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Durante la primera semana que pasó con él, estuvo convencida de que la atracción que sentían el uno por el otro estaba basada en el sexo. Y que terminaría acabándose cuando el deseo se consumiera.

Pero había ocurrido justo lo contrario y, a medida que pasaban las semanas, se daba cuenta de que el sexo no era el único motivo. Cada momento que pasaba con él era una revelación, un descubrimiento de otro aspecto de su personalidad, y un nuevo motivo para pensar que se había equivocado al considerarlo uno de esos clones impersonales.

Teniendo en cuenta cómo había sido el primer encuentro que habían tenido en la tienda, ella confiaba en que disfrutaría acostándose con él, pero no esperaba que fuera tan maravilloso. Hacer el amor con Evan era como abrirse a una nueva dimensión. Él había conseguido que se entregara en cuerpo y alma, algo que ningún hombre había conseguido jamás.

Cada día descubría algo nuevo sobre él, y todavía no había encontrado nada que no le gustara. ¿Cómo iba a disgustarle algo de un hombre que era amable con los vecinos, que tenía un perro adoptado y que destinaba parte de las ganancias de GreenSpace Property Management al hospital infantil local? Le encantaba dar y recibir sorpresas, y había disfrutado mucho cuando ella le entregó una bandeja de galletas con forma de cama que había llamado Llévame a la Cama. Ella, a su vez, había disfrutado cuando él la llevó a la cama. Una y otra vez.

A pesar de que Evan le había dicho que, de niño, no había destacado en los deportes de equipo, ella había descubierto que a ambos les encantaba nadar y correr por la playa.

Evan le había enseñado a jugar al strip blackjack, en lugar de al strip póquer, porque los jugadores terminaban desnudos más deprisa. Lacey había sido la primera en terminar desnuda y había sido declarada perdedora, pero ella se consideraba ganadora, sobre todo después de ver cómo él le había acariciado el cuerpo con las manos y la lengua. A cambio, ella le había enseñado las diferentes maneras eróticas en las que podía emplear la cobertura de las galletas. Recetas que no aparecían en ningún libro de cocina.

Lacey había descubierto que tenían muchas cosas en común. A ambos les gustaba probar comidas nuevas. Las películas de acción. Los crucigramas. Podían hablar de temas de actualidad, de religión y de política. En algunas cosas estaban de acuerdo, y en otras en desacuerdo, pero las conversaciones siempre eran interesantes. No había ni un solo tema del que no pudiera hablar con él y, a diferencia del resto de los hombres con los que había salido, Evan sí que escuchaba.

Pero la mayor sorpresa de todas se la había llevado al descubrir que el hombre que había considerado un clon impersonal era un romántico. El la había sorprendido con una botella de champán, y unas delicias de chocolate para tomárselas durante un baño de agua caliente. Grabándole un CD con sus canciones favoritas. Dejándole notas en Constant Cravings cuando iba a tomar café por la mañana. Llamándola durante el día para ver qué tal estaba. Cosas que nunca había hecho hasta entonces, porque nunca había encontrado a alguien por quien mereciera la pena hacerlo.

La noche anterior había sido perfecta. Lacey había preparado la cena en su casa, había decorado la mesa con velas y había abierto uno de los vinos preferidos de Evan. Él había aparecido con un ramo enorme de peonías de color rosa y cuando ella le dijo que parecía que había comprado todas las peonías de California, le había contestado que se las merecía. Fue entonces cuando Lacey se dio cuenta de que se había enamorado de él.

Sí, Evan era un firme seguidor de las normas, pero también un hombre íntegro, algo que no caracterizaba a los otros hombres con los que Lacey había salido. Y, sí, él seguía considerando que los escaparates de su tienda eran demasiado arriesgados para Fairfax, pero habían acordado aceptar su desacuerdo en el tema.

Al llegar al ascensor, Lacey apretó el botón para subir y cerró los ojos un instante.

– Y pensar que de no ser por Madame Karma, quizá habríamos seguido pensando lo peor el uno del otro -murmuró para sí cuando se abrieron las puertas del ascensor. A lo largo del mes, se les había acabado la racha de mala suerte y también se habían solucionado algunos de los desastres que habían tenido. Sasha ya no se comía los zapatos, y la tintorería había recuperado la ropa de Evan. El temporizador del horno de Lacey había vuelto a funcionar, y ella había encontrado rebajadas otras sandalias iguales a las que se le habían roto. Aunque un mes antes le había parecido una locura, se creía la predicción que había hecho Madame Karma. Evan era el hombre de su vida.

Entró en el ascensor y apretó el botón para ir a la quinta planta. Sí, Evan era el hombre de su vida pero ¿sentía él lo mismo por ella? La noche anterior, al descubrir que lo quería, había tenido que contenerse para no decírselo. Tenía miedo de decírselo por si a él le entraba el pánico y se estropeaba la magia de la relación.

Sin embargo, después de pensar en ello durante todo el día, había decidido que debía decírselo y ¿qué mejor momento que hacerlo durante la escapada romántica a San Francisco? Habían pasado todo el mes hablando con sinceridad y ella no quería empezar a jugar con tonterías. Lo amaba. Y quería que él lo supiera. Confiaba en que él le dijera que sentía lo mismo por ella. Y si no lo hacía… Bueno, conseguiría superarlo. Lacey sabía que él se preocupaba por ella. Era evidente en todo lo que hacía y decía, pero ¿sus sentimientos eran tan profundos como los de ella? No estaba segura, pero tenía que averiguarlo.

Cuando se abrió la puerta del ascensor, Lacey salió al pasillo y se dirigió hasta el despacho de Evan. La puerta estaba abierta y ella estaba dentro del despacho cuando se percató de que él estaba hablando por teléfono.

– Sí, lo comprendo -decía, con el ceño fruncido-.Yo me ocuparé de ello.

En ese momento, Evan levantó la vista y sus miradas se encontraron. Sin dejar de mirarla, terminó la conversación y después se acercó a ella. La tomó en brazos y continuó caminando hasta acorralarla contra la pared.

La besó en los labios de forma apasionada, hasta que ella gimió de deseo. Lacey apenas lo oyó cerrar la puerta. Y después, al sentir su miembro erecto, no pudo pensar en nada más.

– Te he echado de menos -susurró él.

– Yo a ti también.

– Ya somos dos.

– Así es -dijo ella-. Demuéstramelo -añadió, y gimió cuando él le acarició los senos bajo la blusa-. Demuéstrame cuánto me has echado de menos.

Y de pronto, sintió sus manos y su boca por todos sitios, como si Evan no consiguiera saciarse. Al cabo de unos momentos, él se puso un preservativo, la tomó en brazos y la penetró con cuidado. Lacey le rodeó la cintura con las piernas y disfrutó de cada movimiento. El orgasmo provocó que gimiera con fuerza. Él empujó por última vez y ella sintió que se estremecía contra su cuerpo.

Al bajar al suelo, Lacey se apoyó contra la pared para no desplomarse.

– Guau -dijo con la respiración entrecortada-. Veo que sí me has echado de menos.

Evan le sujetó el rostro con las manos y la miró con una expresión que ella no fue capaz de descifrar.

– Es cierto -algo brillaba en su mirada-. Tenemos que hablar.

«Oh-oh», pensó Lacey. Sabía que nada bueno se avecinaba después de la frase «tenemos que hablar». Sobre todo cuando esas palabras se decían en tono serio, y con expresión seria.

– ¿Has tenido un mal día? -preguntó, confiando en que el problema fuera simplemente laboral.

– Un mal día -dijo él, con tono cansado.

Lacey lo observó mientras se recolocaba la ropa y se vistió también.

– Cuando llegaste estaba hablando con Greg Mathers, mi jefe -dijo él.

Lacey se sintió aliviada. El problema no tenía nada que ver con ellos, era un tema puramente laboral.

– ¿Y qué decía?