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– No lo comprendo. ¿Por qué has dimitido?

– Porque decidí que no me gustaba la manera de trabajar que tiene Greg Mathers. No me ha gustado cómo te ha tratado, a ti y a la tienda que tanto trabajo te costó montar. Aunque estaba en su derecho de no renovarte el contrato, creo que ha hecho muy mal en no hacerlo. Quería el local para su sobrino, y ya lo tiene. Yo no quería seguir formando parte del juego.

– Entonces, ¿no tienes trabajo? -preguntó Lacey con incredulidad.

– Sí tengo trabajo. Estás hablando con el nuevo gerente inmobiliario de Bryant Properties.

– ¿Y cómo lo has conseguido?

– Conozco a Bill Bryant desde hace muchos años y es un buen hombre. Me había dicho montones de veces que lo avisara si algún día decidía cambiar de trabajo. Lo llamé cuando decidí marcharme de GreenSpace.

– No sé qué decir.

– ¿Qué tal si me das la enhorabuena?

– Enhorabuena.

Él esbozó una sonrisa.

– Gracias -se acercó a ella y saco un sobre de la chaqueta-. Es para ti.

– ¿Qué es?

– Hay una manera de averiguarlo.

Lacey abrió el sobre y sacó varias hojas de papel. Leyó las primeras líneas y miró a Evan sorprendida.

– Es un contrato de alquiler.

– Así es. Mi primer contrato oficial en mi nuevo trabajo. Bryant tiene un complejo empresarial parecido a Fairfax. Creo que cuando lo conozcas te parecerá que es un lugar mucho mejor para Constant Cravings. Las tiendas son más modernas y está situado cerca de la ciudad.

Ella negó con la cabeza.

– No puedo permitirme nada que esté cerca de la ciudad.

– Lee las condiciones. Creo que sí podrás.

Lacey continuó leyendo. Asombrada, miró de nuevo a Evan.

– Tiene que haber un error. He estado mirando locales en esa zona, y los alquileres eran mucho más caros.

– No es un error. Esa es una de las ventajas de ser el gerente… Puedo ofrecer ventajas.

– No puedo creer que hayas hecho todo esto. Dejar tu trabajo. Hacerme una oferta estupenda. No tengo palabras…

– Entonces, escucha -la sujetó por los hombros-. Todo ha ido mal desde que saliste de mi despacho, Lacey. Todo. He tratado de convencerme de que lo nuestro había terminado, que no importaba que ya no estuvieras a mi lado, pero no he podido. No hay nada que me importe más. Y para mí, lo que hubo entre nosotros no ha terminado. Estas semanas sin ti han sido un infierno. Sé que te he hecho daño, y lo siento -la miró fijamente-. Te quiero Lacey. Quiero que vuelvas a mi lado. Madame Karma tenía razón. Eres la mujer de mi vida.

Lacey no pudo contener las lágrimas y rompió a llorar. Rodeó el cuello de Evan con los brazos y dijo:

– Mentí cuando te dije que estaba bien. Estaba destrozada -dijo contra su cuello-. No puedo creer que hayas hecho esto.

– Créetelo. Y por favor, deja de llorar. Me estás matando.

Ella levantó la cabeza y sujetó el rostro de Evan con manos temblorosas.

– Te quiero mucho.

Él la abrazó y la besó de forma apasionada.

– Dímelo otra vez -ordenó contra sus labios.

– Te quiero.

Él sonrió y le secó las lágrimas de las mejillas.

– Te he echado de menos.

– Yo también -dijo ella, con un profundo sentimiento de felicidad.

Él le acarició la espalda y el trasero y la estrechó contra su cuerpo.

– Escucha, ahora que nos hemos reconciliado verbalmente -le dijo, con deseo en la mirada-, creo que deberíamos continuar con la tradición de reconciliarse haciendo el amor. Y después, hablaremos sobre el futuro.

Ella lo besó y sonrió.

– Ya somos dos.

Jacquie D’Alesandro

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