– Lo que no entiendo es cómo podemos saber la situación exacta de la tumba -intervino Max.
– Como les he dicho, unimos las dos líneas rectas marcadas por las diferentes estrellas de la constelación del Pastor. Y desde la unión de las dos líneas marcamos una línea recta vertical hacia la Tierra. Los árabes tomaban como punto de referencia el minarete de una mezquita, y eso es lo que tiene que descubrir. Según el ordenador del observatorio, ese punto debe encontrarse cerca del Jan el-Shawarda -aseguró Mizrahi, arrancando una gran hoja de papel continuo de la impresora.
– En Acre se conservan actualmente tres Jan -explicó Ylan Gershon-. El Jan al-Faranj, que era el centro del barrio veneciano durante las cruzadas, con su iglesia de los Franciscanos del siglo XVIII; el Jan al-Udman, con su torre del reloj, que formaba parte del barrio genovés bajo dominio cristiano; y el Jan el-Shawarda, que se relaciona con el barrio veneciano de San Juan de Acre de época de los cruzados, cuando los traficantes llegados de Venecia hicieron del lugar su cuartel general.
– Vaya, otra vez el Laberinto de Agua -observó Afdera.
– ¿A qué se refiere? -preguntó el astrónomo.
– A nada, no se preocupe. Ylan, ¿existe en alguno de ellos alguna construcción del siglo XIII, de la época del rey Luis IX de Francia?
– Sí, el Jan el-Shawarda tiene una torre del siglo XIII.
Afdera dio un gran grito de alegría al oír aquello, ante la mirada sorprendida de Max, Colaiani, Ylan y Mizrahi.
– Ahí tiene que estar la tumba. Ylan, estoy segura de que la tumba del caballero Hugo de Fratens se encuentra bajo esa torre.
– ¿Y qué quieres?, ¿tirarla?
– No, sólo que me consigas un permiso de excavación bajo el suelo de la torre -suplicó Afdera.
– Sabes que adoraba a tu abuela, pero eso es, sencillamente, imposible, una locura. ¿Sabes cuánto tiempo se necesitaría para que la Autoridad de Antigüedades de Israel te concediese el permiso?
– A mí sí, pero a ti no, y quiero que seas tú el que pida el permiso.
– Pero eso supondría que tengo que pedirlo para mí, ya que soy yo el director de la AAI. Y si lo hiciese, ¿qué conseguiría Israel con ello?
– Fortuna y gloria, querido Ylan, fortuna y gloria. ¿Tú sabes lo que podría suponer que pasados diecinueve siglos pudiéramos descubrir algún documento directo o casi directo de uno de los apóstoles de Jesucristo que le acompañó el último día de su vida? Sería casi tan importante para la cristiandad como los manuscritos del mar Muerto. ¿Tú sabes la cantidad de gente que ha muerto para conseguir ese documento del discípulo de Judas? Ylan, por favor, necesito ese permiso para excavar.
– De acuerdo, lo intentaré, pero espero que tengas razón y que no sea una leyenda más, como la del Arca de la Alianza en el Monte Ararat.
– Te prometo que si encuentro algo, serás el primero en saberlo, pero, por favor, Ylan, consígueme ese permiso.
– De acuerdo. Volveré mañana a Jerusalén y comenzaré a hacer los trámites. Hablaré también con el delegado de la AAI en Acre para informarle de la locura que pretendes llevar a cabo. Será la única forma de que te controle.
– Te quiero, Ylan -dijo Afdera, arrojándose en sus brazos.
Esa noche, Afdera no pudo conciliar el sueño, pensando en todo lo que habían hablado con Yigal Mizrahi y anotando todos los datos recopilados en el diario de su abuela. «Estaría orgullosa de mí», pensó la joven. Aunque hacía un frío intenso, le gustó sentarse y observar el maravilloso amanecer que se divisaba desde la cumbre del Hermón. De repente, sus pensamientos se vieron interrumpidos al oír unos pasos a su espalda.
– ¿En qué piensas?
– Ah, hola, Max. Sólo pensaba en la paz que reina aquí y el odio que reina allí abajo. Todos matándose entre ellos por una cuestión religiosa, en Israel, en Siria, en el Líbano. A veces pienso que Dios, creando al hombre, sobreestimó un poco su capacidad.
– ¿Y por qué crees que han estado matando a los que han tenido contacto con el evangelio de Judas? Por una cuestión religiosa -aseguró Max-. El Papa fallecido dijo un día: «Cuando el cristianismo se convierte en instrumento del fanatismo, queda herido en su corazón y se convierte en estéril», y puede que tuviese razón. Lo único que debemos pensar es en si ha valido la pena todo este sufrimiento y muerte.
– Piensa en lo que podría suponer tener entre nuestras manos la carta de Eliezer, lo que podría suponer para la cristiandad, para los católicos, para los historiadores. Tener en nuestras manos un documento escrito por un discípulo directo de uno de los doce apóstoles que acompañaron a Jesucristo en la Última Cena, en su captura en Getsemaní, en su pasión y crucifixión en el Gólgota…
– Lo que me sorprende es que te olvides de toda la gente que ha muerto por haber llegado hasta aquí: Boutros Reyko, Abdel Gabriel Sayed, Liliana Ransom, Werner Hoffman, Sabine Hubert, Burt Herman, Efraim Shemel y tal vez incluso tus padres.
– Tus palabras suenan a reproche. Esta larga búsqueda es en parte por ellos. Alguien dijo que la venganza del más débil es siempre la más feroz. Mi mayor venganza hacia los asesinos del octógono será hacer público el contenido de ese documento.
– ¿Y qué te hace pensar que podrás llevarlo a cabo? Esos tipos, o quien los ha enviado, jamás permitirán que lo hagamos. La cuestión es quién va a ser más rápido. O tú en descubrir la carta de Eliezer y hacer público su contenido, o esos tipos del octógono en matarte.
– ¿Has pensado en nosotros? -preguntó Afdera de repente.
– Dejemos ese tema para cuando todo esto acabe. Después tendremos tiempo de hablar sobre ello.
Los dos permanecieron en silencio mientras el sol salía sobre el cielo de Oriente Próximo. Tan sólo se podía oír el sonido del viento gélido soplando en la cumbre del Monte Hermón.
Pocas horas después, Ylan salía del observatorio junto al chófer para regresar a Jerusalén.
– El profesor Colaiani viene conmigo. Quiere estudiar varios planos de Acre que tenemos archivados en la AAI. Yigal os llevará hasta Tiberíades. Allí podréis alquilar un coche y esperarnos en Acre. Lo único que le pido, padre, como favor personal, es que no permita que Afdera haga nada hasta que no se encuentre conmigo.
– De acuerdo, no se preocupe. Intentaré atarla para evitar que cometa alguna locura -prometió Max, mirando de reojo a Afdera.
– Si habéis terminado de hablar de mí, me voy a ir a preparar las cosas antes de salir.
– Tenemos tan sólo sesenta y cinco kilómetros de bajada desde el observatorio hasta Tiberíades. En menos de una hora puedo dejarles allí -aseguró Mizrahi.
Afdera se quedó fuera despidiéndose de Ylan y de Colaiani.
– Tened cuidado en la carretera de bajada.
– Y tú no hagas ninguna locura hasta no tener noticias mías -le advirtió el director de la AAI cuando subía a su vehículo.
Tiberíades era una bulliciosa ciudad de veraneo para los israelíes, pero en invierno parecía casi fantasmal. El todoterreno de Yigal Mizrahi se detuvo ante la puerta de la empresa Eldan Rent a Car.
– Aquí podréis alquilar un coche. Hasta Acre tenéis tan sólo unos cuarenta y cinco kilómetros. Os recomiendo que deis una vuelta por el lago. Es temprano y aún no han llegado los autobuses de peregrinos.