– Eres una tía de puta madre, no sabes cómo te lo agradezco. Si volviese a casa, me llevarían al paredón.
Mary rió débilmente, algo que ni ella esperaba. Pero lo hizo; ambas rieron con el mismo sentimiento de alivio y por las mismas razones: por haberse librado de un padre que no ocupaba ningún sitio en sus vidas y al que no les había quedado más remedio que soportar.
Mary, sin embargo, estaba enterrando a su madre y, por muy triste que fuese, estaba deseando que todo terminase y seguir con su vida de una vez por todas.
Aún estaban abrazadas cuando entró Michael y les dijo que los coches de la funeraria habían llegado.
– Ha venido mucha gente -dijo Michael aliviado.
De no haber venido nadie para ver el mucho dinero que se habían gastado, su madre era capaz de salir del ataúd y pedir que todo se repitiera. A ella le gustaba el espectáculo, adoraba todo tipo de drama, ser el centro de atención en cualquiera de sus devaneos rutinarios. Michael sólo lamentaba que no pudiera estar presente ese día, pues le habría encantado, ya que estaba justo donde quería estar: en el centro de todo, acaparando la atención de los presentes.
Mary no le respondió. Tenía un aspecto muy sofisticado con ese traje negro de Ozzie Clark y esa falda ajustada de grandes botones color azabache que resaltaba más aún su delgada figura. Tenía el pelo perfectamente peinado, recogido por detrás en una espesa melena rizada; jamás había estado tan bonita. Utilizaba sus enormes ojos con una maestría asombrosa, logrando aparentar una inocencia que había perdido hacía muchos años. Michael se sentía orgulloso de ella y de su aspecto, orgulloso de que hubiera contribuido a realzar el nombre de su familia y orgulloso de que fuese lo bastante fuerte para afrontar los avatares de la vida. Bien sabía Dios que habían tenido que armarse de una coraza para combatir los caprichos de su madre cuando estaba ebria.
Quien realmente preocupaba a Michael era Gordon. El muchacho había sido el favorito de su madre, el que más se había sentido vinculado a ella. Pensaba hablar con Danny Boy para que empezase a hacer algunos trabajillos durante un tiempo, hasta que averiguasen si podía ser una fuente o una pérdida de ingresos.
Cuando bajaron las escaleras, Mary se dio cuenta de que Danny Boy tenía la mirada fija en ella. Ella le respondió con el acostumbrado desprecio, a pesar de que su presencia le hacía saltar el corazón y temblar las piernas. Estaba enamorada de él desde que iban a la escuela, pero siempre lo había mantenido en secreto. Siempre había pensado que si se enteraba, se reiría de ella y la pondría en ridículo.
Danny la miraba con verdadera tristeza en los ojos, por eso Mary bajó la guardia por un momento y le sonrió. La sonrisa le transformó la cara y Danny vio en sus ojos cuánto lo deseaba; por un momento pensó qué tal sería en la cama. Tenía el presentimiento de que sería muy apasionada, aunque estaba seguro de que Kenny no la dejaba satisfecha en ese aspecto. Era demasiado viejo y demasiado poca cosa para que ella pudiera amarlo. Kenny era una forma de conseguir lo que quería y, si no se daba cuenta, era un gilipollas. A él le bastaba un guiño y una sonrisa para quitársela, cosa que no tardaría en hacer. Pensaba hacerlo cuando llegase el momento oportuno y cuando el daño fuera el mayor posible. Danny Boy estaba deseando que llegase ese día.
Hoy, sin embargo, no era el día más adecuado, ni aquél el lugar más propicio para plantearse esas metas, por muy urgentes que fuesen. Hoy era el día de Michael y él estaba dispuesto a que transcurriese sin el más mínimo altercado. Michael, al fin y al cabo, no sólo era su mejor amigo, sino el verdadero cerebro de la sociedad que tenían establecida, por eso lo necesitaba más de lo que parecía.
– Vamos, Mary. Yo te acompaño.
Cuando Danny la estrechó entre sus brazos, Mary se echó a llorar y apoyó la cabeza en su pecho. Lo hizo de la misma manera en que lo habían hecho otras muchas mujeres condolidas, y Danny, siendo como era, utilizó la excusa para sobarla ligeramente. A ella pareció agradarle tanto como a él.
El pub estaba atestado de gente y el calor, combinado con el alcohol, que no sólo era gratuito, sino que se servía en grandes cantidades, había transformado el funeral en un acontecimiento festivo. Eso no resultaba inusual en la comunidad de los católicos irlandeses. La gente aparecía cabizbaja y fingía tristeza, pero para ellos un funeral era la celebración de una muerte, ya que representaba el viaje de esa persona al cielo, a un lugar sin duda mucho mejor. Especialmente si se trataba de una persona tan problemática como la señora Miles. Danny, en medio de toda esa música y ese ajetreo, permanecía junto a sus padres, supervisando lo que poco a poco se estaba convirtiendo en su reino. La gente se acercaba para estrecharle la mano, hasta los padres de sus compañeros de clase le presentaban sus respetos, algo que no pasaba desapercibido para nadie.
Kenny Douglas tenía mala cara y, como percibió Danny, a Mary no le sorprendía. Se suponía que debía estar a su lado, consolándola en el día en que enterraban a su madre, pero actuaba como si fuese un día cualquiera y parecía deseoso de armar bronca. Mary sabía, como todos los presentes, que debería haberle presentado sus respetos a su hermano y a Danny al pie de la tumba. Sin embargo, no se había molestado ni siquiera en fingir un poco de aprecio y eso le había molestado. También les había molestado a su hermano y a su socio. Michael se sintió menospreciado porque, al fin y al cabo, él era su hermano. A Danny le había molestado porque ahora gozaba de una posición que merecía el respeto de los demás, incluso de los capos. Muchas personas habían asistido al funeral para manifestar su solidaridad con ese par de muchachos que estaban provocando tanta conmoción en su mundo. Los saludaron y les dieron el pésame, preguntándose qué podrían sacar de ellos en el futuro y qué tendrían que ofrecer cuando se convirtiesen en parte integrante de su mundo. Estaban en boca de los más grandes, se les consideraba verdaderas promesas. La cuestión estribaba en «cuándo» decidirían dar ese paso. Louie Stein también observaba la situación con su expresión ladina, como si no se diera cuenta de nada cuando se estaba percatando de todo. Eso, decía, era una receta para predecir los desastres. Kenny se había mofado de ellos y su gesto de desprecio no se olvidaría tan fácilmente. Aquél ya era un asunto que exigiría una respuesta por ambos bandos y Louie tenía la impresión de saber quién saldría victorioso cuando eso sucediese a no tardar. Observó y esperó, preguntándose por qué el orgullo terminaba siempre tirado por los suelos. Kenny Douglas estaba a punto de caer de bruces desde lo más alto y, al igual que el padre de Danny, iba a tardar un tiempo en recuperarse.
Mientras levantaba el vaso haciéndole señas a Danny Boy, Louie se dio cuenta de que Kenny lo miraba con obvio desprecio. Se rió abiertamente y levantó el vaso antes de beber a su salud y la de sus esbirros.
Lawrence Mangan también estaba presente y observaba. Para Louie aquel funeral era, en muchos aspectos, una buena plataforma para que Danny Boy dejara claro quién era. Era evidente que algo iba a suceder, pues se veía venir desde hace mucho tiempo: alguien iba a descubrir de lo que era capaz aquel pequeño cabrón.
Siempre le había parecido que los funerales servían para recordar a la gente su inmortalidad, al mismo tiempo que les hacía ver que todos morimos, más tarde o más temprano. Esto último con más frecuencia, ya que casi todo el mundo terminaba enfrascándose en una pelea con la persona equivocada. Llegar a viejo y seguir en el ajo era una hazaña difícil de lograr y sólo lo conseguían los mejores de esa casta.
Louie tenía la certeza de que volvería a quedar patente lo que pensaba, les haría ver a todos que una nueva generación se estaba abriendo camino con mano dura y bonitas sonrisas. No era algo nuevo; de hecho, sucede en todos los aspectos de la vida. Hasta los actores famosos tenían que echarse a un lado cuando los jóvenes venían avasallando. Era la ley de la calle y la juventud siempre ganaba esa apuesta. Y la ganaba porque tenía todas las de ganar y nada que perder. Eso era lo que impedía que muchos mantuvieran su estatus, su miedo a perder lo que habían acumulado al cabo de tantos años. Eso les hacía mostrarse más complacientes, les proporcionaba un sentimiento falso de seguridad y los llevaba a cometer errores, algo que las personas como Danny Boy Cadogan olían como un león olfatea a una gacela herida. Era algo instintivo, algo fascinante, algo por lo que merecía la pena vivir. Cuando Danny le devolvió el saludo, Louie se dio cuenta de que había apostado por el caballo ganador. El muchacho ardía en deseos de enfrascarse en una verdadera lucha y, por fin, se había presentado la oportunidad.