– Sí. Todos. Liliana lo tenía justo al lado de su cama; Reyko, introducido en la boca; Abdel, en el interior del vehículo, y este que tiene aquí se lo extraje yo misma del bolsillo al tipo que intentó asesinar a Rezek.
– ¿Habría alguna forma de interrogar al tipo?
– Lo dudo. Está muerto. Lo atamos a una silla, y aunque Rezek intentó hacerle hablar, no consiguió que nos dijera nada. Aun estando atado a la silla, consiguió levantarse y arrojarse contra una ventana. Voló desde una quinta planta.
– ¿Se inmoló?
– Puede decirlo así. Pero la palabra «inmolación» tiene una vertiente más religiosa -precisó Afdera.
– Puede ser, pero ¿no le parece que este octógono de tela, con esta frase en latín, puede tener más relación con un asesinato ritual o religioso que con un asesinato común?
– Tal vez tenga razón. Usted es el policía.
– ¿Cuál cree que puede ser la conexión entre todos ellos?
– Mi libro.
– ¿De qué libro habla?
– Del libro de Judas.
– ¿Es que Judas Iscariote escribió un libro? -preguntó Grüber con cierto tono de incredulidad.
– Parece ser que sí, y si no fue él, quizá fuese un discípulo suyo. Un hombre llamado Eliezer.
– Pero ¿no se suicidó tras entregar a Jesucristo?
– Puede ser, pero no está tan claro que se suicidase. Tal vez pudo huir de Jerusalén y refugiarse en Alejandría. Mi libro podría ayudar a comprender no sólo el origen del cristianismo y su acto más sagrado, como es la Pasión de Cristo, sino también el origen de la Iglesia católica tal y como hoy la conocemos.
– ¿Me está diciendo que Ransom, Sayed, Reyko, su amigo Badani y Hoffman pudieron ser asesinados por haber estado demasiado cerca de su libro?
– No se lo estoy diciendo, lo estoy afirmando. Liliana, Reyko, Abdel y Hoffman tal vez fueran asesinados por la misma mano por haberse acercado demasiado a la palabra de Judas.
– Lo que sí me queda claro es que esa mano debe de ser muy larga y bastante poderosa como para extender sus tentáculos en Egipto y Suiza.
– ¿Por qué lo dice?
– Le aseguro, señorita Brooks, que no es tan fácil conseguir un asesino con cierta habilidad para enviarlo a matar a una mujer en Alejandría, a un tipo en el sur de Egipto, a un científico en Thun y a otro en El Cairo. Para eso se necesita poder, dinero y unos amplios conocimientos en materia de información y logística. Me está diciendo que alguien ha enviado asesinos a Egipto y a Suiza para matar a todos aquellos que han accedido a su libro. El que ordena esas ejecuciones está claro que debe ser lo suficientemente poderoso como para no importarle que sus asesinos dejen una pista tan clara como un octógono de tela. O se trata de un asesino en serie bastante estúpido, o de un grupo de asesinos bajo una misma dirección, según su octógono de tela. Pueden incluso ser una secta como aquella de los ashashin de las montañas de Alamut.
– ¿Me está diciendo que puede existir una secta como la de los ashashin en pleno siglo XX?
– ¿Y por qué no? ¿Por qué cree que hoy día no podría existir una secta como la de los ashashin, liderada por un hombre poderoso que envía asesinos para liquidar a todos aquellos que estén relacionados con su libro de Judas? Cada día vemos en las noticias de televisión actos como los de esos tipos iraníes y palestinos que se arrojan con un camión cargado de explosivos contra un cuartel o contra una embajada. Ellos lo hacen creyendo en que Dios o Alá, o como quiera llamarlo, los premiará una vez que lleguen al paraíso, así que, ¿por qué cree que no puede existir un grupo así formado por católicos? ¿Es que piensa que todos los católicos creen en la inviolabilidad del quinto mandamiento? Si fuese así, yo ya no tendría trabajo y podría dedicarme a mis orquídeas y a mi jardín.
– Perdone, inspector, pero me cuesta creer que en pleno siglo XX actúe una secta como la que apareció en el siglo XII en Asia. Y, según su teoría, ¿quién puede ser Hassan Sabah, el Viejo de la Montaña de Alamut?
– Tal vez el Papa, o algún otro miembro de la alta jerarquía de la Iglesia católica.
– ¿Está hablando en serio? No puedo creer que el Sumo Pontífice de Roma envíe por todo el mundo a sus guardias suizos vestidos con sus ridículos uniformes multicolores a matar a científicos relacionados con mi libro. De verdad, no puedo ni siquiera imaginarlo.
– Dígame una cosa, señorita Brooks, ¿qué sucedería si se descubre en su libro que Jesús no murió en la cruz como dice la Iglesia?
¿Qué ocurriría si se descubriese que tal vez Judas no delató a Jesús y que incluso sobrevivió y se hizo viejo junto a su mujer, sus hijos y sus nietos? ¿Y si se descubriese que el crucificado no fue Jesucristo, sino una mujer, o Pedro, o Juan? ¿Quién sería el principal perjudicado?
– La Iglesia católica. Aun así, inspector, me cuesta mucho imaginar al Papa de Roma enviando a tipos vestidos de soldados suizos o vestidos de curas para matar a gente por varias ciudades del mundo.
– Pues yo llevo más de treinta años como policía y le aseguro que he visto de todo y mi teoría no es nada descabellada viendo su octógono de tela con esa frase en latín. Le aseguro que un asesino en serie no se toma tantas molestias para matar a alguien. Un asesino en serie mata en ambientes sociales que él puede controlar y además intenta que la policía conozca sus crímenes para aumentar su vanidad. A ningún asesino en serie se le ocurriría coger un avión a Egipto para eliminar a una mujer en Alejandría, coger después otro avión a Suiza y asesinar a un hombre en Thun -replicó Grüber.
– ¿Investigará usted todo lo que le he contado?
– Sí. Incluso solicitaré a un juez de Berna que pida los informes de las muertes de su amiga y del excavador a la policía de El Cairo, pero no le prometo nada. Lo que sí me preocupa ahora es que si esa secta se encargó de Hoffman, ¿qué le impedirá ir a por el resto de miembros del equipo de científicos que restauraron su libro?
– ¿Cree usted que debería poner escolta a John Fessner, Burt Herman, Efraim Shemel y Sabine Hubert? -propuso Afdera.
– Ya me gustaría, pero esto no es Estados Unidos. Aquí no tenemos agentes suficientes como para poder escoltar durante meses a cuatro personas.
– A cuatro científicos en peligro de muerte…
– Como quiera usted llamarlo. El hecho es que no tengo tantos agentes disponibles. Aunque no lo crea, necesitaría policías que hasta esta misma mañana estaban dirigiendo el tráfico en el centro de Berna y no quiero ponerlos en peligro si deben enfrentarse a esos asesinos del octógono. Estoy seguro de que esos tipos están más preparados para matar que cualquiera de mis agentes. Lo máximo que harían ellos ante uno de esos asesinos sería ponerle una multa de tráfico.
– ¿Qué cree que puede hacer? Herman, Shemel y Fessner regresan mañana a sus países, pero Sabine Hubert vive aquí.
– En ese caso estarán bajo vigilancia hasta que se vayan. Después informaremos a las autoridades de sus respectivos países para que oficialmente se ocupen ellos. El caso de Sabine Hubert es diferente, ya que ella es ciudadana suiza y reside aquí. Desde esta misma noche, tendrá una patrulla de la policía en la puerta de su casa. La protegeremos. No se preocupe.
– De acuerdo, inspector. Le agradezco mucho todo lo que está haciendo. Ahora debo irme. Si me necesita, estaré en mi casa de Venecia a partir de pasado mañana. Mañana viajaré a Ginebra, porque tengo una reunión allí. Sólo le pido que me tenga informada de todo y que cuide de Sabine y del resto del equipo.
– Yo le pido lo mismo a usted. Cualquier cosa que descubra, le ruego que la comparta conmigo. Usted no tiene a nadie que la ayude en este asunto, y por mi parte, dudo mucho que en mi entorno haya alguien que dé crédito a esta historia de asesinos que actúan por el mundo en el nombre de Dios por orden del Papa -dijo Grüber con una sonrisa sarcástica.