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– Como quiera, padre -respondió el excavador mientras reiniciaba la marcha hacia el sur.

Cuando el vehículo se encontraba cerca de Biba, el padre Miguel pidió a Abdel que los dejase en un lado del camino.

– ¿Quieren bajarse aquí? -preguntó el excavador.

– Sí, por favor. Deseamos caminar un rato por el desierto y orar.

El vehículo redujo su marcha y Abdel aparcó en un lado de la cuneta.

– Aquí les dejo, padres. Que la paz sea con ustedes…

– … y con tu espíritu -dijo el padre Spiridon Pontius, que se encontraba detrás del asiento del conductor. En ese mismo momento y con un rápido movimiento, el asesino rodeó el cuello del excavador con un fino alambre y comenzó a estrangularlo. Abdel luchaba y pataleaba intentando llevar algo de aire a sus pulmones. De una brutal patada, rompió el cristal delantero del vehículo. Instantes después, el excavador quedó inmóvil.

Los dos hombres salieron del vehículo. El padre Eugenio Cornelius, levantando su mano derecha, pronunció las palabras del Círculo mientras arrojaba sobre el cadáver un octógono de tela. A continuación se perdieron en la oscuridad de la noche, dejando tras de sí, abandonado en la cuneta, el vehículo destartalado de Abdel Gabriel Sayed con el cuerpo del excavador en el maletero.

VI

El Cairo

Quiero hablar con la señora Sabine Hubert, por favor. Dígale que soy Afdera Brooks y que llamo desde El Cairo.

– Bien, señorita Brooks, espere un momento, por favor, mientras localizo a la señora Hubert -dijo la telefonista de la Fundación Hel sing.

Afdera, aún con la cara marcada por los golpes de la paliza que le habían propinado los dos árabes en Maghagha, se puso nerviosa con aquella estúpida música que se oía al otro lado de la línea.

– ¿Señorita Brooks? Le paso con la señora Hubert.

Al instante, Afdera pudo oír la amable voz de la restauradora de manuscritos antiguos.

– Afdera, ¿dónde estás?

– Te llamo desde El Cairo. Quiero saber cómo lleváis la restauración del evangelio.

– ¡Es fantástico!, ¡fantástico! -gritó Sabine al otro lado de la línea-. Es un documento muy importante. En una de las páginas restauradas aparece el nombre de Judas Iscariote. También el nombre de Judas cierra la última página del libro. Estoy segura de que es el evangelio de Judas Iscariote. Burt Herman, el experto en origen del cristianismo del que te hablé, de la Universidad de Chicago, dice que posiblemente sea el documento condenado por Irineo de Lyon. Ven a Berna en cuanto puedas. Tenemos ya bastante información sobre el libro.

– Tengo que ver a una persona relacionada con el libro aquí, en El Cairo. Después de entrevistarme con él, tomaré un avión directamente a Berna.

– Estamos trabajando contrarreloj para recuperar el libro y saber qué dicen sus páginas. Seguro que cuando llegues a Berna podremos darte muchos más datos sobre tu libro.

– De acuerdo. Perdona mis presiones, Sabine, pero es importante que sepa lo que dice ese libro y por qué mi abuela lo escondió durante tantos años.

– No te preocupes. Me has dado uno de los mejores regalos de mi carrera, poder restaurar las palabras de Judas Iscariote nada más y nada menos, así es que no puedo reprocharte nada. Ven a Berna en cuanto puedas.

– Un beso muy grande, Sabine, y cuídate.

– Cuídate tú también, Afdera.

Una pregunta rondaba en la cabeza de la joven desde que había sacado el libro de la caja de seguridad del First National Bank de Hicksville. ¿Por qué su abuela lo había escondido tantos años en un banco perdido de Nueva York? ¿Qué temía para tener que ocultarlo y no restaurarlo y traducirlo?

De repente miró su reloj y vio que se le echaba encima la hora de reunirse con el famoso Rezek Badani, el comerciante que había entregado el evangelio a Liliana para después vendérselo a su abuela. Cogió una chaqueta, salió del hotel y subió en un taxi rumbo al bullicioso mercado de Jan el-Jalili.

Los orígenes de este mercado o suq se remontaban al año 1382, cuando el emir Djaharks el-Jalili construyó un gran caravanserai, una especie de albergue para comerciantes y, por lo general, el punto de referencia para la actividad comercial en la ciudad. El gran bazar egipcio era uno de los mercados orientales más originales, junto con el de Estambul, Marraquech y Jerusalén. Sin duda, un gran laberinto donde perderse, entre el aire que olía a esencias de Al Fayum y a especias de Nubia.

Para Afdera, al igual que antes lo había sido para sus abuelos, aquel lugar se convertía en un placer para los cinco sentidos, casi en algo sensual. En sus estrechas callejuelas repletas de pequeñas tiendas exponían en sus escaparates magníficas joyas de oro y artículos de plata, madera, marfil, pieles, vestidos bordados, especias y toda la riqueza oriental de esencias y perfumes.

Por los talleres artesanos deambulaban turistas a la caza de recuerdos, regateando el precio de una alfombra o bisutería, adolescentes egipcios en busca de algún toqueteo accidental con alguna turista rubia, carteristas, policías sacados de una aventura de Tintín y los pícaros y comerciantes de supuestas antigüedades de dos mil años que en realidad no tenían más de uno. En pleno centro del bazar se encontraba el Café El Fishawy, abierto ininterrumpidamente día y noche desde 1773 y lugar de reunión de intelectuales. Allí debía encontrarse con Rezek Badani, con quien se había citado gracias a su relación con su abuela.

Antes de acudir a su cita, Afdera leyó en el diario la opinión de su abuela sobre Badani:

Bajo su custodia, el libro sufrió el mayor deterioro. Badani trasladaba el evangelio envuelto en papel de periódico como si de un bocadillo se tratase. Badani es un maestro de la mentira y el engaño. Estaba claro que había adquirido el libro a Abdel Gabriel Sayed o directamente al excavador Hany Jabet. Badani cuenta varias historias sobre cómo había encontrado el códice. Una de ellas, la menos creíble, era que había pasado durante generaciones de padres a hijos. Ni siquiera Rezek Badani sabía quién había sido el primer propietario de su familia. Esta teoría es bastante estúpida cuando muchos sabemos que el libro fue encontrado en Gebel Qarara hace pocos años, en 1955. Nadie se cree esta historia. A otros coleccionistas suizos, Badani les contó que cuando dos granjeros estaban arando un campo cerca de Maghagha, el suelo se hundió bajo sus pies y cayeron en una gruta. En el interior encontraron una tinaja con el libro. Los suizos no se lo creyeron, debido a que fue así como se encontraron los famosos códices de Nag Hammadi en 1945. Otra versión contada por Badani a un profesor italiano era que el libro apareció en una tumba, no en Gebel Qarara, sino en Heliópolis. Por supuesto, esto era también falso.

Los comentarios aparecían ilustrados por una fotografía en la que aparecía el propio Badani con su abuela y Liliana Ransom junto a uno de los espejos del Café El Fishawy.