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Tras cuatro tonos, Mahoney oyó la voz del secretario de Estado al otro lado de la línea.

– ¿Sí?

– Eminencia, soy monseñor Mahoney.

– ¿Qué desea?

– Sólo deseo informarle de que la palabra del libro hereje está en nuestro poder. El libro de Judas nos ha sido entregado. ¿Qué quiere que haga con él?

– Guárdelo en la caja fuerte hasta que yo le dé instrucciones. Hasta esa hora, proteja el libro. Que nadie sepa que lo tiene en su poder, que nadie lo vea, que nadie conozca su contenido, ¿me ha entendido?

– Sí, eminencia, le he entendido perfectamente.

– Buenos días, y no me falle esta vez, monseñor.

– No le fallaré, eminencia.

– En estos momentos estoy esperando la llamada del Santo Padre desde Castelgandolfo. Estoy intentando convercerle para que no visite a ese Agca en la prisión. Le ha dado por perdonar a ese turco infiel delante de las cámaras de televisión. Ese campesino intenta perdonar sin saber que perdonar no es olvidar, sino vivir en paz con la ofensa, y eso es lo que intenta ahora.

***

Ginebra

Afdera llegó en taxi hasta la mansión de Vasilis Kalamatiano, en la Route de Florissant. La joven no se dio cuenta de que la vigilaban desde un vehículo que estaba aparcado y se dispuso a tocar el timbre del gran portalón de bronce. Un sonido seco le indicó que la puerta se había abierto. Al empujarla, divisó enseguida el tejado de la mansión principal entre un pequeño bosque rodeado por el campo de golf y las dos casas para invitados.

El mayordomo ya la esperaba al final del limpio camino de gravilla que conducía a la puerta principal.

– Buenos días, señorita Brooks.

– Buenos días-respondió Afdera.

– El señor Kalamatiano la está esperando en el salón principal. Sígame, por favor.

Al entrar en el salón Afdera se encontró frente a frente con Kalamatiano y Colaiani.

– Creo que ya conoce al profesor Colaiani -dijo el Griego.

– Sí, nos conocemos muy bien -admitió Afdera.

– Sé lo que está pensando, señorita Brooks. El profesor Colaiani es una rata. Yo también estoy de acuerdo con usted, pero le aseguro que es la rata más experta en historia medieval, y tras recibir su llamada estará de acuerdo conmigo en que le necesitamos. ¿No le parece?

Mientras el mayordomo servía café y pasteles orientales, Afdera sacó el diario de su abuela del bolso.

– He anotado todo lo que he descubierto hasta este momento en el diario que me dejó mi abuela. Si me ocurriese algo a mí, alguien podría continuar con la investigación -precisó después de dar un sorbo de café.

– ¿Por qué cree que le podría ocurrir algo? -preguntó Colaiani.

– Varias personas que han tenido contacto con el libro de Judas han perdido la vida misteriosamente. La mayoría asesinados por un extraño y misterioso grupo que deja como firma un octógono de tela sobre la víctima. Mis padres, varios científicos que han trabajado en la restauración y traducción del códice, el director de la Fundación Helsing, algunos de los excavadores que descubrieron el libro en Gebel Qarara y los marchantes que participaron en su venta han sido asesinados de muy diversas maneras. Estoy segura de que en algún momento lo intentarán conmigo o con cualquiera de ustedes si esos hombres del octógono descubren que estamos intentando reconstruir la ruta del libro y descubrir el texto de Eliezer, el seguidor de Judas.

– Yo no deseo morir.

– No gimotee, Colaiani. Parece usted un estúpido niño. Le aseguro que si alguno de esos asesinos del octógono consigue llegar hasta mí, le estaré esperando, y si es necesario, me los llevaré conmigo al paraíso -aseguró Kalamatiano, dejando ver bajo su chaqueta una pequeña pistola-. Y ahora, querida señorita Brooks, cuéntenos qué ha descubierto para saber cuál es el siguiente paso que debemos dar.

– Mis investigaciones continuaron tras la conversación que mantuve con usted, profesor Colaiani, desde el mismo punto en el que comienza la historia de la carta de Eliezer, en Damietta, el 7 de junio de 1249, cuando es conquistada por las tropas cruzadas de Luis IX de Francia. Desde aquí marqué un punto de inicio, tanto del libro como de la carta de Eliezer. Después continué con el viaje del rey Luis, varios caballeros y tropas varegas a San Juan de Acre. Me centré en la ruta y en las pistas varegas dejadas por los cruzados escandinavos. Esa pista me la dio usted. Me llamó mucho la atención unas palabras que mencionó al referirse a la carta de Eliezer y al libro de Judas. Usted me dijo que Luis IX pudo descubrir la peligrosidad del documento y que tal vez entendió que era mejor para la cristiandad mantener lo más alejado posible el libro de Judas de la carta de Eliezer. Separados quizá fuesen menos peligrosos, afirmó. Me centré también en seguir la pista desde Acre a Antioquía y de Antioquía al Pireo. También busqué pistas sobre el Laberinto de Agua, la Ciudad de las Siete Puertas de los Siete Guardianes y que tanto usted como Eolande no pudieron descubrir…

– ¿Qué ciudad era?

– Venecia, sin duda alguna.

– ¿Cómo está tan segura? -intervino Kalamatiano.

– Me acordé, simplemente, de las enseñanzas de mi abuela y de los relatos y leyendas que me contaba cuando visitábamos a varias familias judías de Venecia. Recordé un cuento que me contaba la señora Levi durante mis visitas al Ghetto Vecchio y la Corte de los Arcanos. La señora Levi me llevó un día de la mano y me explicó que para entrar en esa Corte había que abrir siete puertas, cada una de las cuales tenía grabada sobre ella el nombre de un shed o diablo: Sam Ha, Mawet, Ashmodai, Shibbetta, Ruah, Kardeyakos y Ná Amah. Y esos siete shed son en realidad los nombres de los siete guardianes del laberinto.

– Sigo sin entender la relación del Laberinto de Agua con Venecia.

– El nombre de los siete shed, los siete guardianes, están relacionados con la cábala. Mi hermana Assal recordaba que se hablaba de una especie de laberinto de agua en el ejemplar del Hypnerotomachia Poliphili que se conserva en la Biblioteca Marciana de Venecia, en el Palacio de los Dogos. Efectivamente, en una de sus páginas aparece un curioso dibujo de un laberinto de agua, cortado y atravesado por canales imposibles que no llevan a ninguna parte. El laberinto está dentro de una gran muralla protegida por siete puertas y por los canales navegan pequeñas embarcaciones.

La expresión en los rostros de Kalamatiano y Colaiani le hizo darse cuenta de que ninguno de los dos entendía su teoría.

– Un estudioso de la obra llamado Apostolo Zeno dijo en 1723 que había encontrado una edición original del Hypnerototnachia Poliphili, uno de los ejemplares impresos por Manuzio en 1499. En él había manuscrita una nota redactada en latín, fechada en el año 1521, y cuya traducción decía que el nombre del verdadero autor era «Franciscus Colonna, veneciano», que perteneció a la orden de predicadores. Se dice que Colonna, que era un gran estudioso de la cábala, se apoyó en ella para la redacción de su libro, y que por eso denomina a Venecia como el Laberinto de Agua, basándose en los estudios cabalistas de Safed, que ya describen a esta ciudad con semejante nombre. Por tanto, parece seguro que el Laberinto de Agua se refiere a Venecia.

– Entonces, ¿a qué se refiere cuando habla de las siete puertas, de los siete guardianes? -preguntó Colaiani.

– Se lo explicaré. En la época de los árabes, Venecia era descrita como la ciudad de las siete puertas a las que se refiere Colorina en su Hypnerotomachia Poliphili. Los árabes les dieron nombre a todas ellas: la puerta de la Aventura, la puerta del Mar, la puerta de Oriente, la puerta del Oro, la puerta del Amor, la puerta del Color y la puerta del Viaje. En total, siete puertas. Para ellos, cada una de esas puertas tenía una simbología clara, ya que Venecia jamás ha estado flanqueada por siete puertas concretas o reales. Mi hermana buscó en los Archivos de la Biblioteca Marciana las zonas a las que podían referirse esas siete puertas en la actual Venecia. La puerta de la Aventura podría situarse actualmente en la zona este del Cannaregio y en la zona oeste de Castello; la puerta del Mar estaría aproximadamente en la zona de Castello, en donde se levanta el Arsenale; la puerta de Oriente estaría en la zona oeste del Cannaregio, incluida la judería o el Ghetto Vecchio; la puerta del Oro se situaría en lo que hoy es el barrio de San Marcos; la puerta del Amor, en la zona este de San Paolo y Santa Croce; la puerta del Color en Dorsoduro y la zona central de la isla de la Giudecca, y la Puerta del Viaje en lo que hoy son las islas de San Lázaro de los Armenios, San Servolo, San Francesco del Deserto y el Lido, uno de los lugares de embarque de los caballeros cruzados que marchaban a Tierra Santa durante la cuarta cruzada. Ahora que tenemos localizado el Laberinto de Agua, la Ciudad de las Siete Puertas de los Siete Guardianes, podemos intentar localizar la siguiente pista que nos dio la inscripción rúnica que aparece en el león del Arsenale.