Выбрать главу

Unas cuantas veces vi que Li dirigía la mirada hacia donde yo estaba. ¿Qué veía? ¿Me encontraría tan cambiada como ella me lo parecía a mí?

Almorzamos en el comedor número cinco y luego fuimos andando hacia el Triángulo. El cielo estaba completamente despejado, no había ni rastro de nubes. Chicos con pantalones cortos planchados y muchachas con vestidos floreados se dirigían paseando hacia sus residencias para dormir la siesta. El viento suave enviaba leves ráfagas de aire caliente que pasaban rozándonos.

– Ahora estoy casada -me dijo Li-. Es probable que te acuerdes de él, Xiao Zhang. Después del 4 de junio lo enviaron a su ciudad natal.

El 4 de junio es la manera que tenemos los chinos de referirnos al Movimiento Democrático Estudiantil de 1989. Li me contó que se habían casado hacía cuatro años y que desde entonces su marido se había trasladado a Pekín y trabajaba en una empresa privada.

Le pregunté si había tenido algún problema con las autoridades después del 4 de junio.

– No por mucho tiempo. Como ya sabes, en la Universidad de Pekín todo el mundo era considerado igualmente culpable o partidario. Lo único que tuve que hacer fue asistir a unas sesiones de estudio. -Me explicó que en aquellas reuniones leían artículos de periódico y comunicados del Partido y que luego, bajo la supervisión del secretario del Partido del departamento, reflexionaban sobre las lecturas y discutían lo que habían aprendido-. Pero algunas personas, como los jóvenes profesores universitarios que apoyaron abiertamente a los manifestantes en huelga de hambre, tuvieron que escribir una autocrítica -continuó diciendo-. Ahora la mayoría ya no está. Algunos perdieron el trabajo. Muchos se marcharon después de que ascendieran repetidas veces a otras personas relegándolos a ellos. A los estudiantes les ocurrieron cosas peores -suspiró-. Ahora todos los estudiantes universitarios de la Universidad de Pekín tienen que realizar entrenamiento militar. Así pues, antes de poder empezar sus cuatro años de universidad, tienen que pasar un año en campos de entrenamiento militares.

No podía creer lo que acababa de oír.

– Pero ¿por qué? No han hecho nada. Ni siquiera estaban en la universidad cuando ocurrió lo del 4 de junio.

– Es… «una medida preventiva» -dijo.

Empezaba a enojarme y me pregunté por qué hay gente que le tiene tanto miedo al poder de la mente y del pensamiento. ¿Por qué pensaban que enviar a los jóvenes más inteligentes de China a campos de entrenamiento militares sería bueno para ellos o para el país? «Qué tontería», pensé. Y también estuve pensando que hay personas que no comprenden que las dificultades físicas nunca impedirán el vuelo de la mente. En realidad, es probable que sea justo al contrario. Cuanto más sufren las personas, con mayor ahínco buscan una respuesta. Sentía el peso de una profunda tristeza en el corazón. Los campamentos y las rehabilitaciones masivas habían sido el sello característico de la Revolución Cultural. Ahora, a los veinticinco años de que hubiera terminado, seguían llevando a la gente a esos campamentos para «educarla».

Entonces Li me contó que el año anterior el gobierno había cambiado totalmente de política.

– Pero eso no rige para la Universidad de Pekín -prosiguió-, que sigue estando considerada como un terreno fértil para las ideas democráticas: el lugar más peligroso del país -concluyó con un asomo de orgullo en su voz del que a mi vez me contagié.

En aquel momento atravesamos el Triángulo y nos detuvimos frente al Edificio para el Joven Profesorado.

– ¿Todavía vives aquí?

Me sorprendió y a la vez me sobresaltó haber parado en la puerta de mi antiguo hogar con Eimin. De pronto resurgieron los recuerdos de aquella diminuta habitación del rincón. Levanté la mirada hacia la ventana de la esquina y vi unas cortinas con un estampado de flores en ambos lados. Me pregunté quién viviría allí entonces.

– Sigo en la misma habitación. Ahora en lugar de una compañera de habitación, tengo un marido. -Sus palabras me sacaron de mi ensimismamiento. Nos reímos las dos-. Comprenderás por qué estamos deseando ansiosamente que se termine de construir la nueva residencia de profesores -añadió esperanzada.

Me despedí de Li en la puerta del edificio y me encaminé al lago Weiming. Tomé el sendero que pasaba por detrás del edificio de biología y ascendí la colina. Una ligera brisa revoloteaba entre los arbustos a lo largo de la umbría senda. Cuando torcí a la izquierda para tomar el camino ancho, el sendero empezó a descender abruptamente y unos blancos álamos temblones dieron paso al agua transparente y verdosa. El lago estaba tan tranquilo y hermoso como cuando lo dejé. Las largas ramas de los sauces se inclinaban sobre el agua y encuadraban la vista de la tradicional pagoda china en el extremo oriental. Las jóvenes pasaban por allí ataviadas con largas faldas de seda; los chicos les llevaban las bolsas.

A medida que me aproximaba, mis pasos se hicieron más lentos, la respiración se hizo más agitada y el corazón se me aceleró. Tuve que sentarme. Era allí donde solíamos encontrarnos. La orilla rocosa no había cambiado en absoluto, a diferencia de casi todo lo demás en mi vida, alterado hasta tal punto que resultaba irreconocible.

Sentada bajo el sauce llorón, observé el puente de piedra blanca a lo lejos y pensé en mi vida anterior: los pausados paseos a la orilla del lago, el cielo estrellado en las noches de verano, los poemas leídos mientras la luna se reflejaba en el agua. Una brisa sopló desde las colinas de atrás y envió unas perezosas ondas por el lago. En aquel preciso instante, mis tranquilos pensamientos sobre el pasado se vieron alterados por una idea sorprendente: ¿y si las cosas entre Dong Yi y yo hubieran salido bien? ¿Cómo sería entonces mi vida? ¿Estaría también allí sentada sintiendo la misma nostalgia?

Regresé al apartamento de mis padres poco antes de cenar. El ventilador estaba en marcha. Vi a mi madre sentada en una esquina, en la sombra. Unos cuantos cabellos se le agitaban con la brisa. En cuanto entré supe que algo iba mal, estaba blanca como el papel.

– ¿Qué ocurre? -pregunté.

– Yang Tao acaba de irse. Ha venido a verte.

Yang Tao era el diplomático con el que había salido en la universidad.

– ¿Cómo se ha enterado de que he vuelto a Pekín?

– Se lo dije yo. Le llamé para pedirle que devolviera tus diarios.

– ¿Mis diarios? ¿De qué estás hablando?

– ¿No te acuerdas? Te dije que volvió en septiembre de 1989 durante un permiso de la embajada con la esperanza de convencerte para que no te marcharas a Estados Unidos. Pero tú ya te habías ido. Al marcharse se llevó tus diarios.

Me acordé. Y me acordé de lo furiosa que me había puesto cuando mi madre me lo dijo. Aquellos diarios eran míos. Eran privados.

– Nunca he comprendido por qué dejasteis que se los llevara -dije sintiendo de nuevo algo de mi furia original.

– ¿Y qué podíamos hacer? ¿Cómo podíamos detener a un joven fuerte de más de metro ochenta de estatura?

– ¿Va a volver? -pregunté.

– Ha dicho que volvería. Quiere encontrarte.

De repente mi madre se echó a llorar.

– No te lo dije porque papá y yo no queríamos preocuparte, pero ha estado aquí muchas veces durante los últimos años; siempre quería lo mismo, tu dirección y número de teléfono. Dijo que en cuanto tuviera oportunidad, se iría a Estados Unidos a buscarte. El viejo Zhang me dijo que había vuelto hacía un par de meses, después de una larga misión en el extranjero, de modo que lo llamé al Departamento de Asuntos Exteriores. ¿Cómo es posible que las cosas llegaran a este extremo? Siempre te dije que tuvieras cuidado al amar. Ahora lo entiendes, ¿no?

Lo lamenté por mi madre, que había visto demasiada tristeza. Otra vez había añadido más dolor a su atribulada vida sin saberlo.

– Si vuelve a venir, le dices que no quiero volver a verlo nunca.