Выбрать главу

– Trataré de ponerme en contacto con mis clientes.

– Le hemos encontrado un pasaporte en el que consta la dirección de un hotel de París, no de un domicilio familiar. Un pasaporte relativamente reciente. Y lo curioso es que en ese hotel apenas vivió el tiempo durante el cual tramitó el pasaporte, como si quisiera borrar huellas.

– ¿Hay informe policíaco?

– Todavía no, pero parece limpio. De haber sido sucio ya habría llegado.

– ¿Tiene inconveniente en que eche un vistazo al pasaporte? Es por la fotografía. Por si hablamos del mismo hombre.

Contreras se encogió de hombros y lanzó el pasaporte sobre la mesa.

Carvalho se levantó y se adosó casi al tablero cubierto de papeles, carpetas, la linterna. Levantó el pasaporte, lo abrió por la página de la fotografía y lo alzó hasta sus ojos como si tuviera problemas de visión. Contreras parecía desentendido durante el tiempo que Carvalho empleara en aquella operación de reconocimiento. De pronto Carvalho manifestó su descontento por la escasa posibilidad de visión y se inclinó bruscamente sobre la mesa para situar el carnet bajo el haz de luz de la lámpara. En su brusca acción, con el codo izquierdo provocó una caída al suelo de papeles, carpetas, la linterna.

– Coño. Lo siento, comisario.

Contreras pertenecía a la especie de maridos irritables cuando la mujer rompe una copa en el fregadero o de padre capaz de lanzar un ultimátum al niño que ha volcado alocadamente el tazón de la leche.

Le molestaban los actos fallidos y dedicó a Carvalho una mirada condenatoria, al tiempo que le exigía una inmediata reparación de su torpeza.

– Sólo falta que usted contribuya al desorden de esta oficina.

Entre disculpas, Carvalho se agachó y parapetado tras la mesa empuñó la linterna con decisión, se la metió en el bolsillo de la chaqueta y luego fue recogiendo con parsimonia los legajos y poniéndolos sobre la mesa uno por uno, para que Contreras los reconociera uno por uno, asintiendo uno por uno, sin abandonar el ceño.

– ¿Ya está todo?

– Ya está todo.

Mintió Carvalho de rodillas, mientras empuñaba la linterna en el bolsillo por si Contreras se la reclamaba. Pero parecía ya satisfecho con la recuperación de sus papeles y casi no reparaba en Carvalho, de nuevo de pie ante él.

– Agradezco mucho su confianza, comisario, pero tengo asuntos muy urgentes que me reclaman y no puedo seguir por más tiempo en su grata compañía.

– Deme la referencia de esos parientes, de esos clientes.

– Comprenderá usted que primero he de hablar con ellos. No puedo revelar una información así como así. Puedo asegurarle que sabrá pronto noticias mías.

– Sabré noticias de usted mucho antes de que usted las sepa, como me toque demasiado los cojones haciéndose el chulo de mierda.

Por fin le había salido la bestia. Nada indicaba que le impidiera marcharse, pero sí que a partir de este momento tendría siempre encima a Contreras oliéndole la bragueta. Por eso al salir a la calle no tomó una dirección predeterminada y haraganeó por el Moll de la Fusta, con la mano en la linterna agradecida y la mirada de la gamba de Mariscal, que no era gamba, sino bogavante, con ganas de cachondeo. Se metió en una cabina para llamar al Palace. Ni monsieur Lebrun ni mademoiselle Claire Delmas eran ya clientes del hotel. Habían cancelado su cuenta el día anterior y partido en dirección desconocida. Se imaginó a Georges Lebrun urdiendo la resolución del caso. Ganar tiempo y espacio no había sido una mala idea, pero quedaba Carvalho y habían confiado demasiado en su respeto al secreto profesional o le habían integrado gratuitamente en su juego, pensando incluso que podían haberle desorientado. En cuanto a Carvalho se limitaba a sufrir por Claire y a tratar de llegar antes que Contreras.

Volvió a callejear, ganando tiempo y distancia entre cabina telefónica y cabina telefónica y esta vez la llamada la dirigió a la Oficina Olímpica, al coronel Parra. Estaba reunido, reunidísimo, insistió la secretaria, con el alcalde, dijo al final ante la presión de Carvalho.

– Al alcalde le queda casi un año de mandato, señorita. En cambio mi asunto es de vida o muerte.

Por fin un alterado y razonablemente molesto ex coronel Parra se puso al teléfono.

– Necesito saber si el francés aquel del que te hablé, el de la ORTF, Georges Lebrun, sigue en Barcelona o ya ha terminado el asunto que os ocupaba.

– ¿Eso es todo?

– Es bastante, te lo juro.

– ¿Justifica que me hayas levantado de una reunión nada menos que con el señor alcalde?

– A Pascual le conoces de toda la vida.

– No va en broma.

– Es asunto de vida o muerte, coronel. Va en serio.

Carraspeó Parra contenido por el tratamiento que le convocaba parte de su mejor memoria y telegrameó la información.

– En efecto, Georges Lebrun sigue en Barcelona porque me han ratificado una entrevista con él mañana.

– ¿No ha dejado dirección?

– No. Tengo una cita a las diez y media. Eso es todo.

Y le colgó. Cría cuervos. En otros tiempos no había horas suficientes de conversación sobre la acumulación de capital o sobre el tránsito de la cantidad o la cualidad según los esquemas del materialismo dialéctico. Y Franco. Y Lumumba. Y la madre que les parió. Ahora se molestaba porque Carvalho se convertía en un ruido en la conversación con el excelentísimo señor alcalde. Pero tenía otros dolores cerebrales más urgentes, por ejemplo el que le causaba la necesidad de proteger a Claire, de encontrarla antes que Contreras, y para llegar a Claire sólo tenía la referencia de Lebrun y el punto remoto de la cita de mañana.

Demasiado tarde. Biscuter le esperaba con un bocadillo de pescado frito, berenjenas, pimientos y pan con tomate. Era el bocadillo "Señora Paca" que Carvalho había perfeccionado en homenaje a su abuela, y junto con el bocadillo la propuesta de la compra.

– Tengo una receta de puta madre, jefe, un tumbet a la mallorquina y morcillo cocido con salsa verde. Dietético. Bajas calorías.

– ¿Dónde buscarías a un hombre extraño acompañado de un hermoso adolescente griego y tal vez de una mujer distraída, falsamente distraída?

– ¿Qué preguntas, jefe? ¿El hombre extraño y el adolescente se entienden?

– No lo sé. Es demasiado extraño.

– Busque por la vida golfa.

Pero tiene muchas horas por delante. Ésos salen como los caracoles, al anochecer. ¿Y qué va hacer con el señor Brando? No para de llamar.

El señor y la ex señora Brando, el ex atleta, el hijo, la hija, la madre. Se inventó una excusa para Biscuter, pero la entendió como si se la dirigiera a sí mismo.

– No sé cómo dar la cara en ese asunto, Biscuter. He cometido todas las torpezas posibles.

– Ha pasado malos días, jefe.

– No parece que los próximos vayan a ser mejores. ¿Te gustaría dejar el delantal durante unos días y coger la lupa?

Había quedado ante Beba en la peor de las posiciones estratégicas. Si la seguía a cuerpo abierto ella le reconocería y si la abordaba proseguiría una relación no exactamente clasificable dentro del género de la corrupción de menores, sino más bien de la corrupción de adultos. Si de su propia corrupción ensayaba el marcaje a distancia durante dos o tres días, aquella diosa adolescente tenía alas y una conciencia dispersa que la llevaba de norte a sur, de la tierra al agua, del aire al fuego como si todo la atrajera y la cansara al mismo tiempo. Biscuter se emocionó cuando Carvalho le dijo que lo necesitaba para algo más que hacerle la comida, contestar al teléfono y quejársele porque no había cumplido su promesa de enviarle a París a seguir un curso sobre alta cocina.

Primer curso dedicado a sopas, sólo a sopas.

– Síguela, Biscuter. Pero cuidado si se mete por el Barrio Chino, tú ya me entiendes, porque si hay una redada tú tienes cara de pescadito frito.

– ¿Ya empezamos a faltar, jefe?

– Quiero decir que si te ve un "madero" te mete en la tocinera.

Tu aspecto es de no tener ni siquiera abogado de oficio.

– Vaya día tiene, jefe. Me pondré el traje de los domingos.

Peor, pensó Carvalho al imaginarse a aquel fetillo disfrazado de domingo, pero no se lo dijo para no reincidir en el menosprecio.

Colocada la familia Brando bajo la protección de Biscuter, Carvalho podía volver a obsesionarse con Claire.

– Jefe. Tendrá que darme para mis gastos. Cuando se sigue a una persona siempre hay que dar propinas y tomar cosas para disimular.

A veces hay que meterse en librerías y hasta comprar libros, o revistas. No voy a sacarlo de lo que usted me da para la compra y para los gastos del despacho.

– Ojo con los libros que compras, Biscuter.

– Todo el mundo habla de uno de un tal Terenci Moix que se llama "El peso de la paja".