer dinero y demostrarle al mundo entero que era alguien. De hecho, ya lo consideraban alguien de suma importancia.
El olor a cigarrillos y cerveza rancia invadía sus fosas nasales y además le recordaba a su padre. El ambiente del pub estaba sumamente cargado, exacerbando el olor del perfume y de la ropa barata. Esperaba algo más de sí mismo, mucho más.
Vio a Louie entrar al bar y recibió con agrado la bocanada de aire fresco que trajo con él. Nada más verlo, se dio cuenta de que aquella noche sería decisiva en su vida. Se bebió la copa de un trago y se dirigió al reservado, tranquilamente, sin que nadie le bloquease el paso y consciente de que todos le estaban observando, especialmente las chicas. Al cruzar la puerta sintió su propio poder cuando todas las miradas se posaban en él.
– Eres todo un dilema, ¿lo sabías?
Danny se rió.
La habitación era pequeña, tenía el papel de la pared despegado y una moqueta sumamente gastada, además de ese aroma de desesperanza que impregnaba hasta los mejores locales del este de Londres. Era un lugar para hacer dinero, pero no había por qué hacer publicidad de ello.
– Tienes buen aspecto, Louie. ¿Cómo te va?
Louie se percató de lo mucho que había cambiado el muchacho y, en parte, lamentaba ese cambio. Ahora se había convertido en un hombre y, después de esa noche, si aceptaba el trabajo que iban a ofrecerle, jamás escaparía de esa vida. Si hacía lo que le pedían, se convertiría en un elemento permanente de esa sociedad. En pocas palabras, que pensaba ofrecerle la credibilidad que tanto ansiaba Danny. Para él era una situación en la que llevaba todas las de ganar, pero para Danny sería escribir su destino definitivamente. Ten cuidado con lo que deseas porque puedes conseguirlo.
Ange Cadogan estaba tomando el té y escuchando La voz misteriosa en la radio cuando su hijo entró en la cocina. Como siempre, traía el olor de la calle, algo peculiar en él a pesar de la loción tan cara que utilizaba y sus costosos trajes. Empezó a abrir los cajones y a sacar cosas, siempre con movimientos precisos y cuidados.
– ¿Qué buscas?
Danny la miró por encima del hombro y, sonriendo, dijo:
– Si alguien pregunta, di que llegué a eso de las once, ¿de acuerdo?
Ange ni se molestó en contestarle.
– ¿Para qué quieres todo eso?
Vio el cuchillo de la carne, el del pan y el pelapatatas envueltos en un trapo limpio.
Danny no le respondió.
– Cuando llegue el viejo, dile que me has visto irme a la cama.
Se metió el paquete dentro del abrigo y añadió:
– Aún está en el pub, borracho como una cuba. No se te ocurra decirle nada de esto, ¿de acuerdo?
Ange asintió y agachó la mirada.
– Hay dinero en el cajón de arriba de mi cómoda. Coge uno de los grandes y haz lo que quieras, llévate a los chicos fuera y no vuelvas hasta que yo te lo diga. Limítate a llevártelos de aquí y tener la boca cerrada.
Ange no respondió y eso le fastidió.
Cuando salió del piso, pocos minutos después, Ange suspiró, preguntándose en qué estaría metido ahora. Ange no se movió de su asiento. La tregua seguía en pie, pero últimamente prefería pasar por alto la conducta de su hijo y simular que todo iba a pedir de boca. De hecho, estaba más interesada en cuándo vendría su marido y en qué condiciones. Era la única forma de soportarlo. Se dio cuenta de que si no pensaba mucho en ellos y se concentraba en sus otros hijos, su vida resultaba mucho más soportable.
Michael se dio cuenta de que lo que estaba a punto de hacer lo catapultaría dentro del mundo real. Hasta aquel momento, se había limitado a ser el cerebro de la sociedad, pero ahora le había pedido que participara en la tarea que se le había encomendado a Danny Boy para que conquistara el mundo y sabía de sobra que, si se negaba, estaría acabado para siempre. Danny, además, dependía de él para que ese trabajo nocturno saliera bien y pudiera llevarse a cabo sin el más mínimo inconveniente. Por otro lado, se percataba de que Danny quería que se involucrase porque de esa forma no podría salirse de la sociedad, ya que, si todo salía como lo tenían planeado, se convertiría en un miembro hecho y derecho de la comunidad delictiva. Era un asunto muy serio que, o bien los consolidaba, o bien los marginaba para siempre, por lo que debían evitar hasta el más mínimo error, algo de lo que se encargaba Danny. Después de esa noche ya no habría vuelta atrás. En realidad, no se sentía preparado para esa clase de negocios y, por un momento, pensó que aquello sería salirse del campo de acción de su pequeña sociedad, a pesar de que dicha sociedad sólo tenía éxito gracias a la reputación de Danny Boy, pues a él sólo lo consideraban sencillamente su socio, su compañero. No cabía duda de que era Danny quien gozaba de esa reputación, quien se la había ganado y quien no había desaprovechado ninguna oportunidad para afianzarla. Michael se dedicaba al aspecto financiero, pero era Danny quien se aseguraba de que no faltase la fuente de ingresos. La familia de Michael dependía de él, al igual que la de Danny; en pocas palabras, que había hecho un pacto con el diablo y ahora ese cabrón exigía su trozo de pastel.
Por eso se encontraba en un sótano húmedo de Bow Road esperando a que Danny Boy acabara con su última víctima, sólo que esta vez no le iba a romper las costillas o mandarle un mensaje de advertencia, sino que pretendía hacerla desaparecer. Era una empresa muy arriesgada, en la cual se había involucrado por miedo a que Danny se enfureciera y porque necesitaba cuidar de su familia; de no ser así, habría salido corriendo.