Cuando la señora Dickson cerró la puerta, Danny miró al joven que se quejaba tirado en el mugriento suelo. Consciente de que lo observaban a través de muchas cortinas, levantó al muchacho con delicadeza y lo metió de nuevo en el piso. Echándolo sin demasiada amabilidad sobre el sofá, miró la sangrienta cara del muchacho y decidió dejarle vivir. Sabía que, una vez más, había causado una pequeña conmoción, por lo que todos los vecinos hablarían de él con suma amabilidad, lo cual enriquecería más la reputación que ya se había ganado. Cuando entró en su casa, vio que Michael estaba sentado a la mesa de la cocina y recordó que su amigo acababa de perder a su madre. Se acercó a él, lo abrazó estrechamente y, cuando vio que Michael se echaba a llorar, le susurró una y otra vez:
– Lo lamento mucho, colega. Lo lamento mucho.
Big Danny Cadogan escuchaba la voz cordial y afable de su hijo y se sorprendió más que nunca de su carácter tan variable. Acababa de zurrar al vecino por lo que consideraba una infracción a su espacio privado y, en cuestión de segundos, se comportaba como el mejor amigo, como el tipo más decente del bloque. Big Dan, sin embargo, era de los que sabían que todo era teatro. A fin de cuentas, todo lo que su hijo hacía era puro teatro. Desgraciadamente, la mayoría de las personas de su mundo no se daban cuenta de ello hasta que era demasiado tarde.
Mary Miles yacía tendida en la cama, mirando el techo mientras su novio, con el que llevaba saliendo dos años, le acariciaba el cuerpo. Era lo que menos le apetecía en ese momento. Los torpes intentos de consolarla por parte de Kenny se habían convertido en deseo sexual, tal como había pretendido. Con Kenny, cualquier cosa terminaba en sexo. Aunque le proporcionaba todo lo que necesitaba -dinero, prestigio y un ropero que era la envidia de sus amigas-, ella continuaba siendo muy desgraciada, pues la muerte de su madre le había afectado más de lo que esperaba. De hecho, imaginar que ya no volvería a verla le resultaba aterrador. Aunque su madre había sido una pesadilla, Mary, después de todos esos años, había empezado a comprender por qué había recurrido a la bebida. Mary ya tenía más de una amiga que esperaba un hijo, alguna incluso el segundo, mujeres que ya se habían dado cuenta de lo difícil que era sobrevivir sin una fuente de ingresos o un salario semanal. Pues bien, tal como le había prometido a su madre, eso no le sucedería a ella y, aunque ese hombre no le agradase mucho, se portaba bien con ella y la protegía, cosa que ella le agradecía.
Michael se estaba abriendo camino en su mundo y, entre los dos, cuidarían de Gordon lo mejor que pudiesen. Una vez más se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las secó. Llorando no iba a solucionar las cosas y Kenny no la dejaría en paz hasta que no saciara su apetito sexual. Percibía el olor ácido de su cuerpo rechoncho. Aunque se diese un baño, aún olía a las cloacas de su barrio. Supuso que a ella le sucedería otro tanto, aunque lo enmascarase con perfume y maquillaje con intención de olvidarse de donde procedía. Pobre Kenny. Por muchos coches grandes que tuviera, seguiría siendo lo que era: un chico de los barrios bajos, un capo, algo que resultaba evidente por el oro que llevaba y los trajes que vestía. Por mucho dinero que tuviera, carecía por completo de gusto y esa faceta de rico no terminaba de sentarle bien. Se sentía más cómodo en un garito o en el pub de la esquina que en un buen restaurante o en un club decente. Como decía su madre, si sacas a un muchacho de East End…
Cuando Kenny la penetró, sintió el estremecimiento que marcaba el final de su asalto corporal. Ella le abrazó estrechamente, lo arropó entre sus jóvenes brazos y simuló el amor que sabía que ansiaba. Ningún hombre en su sano juicio creería que sin dinero y un estándar decente de vida tendría a la mujer de sus sueños. Ésa era una de las razones por las cuales los hombres deseaban el éxito. Una mujer guapa cogida del brazo era todo lo que necesitaban para demostrarle al mundo que lo habían conseguido.
No obstante, era un trato justo. A cambio de eso, él le daba a ella todo lo que le pedía. Y Mary Miles era de las que pedían mucho.
– ¿Has disfrutado, mi niña?
Tenía la voz pegajosa por las flemas y Mary sintió que la bilis se le venía de nuevo a la boca. Cuando tosió para aclararse la garganta, carraspeando sonoramente, sintió unos deseos enormes de atacarle físicamente del asco que le daba. Sin embargo, como siempre, dibujó una sonrisa en su encantador rostro y asintió. Él jamás le preguntaba muy insistentemente por miedo a que le respondiera sinceramente y se rompiera ese tenue lazo que hacía que la conservara a su lado en la cama.
– ¿Te sientes mejor?
Asintió una vez más y se sorprendió de ver que había hombres que habían llegado a esa edad y aún no se daban cuenta de si una mujer había llegado al orgasmo. Mary se irguió, cogió la copa de brandy y el tubo de medicamentos Babycham y se los tomó con ansiedad. Esperaba que la ayudasen a dormir, a encontrar un poco de paz, sin darse cuenta de que su pobre madre había empezado a beber hacía muchos años por la misma razón.
– Gracias, Louie. Te lo agradecemos sinceramente.
Louie se encogió de hombros y Danny observó que estaba envejeciendo, y hasta encogiéndose. Además, se estaba haciendo más frágil. Le dio pena verlo y a él mismo le sorprendió el sentimiento protector que le inspiraba el viejo. Jamás olvidaría que él había sido quien le diera su primera oportunidad para ganarse unas libras cuando su padre lo jodió todo, que él lo había acogido bajo su protección y quien había cuidado de él de tina manera o de otra desde entonces.
– Pensaba que os estaba diciendo algo nuevo, pero por lo que veo sois muy espabilados. Pero escuchad una cosa, muchachos. Sé que estáis planeando algo en su contra y, si os soy sincero, no os culpo por ello. Como veis, me entero de todo. Sin embargo, os quiero advertir: cuando vayáis a por él, aseguraos de que los demás peces gordos saben que lo habéis hecho porque es un chivato. Eso no sólo evitará cualquier objeción por parte de ellos, debido a su edad y posición, sino que os garantizará el apoyo de las personas apropiadas. Es posible que tengáis que dar alguna explicación que otra, pero no tenéis de qué preocuparos porque lo único que necesitáis es el apoyo y la bendición de mucha gente si queréis que vuestro negocio de drogas dé un salto a lo grande.
Michael sonrió. A él le agradaba Louie. Siempre hablaba con sentido común y jamás les soltaba un sermón.
– Me he enemistado con él por defenderos, así que no me decepcionéis.
– Seguro que no, Louie.
– Siento lo de tu madre. Era una mujer extraordinaria.
Michael y Danny sonrieron al ver que intentaba decir algo agradable de ella.
– Es una forma de describirla, imagino.
Por alguna razón, los dos muchachos encontraron el comentario un tanto jocoso y empezaron a reírse. Louie se terminó la copa. Daba gusto quitarse las penas de encima y, si riendo lo conseguían, entonces había que dejarlos reír. Los últimos días habían sido muy extraños.
Mientras los veía reír, Louie se dio cuenta de la ambición y el talante amenazador que los dominaba, ese sentimiento que les hacía creerse intocables e indestructibles. No tuvo valor para decirles que Mangan había sido igual que ellos cuando era joven, alguien que creía que el mundo estaba a sus pies, dispuesto a concederle lo que quisiera. No, no lo mencionó porque no creyó que fuese el momento más adecuado para hacerlo.
Capítulo 11
Gordon Miles se encontraba junto al bloque de pisos, con su buen amigo y ocasional partícipe en conspiraciones Jonjo Cadogan. No podía creer que en unas horas fuera a enterrar a su madre. Le parecía algo irreal, aunque siempre había sabido que no llegaría a vieja porque la bebida acabaría antes con ella. Sin embargo, estaba consternado, pues había formado parte de su vida y, al igual que sus hermanos, en muchos momentos había deseado su muerte. Ahora que finalmente se había ido para siempre, se sentía mal. Se culpaba por sus sentimientos, a pesar de que eran completamente normales.