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Esta carta, más que un mensaje, querida Afdi, es un aviso para que estés en guardia ante cualquier extraño suceso que pueda ocurrir en tu entorno con respecto al evangelio de Judas, que calculo habrás extraído ya de la caja de seguridad del First National Bank de Hicksville, en Nueva York.

He querido que seas tú, y no tu hermana Assal, quien se ocupe de descubrir la verdad oculta entre las páginas de las palabras de Judas. Tal vez porque tú eres un espíritu más parecido al de tu madre y al mío, más rebelde, más duro, más preparado para los amargos acontecimientos que te tocarán vivir alrededor del libro que te lego. Tu hermana Assal se parece más a tu padre. Un hombre más abstraído en su mundo que en el de los que le rodeaban. Eso no es malo, pero no les permite estar preparados para la dura y cruel realidad que supone un hallazgo como el libro de Judas.

Desde que el libro cayó en mis manos, a través de ese bandido llamado Rezek Badani y mi querida Liliana, a comienzos de la década de los sesenta, sólo me ha traído desgracias, para mí y para mi familia. Me imagino que te estarás preguntando por qué no hice restaurar y traducir el evangelio y decidí esconderlo en una caja de seguridad de un tranquilo banco de Hicksville. La respuesta es la siguiente: por miedo. Sí, por miedo a que os pudiese pasar algo a vosotras, mis queridas nietas Afdera y Assal. Cuando supe lo que podría contener el libro, créeme que me asusté. Un buen día comencé a indagar en sus orígenes, pero, de repente, una oscura mano comenzó a ejercer presión para que no alcanzase mi meta de, tal vez, rehabilitar la figura de Judas Iscariote. Yo era más joven y no temía esas presiones hasta que sucedió aquel trágico accidente en el que perdieron la vida tus padres durante unas vacaciones en Aspen, Colorado. Sé a ciencia cierta que no fue un accidente.

Unos días después de la muerte de tus padres recibí un mensaje en el que me indicaban que si seguía investigando los orígenes del libro, alguien más cercano a mí, como dos niñas de once y nueve años, podrían sufrir algún trágico accidente. En pocos días había perdido a tu madre, mi adorada hija, y a mi yerno, tu padre, a quien quería. No estaba dispuesta por un libro y un secreto guardado durante siglos a perderos ni a ti ni a tu hermana Assal.

Por eso decidí dejarte esta carta. Sí decides seguir adelante con la verdad sobre Judas, quiero que sepas que esa mano que me presionó a mí, en su día volverá a aparecer para hacer algo similar contigo. Sólo espero que la decisión que adoptes sea la correcta, tanto si eliges seguir adelante como si vuelves a esconder el libro en una caja de seguridad hasta el fin de los días. Entenderé cualquier resolución que tomes. Si sigues adelante, te dejo el diario que escribí con la información que conseguí sobre el libro de Judas. Úsalo o destrúyelo. La decisión es sólo tuya, querida niña. Ahora, tu hermana Assal y tú estáis solas. Sólo os tenéis la una a la otra. Protegeos entre vosotras y, por supuesto, únicamente me queda decirte que no te fíes de nadie si sigues el camino que tú sola debes recorrer. Esa decisión sólo te corresponde a ti tomarla. Hazlo con sabiduría.

Te quiere siempre, tu abuela Crescentia B.

Cuando Afdera terminó de leer la carta, no podía contener las lágrimas. No podía revelarle nada a su hermana Assal. Se sentía cada vez más sola, pero estaba decidida a reivindicar, después de tantos siglos, la figura de aquel apóstol que posiblemente no había traicionado a su maestro.

Secándose las lágrimas con un arrugado pañuelo, salió de la biblioteca y se preparó para ir a Florencia. La conversación que tendría con Leonardo Colaiani podría tal vez convertirse en un eslabón más de la cadena hacia el conocimiento de las palabras de Judas Iscariote. «Se lo debo a mi abuela, pero ahora, principalmente a mis padres», pensó la joven.

Mientras bajaba las escaleras, pudo oír en el salón principal la voz de Sampson cuchicheando algo con su hermana Assal. La verdad es que daba gusto ver aquella complicidad entre ellos.

– Siento interrumpiros -dijo Afdera de repente.

– No, no nos interrumpes. Sampson se va ya.

– Sam, necesito hablar contigo antes de que te vayas.

– De acuerdo, éste es un buen momento -afirmó el abogado.

– Acompáñame a la cocina.

– ¿Por qué estás tan misteriosa? Vas a asustar a Assal.

– Tú ocúpate de que Assal permanezca tranquila. ¿Sabes de qué trata la carta que me dejó mi abuela?