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– De acuerdo, pero no puede quedar ninguna pista de Fessner. La policía no debe encontrarlo. Si lo hacen y relacionan al Círculo con Hoffman, Hubert y Fessner, podrían llegar hasta nosotros y deseamos que eso no suceda, ¿no es así, hermano Alvarado?

– Sí, así es.

– Fructum pro fructo, hermano Alvarado.

– Silentium pro silentio.

X

Berna

La reunión con Leonardo Colaiani había sido muy fructífera y ahora deseaba cerrar el asunto del libro con la Fundación Hel sing. Afdera quería despedirse de los miembros del equipo que habían devuelto a la vida al evangelio de Judas y agradecérselo personalmente en su nombre y en el de su abuela.

La reunión iba a celebrarse esa misma mañana en la sede de la fundación en el barrio de Gurten. Sería su última visita antes de traspasar la propiedad del libro al misterioso mecenas de Aguilar. Un Mercedes-Benz de color negro la recogió muy temprano en la puerta del Bellevue Palace para trasladarla hasta la fundación.

Al llegar, Aguilar la esperaba en la misma puerta del edificio principal acompañado de Sabine Hubert, la persona que había hecho posible el sueño de su abuela. El vehículo se detuvo justo delante de ellos.

– ¿Cómo estás, querida? -saludó la restauradora dándole un caluroso abrazo.

– Bien, Sabine, encantada de estar aquí y poder ver el libro finalmente restaurado.

– Adelante, el equipo la está esperando en la sala de reuniones para despedirse de usted -dijo Aguilar, cogiéndola por el brazo.

– Deseo mantener un encuentro a solas con el equipo -pidió al director-. Después me reuniré con usted.

– Veo que prefieren hablar entre científicos. Lo entiendo -respondió Aguilar con una falsa sonrisa-. La esperaré en mi despacho. Tómese todo el tiempo que necesite.

Al entrar en la sala de juntas, Afdera vio a John Fessner, Burt Herman y Efraim Shemel sentados alrededor de una gran mesa con papeles y una caja metálica hermética. Supuso que en el interior estaba el libro de Judas.

Mientras la joven saludaba uno por uno a los científicos, Sabine se dispuso a abrir la caja metálica, dejando al descubierto varias planchas de cristal con las páginas del evangelio colocadas entre ellas. Algunas aparecían aún incompletas. Otras presentaban los bordes carcomidos por el paso de los siglos, pero en sí, el texto era más o menos legible.

– Aquí tienes tu libro -dijo Sabine.

– Bueno, ya no es mío, es del misterioso mecenas de Aguilar -puntualizó, sujetando entre sus manos varias planchas de cristal.

– Aún tenemos que darle los últimos retoques antes de entregárselo a Aguilar. El códice consta de treinta y dos pliegos, sesenta y cuatro páginas, algunas de las cuales han desaparecido. Las páginas 5, 31,32 y 49 ya no existen. Son absolutamente ilegibles. Lo más curioso de todo es que en las páginas 4, 30 y 48 se habla en un papel destacado del tal Eliezer. Según Burt y Efraim, eso sólo puede suponer que alguien arrancó a propósito las páginas en las que ese Eliezer podría haber escrito o dicho algo importante y que no se deseaba que se conociese.

– El libro, aunque se le llama el evangelio de Judas, sólo hace referencia a éste en alguna de sus partes -intervino Herman-. En realidad, son cuatro textos los que lo conforman. Desde la página 1 a la 9, es la llamada carta de Pedro a Felipe; de la página 10 a la 32, la revelación de Jaime; de la 33 a la 58, el evangelio de Judas, un texto totalmente desconocido hasta ahora, aunque es mencionado por Irineo de Lyon en su obra Contra las herejías; y finalmente, desde la página 59 a la 66, un libro muy dañado llamado el libro de Alógenes y que creemos que da algunas claves que no hemos podido entender.

– ¿A qué te refieres?

– En las páginas 62 y 65 se habla de guardianes de puertas o de accesos, o algo parecido, y cita en algunos de sus párrafos a guardias, o soldados, o ángeles guardianes que gobiernan el caos, los mundos inferiores, con nombres concretos como Yaldabaot, Set, Harmatot, Galila, Yobel y Adonaios. Todos ellos están junto al Autógenerado, el Sacia, el Guardián de los Guardianes, el Gran Uno, Barbelo, el Autógenes Autogenerado.

Afdera recordó en ese momento los cuentos que le relataba su abuela cuando era tan sólo una niña, tras sus encuentros con la señora Levi, en el gueto de Venecia. Recordó la Corte Expiatoria o la Corte de los Arcanos, que para entrar en ella había que abrir antes siete puertas, cada una de las cuales tenía grabado el nombre de un shed, un demonio de la casta de los shedim. Cada puerta se abría con una palabra mágica que resultaba ser el nombre de cada demonio del mundo del caos. Sam Ha, Mawet, Ashmodai, Shibbetta, Ruah, Kardeyakos y Na Amah eran los siete guardianes. ¿Y si esos siete shedim fuesen los siete guardianes de las siete puertas a las que se refería Leonardo Colaiani?

– Como una especie de siete guardianes que protegen siete puertas.

– No sé a qué te refieres.

– Mi abuelo recorrió la Dankalia hasta Ogadén a lomos de un camello. A los veinte años fue rescatado por un misionero cuando estaba a punto de morir de una extraña enfermedad en una tribu de pigmeos en África. Allí pasó mucho tiempo con los contrabandistas. Mi abuelo me contó que un camellero dankalo le reveló que para entrar en el Jardín del Edén, ellos lo llamaban Al-Jannah Al-Adn, era necesario abrir siete puertas en el desierto, y que para poder abrirlas había que conocer los nombres de siete diablos de la tribu de los shaitans.

– ¿Las mismas siete puertas de las que te habló la amiga de tu abuela? -exclamó Sabine.

– Puede que tengan relación. Antiguamente los árabes conocían al Adriático como Giun Al-Banadiquin, el Golfo de los Venecianos. A Venecia se la conocía por el nombre de Al Bunduqiyyah, o también como la Ciudad de las Siete Puertas. Tal vez sea Venecia la ciudad a la que se refiere cuando se habla del Laberinto de Agua, de las siete puertas, de los siete guardianes, y tal vez esté en Venecia la clave para encontrar el secreto guardado al que se refiere el evangelio de Judas. ¿Podría tratarse el libro de Alógenes de un apéndice del evangelio de Judas?

– Puede ser -intervino Sabine-. Puede ser incluso que el libro de Alógenes sea una especie de anexo del de Judas y que en él tenga un papel destacado ese Eliezer del que tanto habla el códice en varias partes.

– ¿No habéis podido averiguar más de Eliezer?

– No. Quizá, como ya te dijo Burt en su momento, pudiese ser un seguidor o un escriba a las órdenes de Judas.

– ¿Pudo Irineo de Lyon conocer algo de ese Eliezer para condenar el libro?

– Puede ser, pero es sólo una conjetura -afirmó Herman-. Aunque el original de Contra las herejías fuese escrito por Irineo en el año 180 en griego, sólo conocemos su traducción al latín escrita en el siglo IV. Irineo, en uno de los apéndices, habla de los gnósticos y otros creyentes, llamados ofitas, los hombres de la serpiente. Irineo sostiene que Judas el traidor conocía con precisión estas cosas, siendo el único de los apóstoles en poseer esta gnosis. Por eso obró el misterio de la traición, por lo cual fueron disueltas todas las realidades terrenas y celestiales. En una de las páginas del libro de Alógenes aparecen varias referencias a uno de los apóstoles que reverenció al maestro y lo protegió, y a otro de los apóstoles que lo reverenció pero luego lo traicionó, pero no especifica que fuese Judas. Curiosamente, este texto aparece reseñado en un extracto del libro de Alógenes, cuyo autor pudo ser ese Eliezer.

– ¿Podría tener una copia de la traducción?

– Sí, puede que en un mes o dos tengamos ya una copia casi definitiva -intervino Sabine-. Pero para ello no es necesario que el equipo permanezca más tiempo en Berna. John ha terminado su trabajo y regresa a Ottawa. Burt y Efraim permanecerán en contacto entre ellos y darán los últimos retoques al libro.