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– Sí, le entiendo perfectamente, señor Wu. En pocos días le llamaré para informarle de que tengo el libro en mi poder.

– De acuerdo. Pero no quiero movimientos extraños por su parte, por la mía tampoco los habrá. Engáñeme y le arrancaré la piel de los dedos uno por uno. No habrá más trabas, pero asegúrese de que esas trabas tampoco estarán en su lado de la negociación.

Cuando Aguilar se disponía a despedirse del millonario, oyó al otro lado de la línea el tono de comunicación cortada. Su juego encajaba por ahora como una perfecta pieza de relojería suiza. Sentado en su mesa, el director de la Fundación Helsing cogió un caramelo de menta y se lo introdujo en la boca.

Tenía planeado negociar la entrega del libro a Wu, y, por otro lado, informar a Lienart de la supuesta traición del magnate. Estaba seguro, conociendo al cardenal Lienart, de que éste no permitiría que Delmer Wu se saliese con la suya. Renard Aguilar sabía que se enfrentaba a un juego peligroso, como alguien que intenta hacer malabarismos con una granada sin seguro. Si realizaba un movimiento en falso, podría explotarle en las manos, algo que no deseaba en absoluto. Prefería pensar en cómo disfrutar de sus dos millones de dólares, cada vez más al alcance de su mano.

IX

Florencia

En un par de horas el vehículo conducido por Francesco había recorrido los poco más de doscientos kilómetros entre la ciudad de los canales y Florencia.

– Francesco, pasaré la noche en el Grand Hotel Villa Medici, en Via il Prato, 42 -informó Afdera.

– Lo sé, señorita Afdera. Me lo ha dicho Rosa. Entraré por la Via Borgo Ognissanti y desde allí estaremos a pocos metros de la Via il Prato.

– En cuanto me dejes en el hotel puedes regresar a Venecia. No hace falta que te quedes.

– ¿Y cómo piensa volver usted?

– No te preocupes, cogeré un taxi o alquilaré un coche. Si te retengo aquí, Rosa se va a poner de los nervios.

Minutos después, tras atravesar el río Arno por el puente Americo Vespucci, llegaban hasta la misma puerta del hotel. Ya en su habitación, Afdera se disponía a realizar la primera de varias llamadas, pero cuando levantó el auricular, pudo reconocer una voz al otro lado.

– Hola, Afdera -saludó Max Kronauer.

– ¡No me lo puedo creer! ¿Cómo tienes la poca vergüenza de llamarme? Desapareces y vuelves a aparecer y pretendes que te salude como si tal cosa. Y, por cierto, ¿cómo sabías que estaba en este hotel de Florencia?

– Me lo ha dicho la CIA. Uno de sus satélites te está siguiendo constantemente -respondió Max intentando arrancar una sonrisa a la joven, pero Afdera no estaba para bromas.

– No me hace ninguna gracia. Desapareciste de nuevo en Berna como alma que lleva el diablo y sin darme ninguna explicación. No quiero sufrir, Max, y sabes que me gustas, pero, como te digo, no quiero que me hagan sufrir, ni que me hagan daño, ni que me hieran.

– ¿Quieres que nos veamos o prefieres dispararme? Estoy en Florencia.

– La verdad es que me gustaría dispararte.

– ¿Cuándo quieres que nos veamos?

– Mañana tengo una cita con un tal Leonardo Colaiani, un profesor de la Universidad de Florencia, un experto en las cruzadas. Tiene bastante información sobre el recorrido que siguió el libro de Judas. Si quieres, puedes acompañarme.

– Me gustaría. Será un placer. ¿A qué hora te recojo?

– Ven a mi hotel a las diez de la mañana. Desayunaremos juntos y después nos vamos a ver a Colaiani, para ver qué tiene que esconder. ¿Te parece bien?

– Me parece muy bien. ¿Quieres que cenemos mañana después de la reunión con Colaiani? -propuso Kronauer.

– Sólo si me explicas por qué te alejas de mí cada vez que intento acercarme a ti.

– Te lo explicaré, te lo prometo. Por cierto… -dijo Max-, sabía en qué hotel estabas porque te llamé a Venecia y tu hermana Assal me lo dijo. También me aconsejó lanzarme de una vez. Me imagino a lo que se refería.

– Tal vez ella lo tenga más claro que tú y que yo. Hasta mañana, Max.

– Hasta mañana.

A Afdera le costó conciliar el sueño. Tenía muchas preguntas que hacerle a Colaiani, pero muchas más que plantearle a Max, y de ambos quería respuestas concretas. Estaba dispuesta a conseguirlas fuese como fuese, tanto del profesor universitario como de Kronauer.

El teléfono sonó varias veces arrancándola de un sueño profundo, conseguido con paciencia y un buen par de pastillas.

– Buenos días.

– Buenos días, Max -respondió con voz ronca.

– Te espero en la Sala Caterina para desayunar. Date prisa…

– Pídeme un café bien cargado. Necesito estar serena antes de ver a Colaiani. Me ducho y bajo.

Tres cuartos de hora después, Afdera entraba en la sala en donde la esperaba Max.

– ¿Cómo estás?

Al oírla a su espalda, Kronauer se puso en pie y besó a Afdera en la mejilla.

– Te veo muy bien.

– Yo también a ti, pero cuéntame, ¿dónde has estado?, ¿qué has estado haciendo?

– Tras vernos en Berna, regresé a Londres, donde he estado trabajando en unos textos antiguos escritos en arameo pertenecientes al Museo Británico. El gobierno de Damasco me ha propuesto también estudiar y traducir unos manuscritos que encontraron hace años cerca de Palmira. Será un trabajo que me llevará un año entero.

– Así es que vas a trabajar para ese Hafez al-Assad…

– No. Voy a trabajar en la traducción de unos textos en arameo que casualmente se encontraron en Palmira, que casualmente se encuentra en Siria. Si los científicos trabajasen tan sólo en aquellos lugares en donde existe la democracia, jamás se habrían descubierto los misterios de los faraones, ni las ruinas de Balbek o Palmira, tal vez ni siquiera hubiéramos pisado la Gran Muralla china o las ruinas de Babilonia. Si tuviésemos que esperar a que en muchos de esos lugares llegase la democracia, tendrían que pasar otros mil años para poder estudiar la mayoría de sus antigüedades -respondió Max-. Pero dime, ¿quién es ese Colaiani?

– Leonardo Colaiani trabajó junto a Charles Eolande en la búsqueda de los orígenes del libro de Judas. Eolande es uno de los papirólogos más importantes del mundo y trabaja en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago. Colaiani es uno de los grandes expertos en historia medieval y da clases aquí, en la Universidad de Florencia. Ha escrito varios libros sobre la materia. Eolande y Colaiani trabajaron durante varios años a las órdenes de un misterioso griego llamado Vásilis Kalamatiano.

– Le conozco. He oído hablar mucho de él, pero no sé si la mayoría de rumores son reales o tan sólo leyendas.

– Eolande y Colaiani viajaron durante años siguiendo la pista del libro desde su creación hasta nuestros días, pero realmente no se sabe si averiguaron algo importante. Rezek Badani, mi amigo, el comerciante de antigüedades de El Cairo, me dijo que debía hablar con Colaiani si deseaba conocer algún eslabón más de la historia del libro de Judas. Por eso estoy aquí, en Florencia -relató, después de dar un largo sorbo a su café caliente, muy cargado y sin azúcar.

– ¿Por qué crees que va a proporcionarte la información que necesitas? Quizá no quiera dártela y prefiera guardarse para él los sacretos del libro, o a lo mejor no tiene suficiente autoridad como para proporcionarte los datos que necesitas.