Afdera continuaba revisando las notas del diario de su abuela y vigilando su valiosa carga cuando escuchó una primera llamada para su vuelo. Miró el reloj, vio que aún tenía tiempo hasta la tercera llamada y continuó leyendo.
Badani no revelaría jamás dónde consiguió el evangelio o a quién se lo vendió. Liliana me dijo que ella podría entregarte parte de los eslabones, desde el excavador que descubrió el libro en Gebel Qarara hasta el propio Rezek Badani. No te fíes de Badani. Es un buen hombre, pero es demasiado mentiroso. Puede contarte una historia sobre cómo encontró el libro y al día siguiente relatarte otra muy distinta. Le contó a Liliana que había heredado el libro de su familia, sin que nadie se acordara de cuántas generaciones habían pasado. Dijo incluso que su padre había conseguido el libro poco después de la Segunda Guerra Mundial. Liliana me dijo que nadie se creía esta historia. Le narró incluso otra versión: que dos granjeros estaban arando un campo de Maghagha cuando la tierra se hundió bajo sus pies y encontraron una tumba. Esta historia era, por supuesto, también falsa. Así fue como se encontraron en 1945 los códices de Nag Hammadi, y Badani, que lo había leído en un reportaje publicado en el diario Al-Ah-ram, decidió adoptar la historia. Intenta encontrar a través de Liliana a Rezek Badani en El Cairo, si es que está vivo todavía cuando leas este diario.
Una voz anunciando la salida del vuelo Swissair 161 con destino Berna arrancó a Afdera Brooks de la lectura del diario. Rápidamente dejó sobre un plato varias liras, introdujo el grueso diario en el bolso, agarró fuertemente la caja de plástico y salió corriendo en dirección a la puerta de embarque. Una azafata le dio la bienvenida y la acompañó hasta su asiento, en business. Durante el corto tiempo que duró el vuelo hasta el aeropuerto Bern-Belp de la ciudad suiza, Afdera intentó hacer un balance mental de todo lo revelado por su abuela en el diario.
Tras tomar tierra, la joven se dirigió hasta la zona de taxis del aeropuerto.
– ¿Adónde vamos? -preguntó el conductor.
– Al Hotel Bellevue Palace, en Kochergasse 3.
El vehículo se dirigió por Selhofenstrasse, rodeando las pistas del pequeño aeropuerto, hasta Nesslerenweg, la carretera que conduce hasta el centro de la ciudad. El taxi continuó su marcha por estrechas calles hasta alcanzar Aarstrasse, que discurre en paralelo al río Aar hasta el hotel.
El establecimiento, una joya de la arquitectura art nouveau, estaba situado en pleno centro, muy cerca del Parlamento federal. Había sido uno de los hoteles preferidos de su abuela y siempre que iba pedía la misma habitación, con unas maravillosas vistas a los Alpes berneses.
Unos minutos después, ya en la soledad de su habitación, Afdera levantó el auricular y marcó el número de la Fundación Helsing. Sobre la cama reposaba la caja de plástico que guardaba el evangelio. Tras un par de tonos, oyó una voz femenina al otro lado de la línea.
– Fundación Helsing, buenos días.
– Buenos días, quisiera hablar con el señor Renard Aguilar, por favor.
– ¿De parte de quién?
– Dígale que soy Afdera Brooks, nieta de Crescentia Brooks.
– ¿Podría adelantarme el tema que desea tratar con el señor Aguilar?
Afdera se impacientó ante la impertinente pregunta de la recepcionista.
– Es un asunto privado. Dígale quién soy y él lo entenderá. Mi abogado, el señor Sampson Hamilton, ha concertado una cita con él. Estoy en el Hotel Bellevue Palace. Por favor, que me llame en cuanto pueda. No tengo mucho tiempo -dijo la joven, con cierta seriedad en su voz.
– Bien, señorita Brooks. Transmitiré su mensaje lo antes posible al señor Aguilar -respondió la recepcionista.
Afdera pasó la tarde de compras y paseando por la Bärenplatz. Cuando regresó al hotel, pidió sus mensajes en recepción. Escrito a mano en un papel del Bellevue Palace, aparecía el nombre de Renard Aguilar. «Mañana a las diez de la mañana la recogerá un coche para llevarla hasta la sede de la Fundación Helsing».
A las diez en punto del día siguiente, Afdera esperaba ya sentada en la recepción, junto a la caja de la que no se había separado desde su viaje a Hicksville. Un BMW de color negro aparcó frente a la puerta del hotel.