Hasta Danny Boy se sentía dolido por haberle tenido que llamar la atención a su hermana, pero si había algo que no soportaba era la falta de respeto. Su madre, por muy bajo que fuese su concepto personal de ella, seguía siendo su madre y, como tal, debía ser tratada con respeto.
Libro segundo
El odio tarda mucho tiempo
en arraigar y el mío
ha ido creciendo desde que nací;
no por la salvaje tierra…
Creo
que este odio es por mi propia especie.
R. S. Thomas, 1913-2000
Those Others
Capítulo 10
El casino no estaba demasiado lleno y Danny Boy escudriñó con la mirada los pocos clientes que quedaban. Sonrió y saludó a los clientes habituales y miró con su acostumbrado desprecio a los restantes. Sabía a quién debía tener de su lado y a quién ignorar, ya que eso se había convertido en parte de su rutina. La gente, además, esperaba eso de él, pues se había forjado una reputación. Era amistoso, aunque no empalagoso, con cualquiera que se hiciera respetar y tuviera contactos. Los trataba como si fuesen sus ¡guales y no le importaba soltarles una reprimenda cada vez que creía que se habían pasado de la raya. Los demás estaban muy por debajo de él y, por tanto, no merecían ni la más mínima consideración.
A los veinticinco años se había convertido en un hombre robusto de anchos hombros al que le sentaban muy bien los trajes caros. Tenía el pelo corto y peinado como los chicos de escuela, además de mantenerse en buena forma. Tenía la constitución de un boxeador y la agilidad de un hombre menos corpulento. Aún conservaba su aspecto juvenil, sólo que ahora le habían aparecido algunas arrugas en la frente. Tenía el aspecto de un hombre duro, hasta cuando reía o bromeaba con la gente. Había algo en él que inspiraba miedo a todas las personas con las que se relacionaba. Cuando explotaba, cosa que sucedía con frecuencia, había que verlo. Sus fuertes músculos se tensaban por la cólera y cobraba el aspecto de lo que era en realidad: un tipo de mucho cuidado, un lunático dispuesto a conseguir lo que se proponía. Siempre y cuando no lo arrestaran, no había duda de que iba camino de convertirse en uno de los más poderosos.
Mientras cruzaba el vestíbulo, miró a todos los rincones y, cuando se aseguró de que todo estaba en orden, se dirigió a su pequeña oficina en la parte de atrás para tomarse un descanso.
Era la madrugada del domingo y todavía le quedaban algunos asuntos que resolver. Entró en el pequeño aseo que estaba oculto por una cortina de terciopelo gruesa y, quitándose la chaqueta, abrió el grifo a tope. Mientras el agua se enfriaba, se remangó la camisa y se remojó la cara y la nuca. El agua estaba tan fría que le hizo temblar y luego se secó con una toalla áspera, frotándose fuerte para calentarse la piel. Era algo que hacía con cierta frecuencia, siempre que estaba cansado, ya que dedicaba muchas horas a sus diferentes asuntos. Sin embargo, eso le agradaba; le agradaba estar ocupado y parecer que lo estaba. Era otra forma de ganarse la vida. Oyó que Michael entraba en su oficina y salió a saludarlo.
Danny tenía su acostumbrada sonrisa en la cara y Michael se sorprendió, como siempre, de su buen aspecto, teniendo en cuenta lo cansado que debía de estar.
– ¿Lo has conseguido?
Michael asintió y sirvió una copa para los dos mientras Danny se arreglaba. Mientras se ponía la chaqueta, preguntó:
– ¿Cómo está tu madre?
Michael sacó un paquete del bolsillo y lo colocó encima de la mesa.
– Aún vive, aunque ni los puñeteros médicos se lo explican. Pero no creo que dure mucho. He puesto los otros dieciocho paquetes en el lugar de costumbre.
Michael se bebió el whisky de un sorbo. Aunque su madre había sido una verdadera pesadilla, seguía siendo su madre. Lo que le molestaba era la vergüenza que tenía que pasar, ya que todo el mundo sabía que estaba en el hospital. Le daban ataques de delirium trémens y gritaba y maldecía mientras su cuerpo se retorcía de dolor por la falta de alcohol.
– Está más amarilla que una margarita, pero aún sigue pidiendo que le den una copa.
Danny se quedó callado durante unos instantes. No sabía qué decirle a su amigo en un momento como ése.
– ¿Y cómo lo lleva Mary?
Michael se encogió de hombros.
– No lo sé. Apareció cuando me marchaba. Kenny la acercó, pero no se paró.
Se le notaba en la voz la rabia contenida, la rabia que le provocaba que su hermana estuviera acostándose con Kenny Douglas. Tenía veinticinco años más que ella y no era precisamente de fiar. De hecho, era un chulo, un chulo vicioso al que le gustaba intimidar a las mujeres. Así se ganaba la vida, intimidando y utilizando a los jóvenes que trataban de abrirse camino. No resultaba extraño que jamás se le hubiera visto en comisaría; él sólo utilizaba las amenazas y la intimidación, pero se valía de los jóvenes para que hicieran el trabajo sucio. A ellos parecía no importarles lo que les pudiera caer encima con tal de que se supiera que formaban parte de su banda, ya que eso les garantizaba cierto respeto. Kenny, además, se aseguraba de que a sus familias no les faltase de nada; por eso, a los ojos de todos, parecía un hombre benevolente cuando era un simple manipulador. Ahora estaba manipulando a la hermana de Michael y eso, a éste, lo roía por dentro. Sin embargo, como era un capo con muchos contactos, además de compañero de escuela de Lawrence Mangan, no le quedaba más remedio que callarse y mostrarle respeto.
– Ese tío es un gilipollas.
Danny no respondió. Se limitó a coger el paquete y, sosteniéndolo en la mano, le quitó parte de la envoltura de plástico y le dio un mordisco en la esquina. A los pocos segundos tenía los labios adormecidos y había conseguido relajarse un poco. Era de muy buena calidad y la soltaría de momento. A eso se dedicaban ahora: a las drogas de diseño, a los clubes y al juego. Esas tres cosas les habían permitido abrir el casino y comprar un par de pubs. Trataban de no llamar demasiado la atención, pero los que estaban metidos en el meollo les observaban con interés, tal como esperaba Danny. Ya había algunos que se les habían acercado para pedirles que hicieran algunos trabajillos al margen de Lawrence y todo se debía a que no les faltaba nunca ese polvo blanco. Tenían los contactos necesarios y la capacidad para ser los únicos que lo suministrasen. Nadie podía venderlo sin su permiso y se habían asegurado de que todo el mundo lo supiese. A cualquiera que pretendiera hacerse rico negociando con drogas se lo convencía de que lo dejara con el palo de un hacha o una cadena. El castigo se aplicaba con severidad y prontitud, tal como debía ser procediendo de Danny. Ahora se habían quedado con prácticamente todo el negocio y estaban ganando dinero de verdad. Ese polvo les proporcionaría todo el que necesitaran. Unas pocas semanas más y saldrían a la luz, cosa que harían de forma violenta y tan explosiva que los catapultaría a la estratosfera del mundo criminal. Danny esperaba con ansiedad que llegase ese día.
Mary miró a esa piltrafa de mujer que una vez había sido su madre y trató de contener su impaciencia. Lo único que deseaba es que se muriese y los dejase en paz de una vez por todas. Sin embargo, allí estaba, balbuceando, y su cuerpo, que un día había rebosado vitalidad y energía, era un esqueleto con piel colgando de los huesos. Parecía tan frágil que hasta su pelo, del que presumía en su época gloriosa, se había vuelto pajizo. Ahora estaba debilitado, quebradizo y de un color apenas discernible. La bebida era algo terrible cuando se metía en el alma de las personas. La bebida había convertido a su madre en esa caricatura de mujer y no había sido nada agradable verlo. Ella había sido causa de mucho dolor y sufrimiento en su vida y ponía difícil a sus hijos, como de costumbre, hasta el hecho de morirse.