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De acuerdo, en realidad, en un par de cosas… En Evan Sawyer y en el sexo magnífico que había compartido con él.

No se habían visto desde que se despidieron la noche del sábado, y cualquiera pensaría que ese tiempo habría sido suficiente para que se olvidara de él. Pero no. Pensaba en él cada tres segundos o así. Incluso a veces, más a menudo. El tacto de sus caricias y de sus besos, la sensación de tenerlo en el interior de su cuerpo, el sabor de su boca, el roce de su piel… Era como si todo hubiera quedado grabado en sus sentidos. Tres días después, todavía estaba nerviosa y excitada.

Además, Evan no sólo había conseguido que se excitara, sino que también la había sorprendido. Era un hombre divertido e inteligente, y muy agradable. Demasiado.

No esperaba verlo el domingo, pero el hecho de que él no hubiera entrado en la tienda, ni el día anterior ni ese mismo día, hacía evidente que se había tomado en serio lo que ella le había dicho acerca de que debían olvidar lo que había sucedido entre ellos.

Y era lo mejor, sin duda. Aun así, a pesar de que Evan estuviera haciendo lo que ella le había pedido, tenía que admitir que el hecho de que la hubiera dejado en paz del todo, la molestaba. Era evidente que no la había encontrado tan divertida, inteligente y encantadora como ella a él. Y el hecho de que estuviera tan afectada le sorprendía. ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?

Ese día recibió un mensaje suyo por correo electrónico. Al ver su nombre en la bandeja de entrada de Constant Cravings, se le aceleró el corazón.

Te agradecería que pasaras por mi despacho antes de irte a casa esta noche. No importa la hora, trabajaré hasta tarde.

Evan

El tono impersonal del mensaje y la falta de detalles provocaron que un montón de preguntas invadieran su mente. ¿Para qué quería verla? ¿Había estado pensando en ella? ¿Quería repetir lo sucedido? ¿Quería averiguar si la segunda vez que hicieran el amor sería igual de explosivo?

No importaba si eso era lo que quería o no. Porque ella no lo quería. De ninguna manera.

Maldita sea, sí que lo quería. Desesperadamente. Quería sentir su cuerpo contra el de ella, penetrándola. Saborear sus besos. Acariciarle sus preciosos músculos. Descubrir si todo había sido real o sólo un producto de su imaginación.

Pero caer en esa tentación no era buena idea. Sólo porque fuera un hombre divertido e inteligente, no significaba que fuera su tipo. Pero tampoco era que tuviera que casarse con él.

No había nada de malo en que Evan apagara el fuego que él mismo había encendido. No, no había nada de malo, pero ella tampoco estaba convencida de que fuera una buena idea.

Respiró hondo, adoptó una postura distante y entró en la zona oeste del edificio. Después tomó el ascensor hasta la quinta planta, donde se encontraban los despachos de dirección. Tras recordarse que debía permanecer tranquila, llamó a la puerta donde había una placa con el nombre de Evan. Segundos más tarde, al abrirse la puerta, toda su tranquilidad se vino abajo.

Esperaba encontrarlo con su aburrido traje de chaqueta y corbata, y no con una camiseta negra que resaltaba sus hombros y con unos pantalones vaqueros que, a juzgar por lo desgastados que estaban, debían ser sus favoritos. Evan estaba muy sexy y tenía un aspecto delicioso.

– Tenemos que hablar -dijo él, y abrió la puerta del todo.

Ni siquiera le había dicho «hola». Idiota arrogante. ¿Y había pasado tres días fantaseando con él? De hecho, se alegraba de que hubiera sido tan brusco, porque había conseguido apagar las llamas que él mismo había encendido.

Lacey alzó la barbilla y entró en el despacho. Después, se volvió para mirarlo y se cruzó de brazos. Al ver cómo cerraba la puerta, no pudo evitar fijarse en su trasero. Y recordó lo mucho que le había gustado acariciárselo. Entonces, él se volvió y se apoyó contra la puerta, mirándola con una expresión inteligible.

Cuando el silencio empezaba a incomodarla, ella dijo:

– ¿Querías hablar? Bueno, te escucho.

Él la miró durante varios segundos, frunció el ceño y le preguntó:

– ¿Cómo estás, Lacey?

Ella pestañeó.

– Bien. ¿Y tú?

– No estoy seguro. Los últimos días han sido extraños. Me preguntaba si te había ocurrido algo extraño desde que nos vimos la última vez.

«Sí, no puedo dejar de pensar en ti», pensó. Entonces, se estremeció al recordar los pequeños desastres que le habían ocurrido durante los tres últimos días.

– Alguna cosa, supongo que sí -admitió.

– ¿Como qué?

– Se me ha pinchado una rueda.

– A mí también.

Ella se estremeció de nuevo.

– Se me ha roto el lavavajillas.

– A mí, la nevera.

– Creo que algún niño metió una cera de color rojo en la secadora de la lavandería de mi edificio y se me ha estropeado un montón de ropa.

– En la tintorería me han perdido todos los trajes y las camisas.

– Las ventas han bajado en la tienda.

– Dos clientes han decidido no renovar los contratos.

Lacey dejó el bolso en el suelo.

– Veamos… El temporizador de mi horno se paró y se me quemaron dos hornadas de galletas. Se me rompió el tacón de mis sandalias favoritas en el supermercado, me caí sobre las naranjas y tiré un montón. Me olvidé las llaves dentro de casa, se me cayó el correo a un charco y he tenido algunos sueños extraños -«contigo. Y eran sueños eróticos», pensó-. ¿Ya ti?

– El microondas se ha vuelto loco y, al abrirlo, salpicó toda la comida por la cocina. Sasha ha decidido que le gusta el sabor a piel y ha mordisqueado todos los pares de zapatos que tengo. Se me han quedado las llaves dentro de casa y mi vecino, que tiene una copia, no estaba. Sasha también ha mordisqueado algunas de mis cartas.

Asombrada, Lacey dio unos pasos hacia atrás y se apoyó en el escritorio.

– Es muy extraño.

– Lo es -convino él.

Ella soltó una carcajada.

– Al menos no has tenido sueños extraños.

– Oh, sí que he tenido sueños. Pero no creo que empleara la palabra «raros» para describirlos.

– ¿Y cuál emplearías?

Él la miró de arriba abajo y dijo:

– Eróticos.

De pronto, Lacey sintió que se incendiaba por dentro. Antes de que pudiera contestar, él se acercó a ella despacio.

– ¿Quieres saber quién era la protagonista de mis sueños, Lacey?

Tuvo que tragar saliva para encontrar la voz.

– ¿Carmen Electra?

El reprodujo el sonido de un timbre de concurso de televisión.

– Respuesta equivocada -se detuvo a poca distancia de ella. Lacey se agarró con fuerza al escritorio para no caer en la tentación de tocarlo. -Tú -dijo él, con ardor en la mirada-. Tú eras la mujer que aparecía en mis sueños.

Aunque sabía que lo mejor era no decir nada, no pudo aguantar la curiosidad.

– ¿Y en tus sueños aparecía un barco pirata del siglo XIX?

Él asintió despacio.

– Yo era el capitán.

– Y me secuestraste de mi casa.

– Porque me pertenecías.

– Me cortaste el vestido. Con tu puñal.

– Te gustó.

– No tenía nada más que ponerme.

– A los dos nos gustaba eso.

– Me hiciste el amor -susurró ella.

– Cada vez que tenía la oportunidad.

– Cada vez que podías -dijo, y sintió que una ola de calor la invadía por dentro al recordar lo que ella había soñado. Evan sobre ella, debajo de ella, dentro de ella, acariciándola con las manos y la boca…

Él la miró a los ojos.

– Quizá, todo lo demás pudiera ser una coincidencia, pero ¿que hayamos soñado lo mismo? Eso me convence de que mi idea se confirma.

– ¿Qué idea? -preguntó, confiando en que tuviera algo que ver con que ese sueño se convirtiera en realidad. Deseaba acariciarlo, pero tenía miedo de que una vez que empezara, no pudiera parar. ¿Era por eso por lo que él no la había tocado? ¿Tenía miedo de lo que sucedería si lo hiciera? ¿Tenía el mismo dilema que ella?