Mary estaba en el aseo arreglándose el maquillaje cuando Kenny entró tambaleándose. Estaba más borracho de lo que aparentaba y venía buscando bronca.
Mary llevaba todo el día evitándolo y, al parecer, prefería estar con esa gorda prima suya, o con las mujeres a las que denigraba a diario por su devoción por los hombres que no le daban nada más que hijos y disgustos. Su actitud lo sacaba de quicio con frecuencia y hoy era uno de esos días.
Mary conocía ya esa cara y suspiró preparándose para la bronca que se avecinaba.
– ¿Qué quieres, Kenny?
Su actitud era un claro signo de falta de respeto y de franca hostilidad. Mary también estaba más bebida de lo que pensaba, pero ella al menos tenía la excusa de haber enterrado a su madre.
– ¿Cómo dices?
Kenny tenía ganas de bronca. Cada vez que bebía le sucedía lo mismo, pero hoy no le importaba en absoluto. No le interesaba él ni sus rabietas de costumbre.
– Vete a la mierda, Kenny. No estoy de humor.
Su voz sonó desganada, aburrida, y Kenny se dio cuenta de que así era como se sentía la mayoría de las veces. Se percató de que jamás le había deseado, ni aunque los dos hubieran sido de la misma edad. Él era mayor que ella y eso empezaba a ser un problema entre ellos. Al igual que todos los hombres que iban acompañados de mujeres jóvenes, sabía que estaba con él mientras tuviera algo que ofrecerle. Ahora, sin embargo, ella ya no deseaba nada de él, pues había dejado de ser una novedad.
Aquella situación no había estado mal al principio. Ella era una mujer joven, esbelta y tenía un par de tetas que quitaban el sentido. Al principio había sido sólo sexo, al igual que muchas mujeres antes que ella, pero ahora la amaba, amaba todo su cuerpo, y además su orgullo le impedía dejarla marchar sin pelear por ella. Se dio cuenta de que deseaba romper con él, de que su madre había sido la verdadera razón por la que había estado con él. Ahora, sin embargo, estaba en situación de abandonarlo sin que su madre se pasase el día dándole la tabarra diciéndole lo dura que era la vida sin un hombre que cuidase de ella. Kenny se percató de que deseaba a Danny Boy Cadogan porque había observado la forma en que lo miraba y hasta un perro ciego se hubiera dado cuenta. Cuando la vio allí, de pie, mirándolo con claro desprecio, Kenny sintió ganas de matarla. Deseaba con toda su alma borrarle la sonrisa de la boca y pagarle por cada vez que le había permitido follársela cuando en realidad no deseaba estar a su lado. Se había tragado esa farsa desde el principio y ahora, si pensaba que se iba a marchar en busca de otro sustituto como Danny Boy, dejándolo a él con el rabo entre las piernas, estaba muy equivocada. Él era su dueño, había pagado por ella y no pensaba dejarla marchar hasta que no quisiera.
– ¿Con quién coño crees que estás hablando? ¿Quién coño te has creído que eres?
Apretaba los dientes y la rabia le salía por las orejas. Mary volvió a mirarlo, lamentando en parte lo que iba a hacer, pero decidida a librarse de él para siempre. Una vez más se sintió una mujer joven, como las chicas de su edad. Sabía que con su aspecto y su cerebro podía conseguir cualquier hombre que se propusiera. También sabía que ya no deseaba nada más de Kenny, ni estar en la cama con él, ni tener que soportar su tacañería, ni ver sus ojos de ternera. Todo se había acabado y ambos lo sabían.
– Kenny, hoy no estoy para discusiones. Acabo de enterrar a mi madre…
Kenny sonrió con malicia. La furia que normalmente guardaba en su interior había brotado a la superficie. La estaba poniendo nerviosa, la estaba asustando y, cuando vio el miedo en su rostro, se dio cuenta de que recuperaba su poder sobre ella. No estaba dispuesto a dejarla marchar, y menos aún con Cadogan, pues no soportaría la idea de quedar como un cabrón delante de sus amigos. Ella no se marcharía hasta que él no le diese permiso para hacerlo.
– Por favor, Kenny, no te empeñes. Tú puedes tener la chica que quieras.
Aún continuaba sonriéndole.
– Pero es que la que quiero eres tú. Y tú, pichoncito, no vas a ir a ningún lado. Si crees que te voy a permitir ponerme en ridículo, estás mal de la cabeza. Antes te mato.
Mary sabía que hablaba completamente en serio y el miedo se apoderó de nuevo de ella. Sabía que probablemente tendría un hombre apostado en la puerta, ya que de no ser así, seguro que habría entrado alguna otra mujer. Eso le indicaba que había venido con el propósito de dejárselo claro. Le estaba diciendo que estaba atrapada y, probablemente, estuviese en lo cierto. Yendo al funeral de su madre estaba manifestando su poder sobre ella, recordándole, tanto a ella como a los demás, su derecho de propiedad. Él la había comprado y lo sabía. Precisamente por eso jamás serían felices. La confianza no era precisamente la base de una relación como la suya. Ambos se habían unido por razones equivocadas, pero ella se sentía incapaz de proseguir. Su madre había fallecido y ya no tenía que preocuparse nada más que de sí misma. La bebida, además, le dio ánimos para responder:
– Si tú lo dices. Pero no puedes obligarme a quedarme. No soy tu jodida esposa.
– No te atrevas a meterla en esto. No empieces con tu cantinela de siempre porque…
Se apartó de él y se miró al espejo. Vio que la miraba fijamente, con ojos de desesperación, y sintió un poco de lástima por él. Lo único que lo preocupaba era lo que pensaran los demás, lo que hacían, lo que podían darle y lo que podía sacar de ellos. Para él, ella sólo era una posesión más. Había invertido dinero y tiempo en ella, y creía que eso le daba derecho a hacer lo que quisiera. Sin embargo, Mary estaba decidida a librarse de él, por mucho que se opusiese. Era ahora o nunca y ambos lo sabían. Si se rendía en ese momento, estaría acabada para siempre. El se sentía atraído por ella porque era sumamente independiente, pero una vez que eso cambiase, no tendría el más mínimo inconveniente en cavarle su tumba al lado de la de su madre, porque ese hombre disfrutaría de lo lindo enterrándola.
Se arregló el pelo, echándoselo por encima de sus delgados hombros. Veía el deseo en sus ojos. Con mucha calma respondió:
– Haz lo que quieras, Kenny, pero lo nuestro se acaba esta noche.
Cuando se abalanzó sobre ella, se cubrió instintivamente la cabeza con los brazos porque sabía que iría a por su cara, que trataría de acabar con su belleza y con su espíritu.
Empezó a propinarle puñetazos y ella notó la contundencia de sus golpes en sus débiles hombros. Sin embargo, no estaba dispuesta a ceder ni pensaba rogarle que parase porque eso significaría que saldría victorioso y jamás lograría quitárselo de encima. Estaba dispuesta a dejarle hacer lo que quisiera, luego probablemente la dejaría marchar en relativa paz. Antes tenía que dejar que se desahogase, que le hiciera daño, pues era la única forma de librarse de él definitivamente.
Kenny la apretó contra él y ella se dio cuenta de que trataba de apartarle las piernas. Luego le arrancó las bragas de seda, le introdujo sus gruesos dedos dentro y ella gritó. Empezó a arañarle la cara y los ojos con sus largas y afiladas uñas y empezó a defenderse con todas sus fuerzas.