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– Eso supondría la necesidad de disponer de muchos medios para enviar a esos asesinos del octógono a Egipto y a Suiza.

– Puede ser… Junto al cadáver de Abdel había un octógono de tela. Él fue uno de los intermediarios entre los campesinos que descubrieron el libro y Reyko. También se encontró un octógono de tela junto al cadáver de tu socio y él tuvo contacto con el libro de Judas. El tipo que se arrojó desde la ventana de tu casa antes de intentar matarte también llevaba un octógono de ésos, con la frase en latín…

– ¿Y qué pasa con el muerto en Berna?

– Werner Hoffman. Era el experto en papiros que formaba parte del equipo de científicos de la Fundación Helsing que está trabajando en la restauración y traducción del libro.

– ¿Encontraron también un octógono de ésos?

– Aún no lo sé. Voy a llamar al inspector de la policía de Berna que se está ocupando del caso. Quiero saber si la muerte de Hoffman está relacionada con las muertes de Abdel y de tu socio. Necesitaría que tu primo el policía averiguara si en la casa de Liliana se encontró algún octógono de tela. ¿Crees que podrá conseguir esa información?

– Estoy seguro de que podrá hacerse incluso con una copia del informe. Deberá estar indicado, si es que el asesino lo arrojó sobre la cama. No te preocupes, en cuanto tenga la información te puedo llamar. Tenme tú al tanto de lo que averigües, y si necesitas ayuda, no tengo problema en enviarte a un par de mis sobrinos para que te ayuden a aporrear unas cuantas cabezas y a patear varios culos.

– Muchas gracias, Rezek, pero espero no necesitarlos. De momento me basta con que me envíes la información de Liliana y si has contactado con Charles Eolande o con Leonardo Colaiani. Me gustaría entrevistarme con cualquiera de los dos cuanto antes.

– Eolande se encuentra de gira dando conferencias. Le llamé a la Universidad de Chicago y no supieron decirme dónde estaba. Con el que sí he podido hablar es con Colaiani, el experto en las cruzadas. Al principio se negaba a hablar conmigo, pero cuando le he dado tu nombre, ha accedido a encontrarse contigo, siempre y cuando mantengas en el más absoluto secreto tu reunión con él.

– ¿Por qué crees que desea mantener en secreto nuestro encuentro?

– Piensa…, niña. Si el Griego, Kalamatiano, se entera de que Colaiani ha hablado contigo sobre el libro de Judas, puede enfadarse tanto que podría incluso enviar a ese italiano al fondo del río Arno. No creo que a Colaiani le interese que se sepa que te ha visto. Vasilis Kalamatiano es un hombre misterioso al que le gusta mantener sus negocios en secreto. No se mostrará precisamente encantado cuando se entere de que Leonardo Colaiani, un antiguo empleado suyo, está hablando con nosotros.

– ¿Y por qué estaría dispuesto a hablar conmigo?

– Tal vez porque conoció a tu abuela. Durante nuestra conversación me dijo que la respetaba mucho y que con su muerte había desaparecido una de las personas más decentes en el sucio y traicionero mundo del comercio de antigüedades.

– ¿Dónde puedo encontrarle?

– En la Universidad de Florencia. Da clases allí los martes y jueves. Si te acercas un día, podrás hablar con él. Me ha dicho que así te lo debía comunicar. Es probable que sepa algo sobre el evangelio de Judas que te pueda interesar, sobre todo de qué sucedió con el libro durante la época de las cruzadas. Debe tener mucha información sobre el recorrido que hizo el libro durante la época de las cruzadas. Habla con él.

– Mañana es jueves, tal vez pueda ir esta misma tarde hasta Florencia. Está sólo a doscientos kilómetros de Venecia. Sí, intentaré verle mañana mismo.

– Si sé algo más sobre Eolande o sobre la información que me has pedido de Liliana Ramson, te llamaré.

– Llámame a Venecia. Rosa, la criada, siempre está aquí. Le puedes dejar el mensaje si yo no estoy y te devolveré la llamada. Bueno, querido amigo, ten mucho cuidado -le advirtió Afdera.

– Cuídate tú también, y ya sabes, si necesitas a dos de mis primos, puedo enviártelos a Venecia. A veces es más efectivo un buen primo egipcio que uno de esos italianos homosexuales vuestros de la mafia.

– ¡Oh, estoy segura de ello! Un fuerte abrazo, Rezek.

– Cuídate -dijo Badani.

Mientras intentaba poner en orden sus pensamientos, Afdera oyó un pequeño golpe en la puerta. Era Rosa.

– El señorito Sampson está aquí y quiere verla.

– Dile que pase, Rosa.

Allí estaba su abogado, impecablemente vestido con un traje de Savile Row azul de raya diplomática y corbata de Marinella.

– ¿Cómo estás, cuñado? -saludó Afdera entre risas.

– Aún no soy tu cuñado -replicó el abogado agachándose para besarla en la mejilla-. ¿Qué tal tu viaje a Egipto y Berna?

– Muy provechoso. Necesito darte instrucciones para que te pongas en contacto con Renard Aguilar, el director de la Fundación Hel sing, con el fin de hacer un precontrato para la venta del evangelio de Judas a un misterioso mecenas.

– ¿Y qué tiene que ver Aguilar con todo esto?

– Él es el intermediario. El mecenas no quiere que se sepa su identidad, pero, según Aguilar, está dispuesto a cumplir las condiciones impuestas por mí y por Assal para la venta del libro. Quiero que te ocupes de todo. Incluso quiero darte plenos poderes para que lleves a cabo la venta y firmes los contratos.

– ¿Cuál es el precio establecido para la operación? -preguntó Hamilton, tomando notas en un cuaderno negro.

– Ocho millones de dólares, pagaderos en una cuenta en Suiza que deberemos indicar antes de la operación.

– Caray, ¿y te fías de Aguilar para esta operación?

– No creo que tenga interés en engañarnos. Sabe que si lo hace, emprenderé contra él acciones en los tribunales. Por eso necesito que dejes todo perfectamente atado antes de que el libro caiga en sus manos. No quiero tener que reclamarlo después.

– Descuida. Estudiaré primero la operación y te enseñaré el precontrato antes de enviárselo a Aguilar.

– Tenlo preparado cuanto antes. Deseo leer el documento lo antes posible. Me ha dicho Assal que necesitabas que firmase varios papeles legales de la abuela y que tenías que entregarme una carta suya.

– Sí, así es. Cuando estaba poniendo las cosas de tu abuela en orden han aparecido una serie de cuestiones que tenemos que tratar. Debes firmar la transferencia de propiedades de tu abuela. La Ca' d'Oro, la casa de Nyon junto al lago Leman, la casa en los Campos Elíseos de París y la de la isla de Djerba, en Túnez, y las dos propiedades de rus padres en Nueva York y Martha's Vineyard. Tienes que firmar aquí, aquí y aquí -iba indicando Sampson con el dedo-. ¿Ya sabéis tu hermana y tú cómo queréis repartiros las propiedades de tu abuela?

– No. No lo sabemos porque es probable que mantengamos las propiedades unidas para que las dos podamos disfrutarlas. Tal vez te pida consejo sobre la venta de alguna que no utilizamos.

– De acuerdo, esperaré a que decidas lo que quieres hacer.

– Bueno, ahora déjate de documentos y dime cuándo le pediste a mi hermana que se casase contigo.

– Te hice caso, reuní el valor suficiente y decidí pedírselo. Créeme que la haré la mujer más feliz del planeta -aseguró el abogado.

– Y tú créeme que te mataré si no lo haces, y ahora dame un beso muy grande, querido cuñado.

Afdera y Sampson se encontraban de pie abrazados cuando entró Assal en la biblioteca.

– Vaya, vaya, a ver si voy a tener que ponerme celosa -dijo.

– Oh, no te preocupes. Estoy muy feliz por ti, hermanita, y por Sampson. ¿Cuándo pensáis casaros?

– No lo sabemos todavía. Ni siquiera tenemos fecha. No sé si celebraremos la boda aquí, en la Ca' d'Oro, o en la casa de la abuela en Martha's Vineyard. De cualquier forma, Sampson tiene mucho trabajo y quiere terminar varias cuestiones antes de la boda.

– Bien, pero no esperes mucho, Sampson, o si no algún chico guapo veneciano puede venir y quitártela.