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Cuando aparcaron fuera de la oficina, los perros gruñían y ladraban con tal furia que hubieran asustado al más pintado. Estaba oscuro y Arnold sabía que algo no cuadraba en esa reunión pero, como siempre, prefirió no hacer ningún comentario. Esperó a que el guardia viniese en busca de los perros y los encerrara para abrir la puerta del coche con una desenvoltura que hizo comprender a Norman que se había buscado un enemigo de por vida.

Ya dentro de la oficina, la atmósfera estaba cargada de tensión y los cuatro hombres eran más que conscientes de eso. Danny, con una sonrisa amistosa, los invitó a sentarse.

Norman se dio cuenta de que estaba en dificultades, pero intentó hacerles frente. ¿Qué otra cosa podía hacer? Entró en la oficina con unos andares y un talante que denotaba claramente que estaba actuando, que estaba ocultando algo. ¿Pero qué?

Michael observó cómo Danny abrazaba a Norman, cómo se servía una copa y cómo se sentaba como si fuese el miembro más importante de la comunidad. Lo cual era verdad y nadie ponía en duda. Sin embargo, Danny Boy no era una persona que hiciera las cosas sin un motivo, y ahora lo único que podían hacer era esperar para averiguar cuál era.

Arnold se sentó al lado de Michael, interesado en saber de qué iba la cosa, dándose cuenta de que de alguna forma había sido él quien había traído a ese estúpido muchacho hasta aquel lugar para que viviera una pesadilla. Ya se había percatado de lo inquieto que estaba Michael, y, por lo que se veía, tampoco Norman parecía demasiado relajado. Sin embargo, pasara lo que pasara esa noche, aquello no era asunto suyo, ya que cualquiera que pensase que se la podía jugar a Danny Boy estaba descaminado y merecía un castigo. Si Norman se la había jugado, se merecía lo que le fuera a pasar en las próximas horas.

Arnold se sentó tranquilamente, sin armar el más mínimo alboroto. Desde muy joven había aprendido a no desentonar.

– ¿Todo va bien, Norman? -preguntó Danny sonriendo de nuevo y dando la impresión de ser el hombre más feliz del mundo.

Norman sonrió sin ganas. Había oído hablar de ese sitio, pero jamás había estado en él y aquello sobrepasaba sus expectativas porque todo el mundo sabía que ser recibido allí era como una declaración de guerra. Las personas que normalmente eran invitadas a ese local solían desaparecer. Era una leyenda urbana, pero resultaba muy creíble. En los últimos años, muchas personas habían desaparecido y todo el mundo responsabilizaba de ello a Danny. Por supuesto, no lo hacían en su cara, pues eso hubiera sido extralimitarse, pero todo el mundo sabía que si se la jugabas, o si él creía que se la habías jugado, Danny Boy te borraba del mapa.

– ¿Todo bien, Danny? -preguntó Norman nervioso.

Danny sonrió de nuevo, mostrando un rostro completamente sincero.

– ¿Por qué no iba a estarlo? Voy a misa, tengo una hija y una esposa encantadoras y soy un hombre muy afortunado.

Norman asintió. Era demasiado joven para ese trabajo. Se lo habían dado porque disponía de lo que en su mundo se define como buenos contactos y una familia que lo respaldaba, personas que habían garantizado su absoluta lealtad y que jamás hubiesen imaginado que era capaz de tratar de pegársela a Danny Boy Cadogan. Para ellos, aquello resultaba inconcebible. ¿Quién podía ser tan estúpido como para hacer una cosa así?

– Todo el mundo me ha estado comentando lo bien que te lo montas, Norman. Estoy más que contento contigo. Nos has hecho a Michael y a mí un gran favor porque, como bien sabes, nosotros estamos muy ocupados y necesitamos de tipos como tú, en los que confiar, ¿verdad que sí, Michael?

Danny giró la cabeza para mirar de frente a su amigo y Michael comprendió que Norman no saldría de esa habitación por su propio pie, de que Danny Boy había recibido un soplo y estaba interesado en saber de dónde procedía.

Norman ya era cosa del pasado y todos los que estaban presentes en esa pequeña y apartada habitación lo sabían de sobra. Danny hablaba con él empleando ese tono bajo e interesado que siempre mostraba. Hablaba con tanta malicia que Norman pensó por un segundo que hablaba en serio. Sin embargo, miró a Michael y a Arnold, y se dio cuenta de que lo estaba humillando.

– ¿Vas a misa, Norman? Yo lo hago, igual que Michael. Los dos vamos a misa porque nosotros tenemos a Dios como ejemplo. El es justo lo que nosotros aspiramos a ser.

Norman no respondió. Sabía que estaba en apuros y trataba de encontrar una vía para salir de ese dilema.

– Suéltalo ya, Danny. Sé que estás molesto conmigo, pero no entiendo por qué. Te he hecho ganar una buena pasta.

Norman contaba con sus conexiones familiares para salir de los aprietos, por eso decidió enfrentarse a Danny antes de que él lo hiciera. Norman era de los que pensaban que la mejor forma de defenderse era atacando. Además, pensaba que sus conexiones familiares le garantizaban que no le sucedería nada. Los Bishop eran una antigua familia del sur de Londres, contaban con una buena reputación y estaban involucrados en el tráfico de drogas. Sin su ayuda, ni Danny Boy ni Michael habrían entrado en el negocio tan rápidamente. Desgraciadamente, sin ellos no habrían tenido una demanda tan enorme. Por esa razón, Norman, el muy capullo, creía que llevaba todas las de ganar.

Michael y Arnold esperaban que Danny Boy hiciera lo que siempre hacía: es decir, destruir con una malicia premeditada a todo aquel que le estuviese tomando el pelo, pero no sin jugar antes con su víctima.

– ¿Me tomas por gilipollas, Norman? -preguntó Danny.

Estaba de pie, con los brazos abiertos.

– Sabes que me la has jugado, así que vayamos al grano, ¿de acuerdo?

Michael observaba a los dos con una profunda ansiedad; sabía que Danny hacía aquello por su bien, que de alguna manera le estaba impartiendo una lección.

Norman no dijo nada. Empezó a darse cuenta de lo que se le venía encima y no sabía cómo salir de ese aprieto. Pensó que no importaba quién fuese su familia, ninguno de ellos se atrevería a enfrentarse a ese hombre por él. Se dio cuenta de que Danny lo tenía bien pillado y ahora estaba dispuesto a aceptar las consecuencias.

– Imagina que soy tu sacerdote, no Michael, que es con quien sueles tratar. Imagina que me dices: perdona padre, porque he robado. Porque eso es lo que has hecho. Me has robado una fortuna de las apuestas, ¿no es verdad? He estado revisando los libros porque, a diferencia de mi amigo aquí presente, yo no confío en ti lo más mínimo. Por eso he decidido que tu castigo sea que reces tres avemarias, dos padrenuestros y que te rompa el cuello. Además, lo que voy a hacer contigo se lo he comentado a tu familia que, como yo, mira por dónde, te considera un gilipollas, así que más vale que no creas que la caballería va a venir a rescatarte. Te has quedado con un uno por ciento de mis ganancias, además del sueldo que te pago, y eso no me parece justo. Es un insulto tan grande como si me llamases cretino en mi propia cara. Además, te has aprovechado de mi mejor amigo, del hermano de mi esposa, que, a diferencia de mí, confió en ti plenamente. Así que imagina cómo me siento.

Michael se dio cuenta, igual que Arnold Landers, de que Danny Boy iba a utilizar a ese muchacho de pelo mal cortado y poca destreza para los números como ejemplo de algo que quería dejar claro: que por mucho que Danny Boy tuviese a Michael como responsable de las finanzas, él era más que capaz de encargarse de ese trabajo también. Que, aunque no lo pareciese, estaba pendiente de sus negocios y no era ningún inútil para los números como ellos pensaban.

Danny miró por encima del hombro a Michael y éste se dio cuenta no sólo de que se había equivocado al confiar en ese muchacho, sino de que lo iba a utilizar para transmitirle un mensaje: que él no era la cabeza pensante de la sociedad, como solía recalcar, y que él ocuparía su lugar siempre y cuando se le antojase.