Amor y deseo, dos cosas completamente diferentes aunque no te dieses cuenta de ello hasta que madurases y tuvieras unos cuantos niños pegados a tus faldas; es decir, demasiado tarde para corregir tus errores, ya que, para entonces, te veías unida a un hombre que no sólo te había faltado el respeto, sino al que necesitabas en todos los sentidos y por las razones menos convenientes. El dinero, sin duda, la principal, pero también el miedo a la pobreza y a no poder pagar el alquiler. Pues bien, eso no iba a sucederle a su Mary si estaba en su mano evitarlo. Pensaba reservarla y el que asistiera a misa a diario formaba parte de su plan. Si conservaba su figura y su virginidad, algún día tendría lo que quisiera y, aunque ahora no se daba cuenta de ello, más tarde se lo agradecería. Después de todo, la vida ya era demasiado dura sin necesidad de caer en manos de alguien que no supiese valorarla.
En cuanto comenzó la misa, agachó la cabeza y rezó pidiendo el consejo que tanto necesitaba. Dios era bueno, al igual que su hija, y ella pensaba asegurarse de que continuara así. No quería que la historia de su vida se repitiese; ella conseguiría todo lo que un buen hombre puede proporcionarle a una mujer y ese día pensaba aprovecharse de la buena suerte de su hija. Por mucho que la gente pensase lo contrario, ella se lo había ganado.
Ange había vestido a los niños con sus mejores ropas y los había llevado al cine; su hijo le había pedido educadamente que se los llevase ese día. Resultaba un tanto extraño para ellos, a pesar de que ahora no les faltaba dinero. De hecho, se había dado cuenta de que, ahora que podía, jamás tenía ganas de llevarlos a ningún sitio. Una cosa era prometer algo y otra muy distinta llevarlo a cabo.
Que su hijo se asegurase de que no les faltase de nada le enorgullecía, pero que su marido tuviera que ser vilipendiado y humillado en su propia casa le molestaba enormemente. Sin embargo, no le había quedado más remedio que resignarse porque pensar en volver a los tiempos de antes la aterrorizaba, más ahora que se oían rumores de que Danny Boy había cortado sus relaciones con Mangan y no sabía cómo iban a terminar las cosas.
Danny era un tipo duro, un hombre de armas tomar, y la avergonzaba admitir que hasta ella, su propia madre, le tenía miedo. Si era sincera y honesta, ni ella misma sabía a ciencia cierta de qué era capaz. Que fuese alguien conocido y que su reputación le hubiese proporcionado el respeto que ella siempre había anhelado, ahora no le importaba lo más mínimo. Resultaba sorprendente con qué facilidad se había olvidado de lo que su marido había llegado a ser en sus buenos tiempos, con qué facilidad había reescrito la historia a su modo haciéndole parecer un santo que se había alejado del buen camino porque había sido mal aconsejado. Desde que su hijo lo había puesto en su sitio, se había convertido en el marido que siempre había deseado tener. Ya no sentía simpatía por nadie y era incapaz hasta de tener el más mínimo rollo con una mujer, de lo cual se alegraba. El decía que era impotente, pero ella sabía que en realidad ya no la deseaba. No desde que había perdido a su último hijo y Danny Boy había dejado claro cuál era la situación. Desde entonces, sus relaciones físicas se habían ido reduciendo gradualmente hasta quedar en nada. Ella se consolaba pensando que tampoco tenía nada con nadie, pues su hijo no sólo lo había dejado tullido, sino que le inspiraba tanto miedo que no podía mantener ninguna relación con nadie. Además, ¿quién iba a querer algo de él? Ahora hablaban, tenían la relación que ella había deseado desde siempre, pero tampoco se podía decir que fuese gran cosa. Sus flirteos habían sido la causa de muchas de sus peleas de las que nunca había salido victoriosa, amén de que las reconciliaciones posteriores le habían dejado huella. Ahora deseaba que esos tiempos volviesen, aunque eso no sucedería, y lo único que tenía era un hijo que toleraba a su padre y, si era sincera, asustaba a su madre. No había duda: Danny había cambiado mucho y no precisamente para bien.
Mientras miraba a sus hijos más pequeños pensó en lo mucho que había esperado de la vida y en lo poco que ésta le había dado.
Michael Miles estaba exhausto y, cuando se sentó en la impecable cocina de Ange, bostezó sonoramente. Danny Boy, sin embargo, parecía completamente despierto e iba de un lado para otro por la rabia contenida. Se movía nerviosamente y se veía que estaba irritado y molesto porque sabía que Mangan le iba a dar un tirón de orejas. Danny consideraba tal cosa una ofensa personal y empezaba a sentirse más irritado que de costumbre porque sabía que la gente estaría al tanto de aquello. Se le podían hacer o decir muchas cosas a Danny Boy, pero llamarle la atención y ponerlo en ridículo en público no era precisamente una de ellas. Eso era algo que cualquiera que le conociese trataría de evitar por todos los medios.
Mangan, sin embargo, no era de los que lo conocían muy bien, por eso Michael estaba seguro de que ese día iba a ser otro más de los muchos que más valía borrar de su memoria. Danny era una estrella en muchos aspectos, un buen colega y un amigo generoso que sería capaz de asesinar por él, de eso estaba seguro. Desgraciadamente, para su sorpresa, también había descubierto que era capaz de asesinar a alguien por mero capricho. Danny era de esas personas que disfrutan con su notoriedad y estaba decidido a aprovecharse de ella. También era de los que no admitían críticas, aunque viniesen de alguien como Lawrence Mangan, que no sólo le proporcionaba su sustento, sino que asustaba a cualquiera que conociese.
– ¿Qué pasa? ¿Te estás durmiendo?
Michael sonrió, aunque no estaba de humor.
– Por supuesto que no, pero estoy hecho una mierda.
Danny Boy asintió y empezó a deambular de nuevo por la habitación. Sus pasos retumbaban sobre el linóleo y tenía los puños apretados. Se veía que estaba preparado para cualquier eventualidad que se presentase.
– Relájate, ¿quieres? Mangan no es un gilipollas, Dan, y comprenderá la parte económica de la situación cuando le contemos lo que sucedió. Pero prométeme que no le ofenderás innecesariamente ni te pondrás a gritarle. Recuerda que le necesitamos más que él a nosotros, al menos de momento.
Sólo Michael podía decirle semejante cosa y ambos lo sabían. De haber sido otro, ya se podía dar por muerto. Precisamente esa cualidad suya era una de las más admiradas por los mayores. Danny vivía de acuerdo con las viejas normas y eso haría que siempre se mantuviese en una buena posición. Tenía la arrogancia propia de los gánsters de los viejos tiempos, la necesidad de ser apreciado por lo que era y la decisión de hacerse tratar como creía que merecía ser tratado, y no sólo por el público en general, sino también por sus contemporáneos. En muchos aspectos, era un matón que esperaba que hasta la gente decente viviera según sus normas delictivas. Era algo tribal que a Michael le recordaba la época en que lo único que tenía la gente era el respeto, algo a lo que confería suma importancia. Si no se los respetaba, sus egos, lo único que los distinguía de los demás, se veían afectados.
– Me portaré bien, siempre y cuando no empiece a joderme. Tenemos derecho a llevarnos un pellizco y él lo sabe, o al menos debería saberlo.
Lo dijo con la convicción acostumbrada. Danny pertenecía a la vieja escuela y, como creía que todos vivían bajo su mismo código, cuando alguien lo contrariaba, lo decepcionaba y le provocaba una pena indescriptible.
Llamaron a la puerta y Michael se sintió salvado. Por fin había llegado Mangan y fue a abrir la puerta con una extraña sensación en sus entrañas. Danny era de los que se ofendía a la más mínima y a Mangan le sucedía otro tanto. Michael tenía los nervios hechos polvo, pero trató de disimularlo y lo recibió con una sonrisa amistosa en el rostro; era lo menos que podía hacer.