La pasma les había otorgado a Danny Boy y a Michael el equivalente a una licencia de caza; es decir, algo que les proporcionaba un sentimiento de protección y seguridad total. Por supuesto que pagaban por ello, además de que la bofia nunca es barata, pero valía la pena porque, de no ser así, no podrían llevar a cabo sus sucios negocios con tanta holgura y seguridad. Danny estaba por fin donde había querido estar. Lo triste es que eso aún no le parecía suficiente.
Louie esperaba y observaba como de costumbre antes de hacerse una opinión. Con el paso de los años había aprendido a pasar desapercibido y guardar sus opiniones hasta que conociera toda la historia. Algo que había aprendido es que la gente suele callar sus malas obras más de lo que adornan las buenas. El, sin embargo, siempre se había cubierto las espaldas esperando pacientemente hasta ver en qué dirección soplaba el viento.
Michael parecía en cierta forma más mayor; en realidad, parecía haber envejecido en un santiamén. Mientras Danny Boy siempre había aparentado la edad que tenía, Michael había sido bendecido con lo que las mujeres denominaban en los viejos tiempos un aspecto juvenil. Ahora, sin embargo, alguien parecía haber borrado la inocencia de su rostro, sustituyéndola por suspicacia y hostilidad. No confiaba en nadie, algo que resultaba patente por la forma que tenía de cuestionar hasta los comentarios más inocentes.
Puesto que Louie había presenciado cómo ambos asumían su nuevo papel, consideró que había llegado el momento de decirles lo que los capos esperaban de ellos. Lamentaba tener que decirles tal cosa, ya que vivían con la ilusión de que estaban trabajando para ellos mismos, pero las cosas no eran así, ni la vida tan fácil.
En su mundo, se te permitía funcionar si demostrabas voluntad para ello y estabas dispuesto a hacer una generosa donación de vez en cuando a aquellos que te permitían que te movieses en primera línea. Hasta ahora no habían sabido realmente en qué consistía la parte económica del mundo que habían decidido conquistar, por eso se consideraba la persona más indicada para ponerles al día y, de paso, hacerles entender que dicha situación no era negociable. Les habían permitido funcionar a sus anchas durante mucho tiempo, pero ahora había llegado el momento de meterlos en vereda y utilizarlos como a otros cualquiera.
Sin embargo, eran demasiado astutos y seguro que ya se habían dado cuenta. No obstante, Louie sabía que Danny Boy sería el chico problemático de ese dúo, aunque esperaba que terminase resignándose y haciendo lo que se esperaba de él; es decir, aceptar el destino y esperar su turno como todos habían hecho. Habían sido aceptados, formaban parte ya del mundo que tanto habían ambicionado, pero ahora tenían que demostrar que merecían tal cosa, lo cual siempre resultaba lo más difícil.
Louie confiaba en ellos, al menos en Danny Boy, pues, desde siempre, había observado que poseía una cualidad que, ahora que se había convertido en un hombre, le llevaría muy lejos. Eso esperaba, porque el chico llevaba años trabajando a su sombra. No es que esperase que se lo agradecieran, nada de eso. Al igual que todos los jóvenes, creían que lo habían logrado sin ayuda de nadie, por derecho propio. Pues bien, tenía noticias que darles.
Capítulo 12
Jamie Carlton se reía y lo hacía de tal forma que todo el mundo sabía que se reía de verdad. Era algo que le salía del corazón y resultaba contagioso. Era la única persona que bromeaba con Danny Boy, el único que le hacía reír a carcajadas. Jamie era un muchacho alto y delgado que a los veinticuatro aún no necesitaba afeitarse. Tenía la piel lisa y tan blanca que no podía salir al sol sin ponerse colorado como una loncha de beicon. Su padre, Donald Carlton, era un viejo capo con una risa retorcida y una mente tan pervertida que creía que Jamie no era su hijo, pero, como estaba legalmente casado con su madre, creía que era su obligación responsabilizarse de él. Por esa razón, lo trataba como a un hijo y lo puso a sueldo, pero aun así no lograba sacarse ese resquemor de la cabeza.
Jamie tenía un don para llevar las cuentas, por eso los hombres que trabajaban para él jamás se atrevían a meter las manos en la caja; además, siendo así tenía la esperanza de que las sospechas de su padre fuesen infundadas. Sin embargo, comprendía por qué su padre se sentía de esa forma. Su madre, una mujer encantadora, no era precisamente muy leal. De hecho, la habían visto con más hombres que Danny La Rue. Era una situación un tanto comprometida porque Jamie sabía que lo aceptaban como un Carlton, pero de forma muy tibia, por decirlo así. De hecho, si su padre decidía hacer caso de sus sospechas, se convertiría en un fugitivo en cuestión de segundos, algo que procuraría por todos los medios que no sucediese. Sin embargo, si su padre fallecía, no habría nadie que se atreviera a cuestionar su paternidad y podría seguir con su vida sin esa sombra de duda pendiente sobre él. Puesto que su padre era bajo, moreno de piel, gordo y calvo, Jamie podía comprender que dudara de la paternidad de su único hijo. A pesar de que lo comprendía -después de todo, ya era más alto que él a los doce años-, estaba dispuesto a quitarse al viejo de encima con tal de asegurarse que lo considerasen hijo suyo. Si era su hijo o no, la culpa no era suya, pues él no había tenido ningún control sobre eso. Él era, a todos los efectos, Jamie Carlton, y su padre le había puesto ese nombre en la partida de nacimiento, por tanto era legalmente hijo suyo.
Ahora, sin embargo, las sospechas de su padre se estaban incrementando. Especialmente desde que se veía con una jovencita de veinte años con las tetas de punta y un coño muy activo, algo que Jamie consideraba una amenaza. Un nuevo bebé en la empresa causaría daños sin precedentes, especialmente si el susodicho niño tenía la desgracia de parecerse al feo cabrón de su padre.
Básicamente, deseaba asegurarse de que obtendría lo que le correspondía, lo mismo que lo deseaba para el que llamaban su padre. Él apreciaba al viejo, pero no le quedaba más remedio que cubrirse las espaldas. Eso era algo que tenía en común con su nuevo amigo Danny Boy Cadogan, un hombre que, como él, había tenido problemas con el hombre que lo había engendrado. Al igual que Danny, estaba hasta la coronilla, se le había acabado la paciencia y quería quitarse a su familia de en medio. Al final, siempre se daba cuenta de que no merecían tanto esfuerzo. La familia estaba bien, pero siempre y cuando viviera en otro país.
Cuando se sentaron, Jamie se percató del peligroso aspecto que tenía Danny Boy. Como todos los capos, Danny tenía el don de inspirar miedo y desconfianza a los que le rodeaban, algo que resultaba una herramienta muy útil en su mundo. Hasta la pasma le daba cuartel, aceptaba su nuevo estatus y pasaba por alto sus obvios errores mentales, especialmente que careciera de conciencia alguna y se creyera con todos los derechos del mundo.
Danny Boy Cadogan era lo que normalmente se denominaba un lunático, un tarado. También era un negociador muy hábil que actuaba como si fuese una persona normal, hasta que alguien le ofendía. Llevaban unas cuantas semanas estudiándose mutuamente, pero la cita que tenía con él reforzaría sus relaciones, al menos eso esperaba Jamie.
Las personas como Danny Boy Cadogan eran necesarias para la causa criminal, tanto que, si no existieran, estarían todos jodidos. Las personas como Danny eran las que acababan con los provocadores, las que sabían hacer las cosas a puerta cerrada. Como su padre, Donald, le había dicho, los verdaderos capos eran esos a los que jamás conocías, los que pasaban desapercibidos y encargaban a otros que dejaran su huella en la psique pública mientras ellos se llevaban la pasta y nadie los perturbaba.