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Pero, en todo aquel tiempo, nunca olvidé lo de la novia que Ning había mencionado. Yo no pregunté y Dong Yi tampoco habló de ella por propia iniciativa. Sólo las palabras de Ning sobre ella se introducían en los lapsos entre clases y estudios y, las noches en que no podía dormir, tenía prolongados e inquietantes pensamientos sobre ella, sobre quién era, sobre cómo era y cuánto la quería Dong Yi.

No acudía a los salones democráticos únicamente con Ning y Dong Yi. A veces iba sola para escuchar los debates o a veces acompañada de otros amigos, entre ellos un estudiante de primer año de posgrado en económicas llamado Chen Li. Había conocido a Chen Li en una de las manifestaciones estudiantiles.

El año 1986 fue emocionante para China. Hu Yaobang todavía era el secretario general del Partido y la atmósfera política era más tolerante de lo que nunca había sido. Los grupos de estudiantes de élite y los intelectuales miraban hacia Occidente en busca de ideologías y sistemas políticos alternativos; los estudiosos como el profesor Fang Lizhi escribieron sobre los abusos de los derechos humanos y la falta de democracia en China. En la Universidad de Pekín, los estudiantes debatían en el Triángulo, el punto de reunión en el centro del campus, y colgaban carteles en las paredes exigiendo más libertad y democracia en China.

Desde que el primer emperador de la dinastía Qin unificó Zhong Gou, el Reino Medio (el nombre chino de su país), en el año 221 a.C, China había caído bajo un estricto dominio controlado por un poder central. A lo largo de los dos mil años siguientes, los carteles se convirtieron en un medio importante -y con frecuencia el único- para que los chinos comunes y corrientes expresaran sus opiniones. Los carteles continuaban siendo la opción preferida de los estudiantes que se manifestaban en la China comunista porque casi todas las demás vías de comunicación eran controladas por el Partido y, por tanto, no estaban a disposición de los ciudadanos de a pie.

Las reformas económicas que habían tenido lugar desde 1978 ocasionaron cambios enormes en China. Los experimentos con la economía de libre mercado en las zonas económicas especiales establecidas por Deng Xiaoping habían resultado grandes éxitos. El nivel de vida medio de los chinos había aumentado enormemente. Sin embargo, en 1986, la reforma parecía haber llegado a un punto muerto. La inflación aumentaba más y más, la corrupción era endémica. Los funcionarios del gobierno y los dirigentes del Partido abusaron de su poder y «se hicieron ricos» primero. Muchos intelectuales, por lo tanto, habían cuestionado si el comunismo podía coexistir con la economía de libre mercado -la política fundamental de Deng Xiaoping- y exigieron también reformas políticas. Los estudiantes universitarios se echaron a la calle en varias manifestaciones reivindicando libertad de expresión, elecciones libres y democracia.

En una de aquellas noches, en medio de un tradicional espectáculo de celebración y apoyo -desde las ventanas de la residencia caían papeles y tiras de tela encendidos, como chispas que llovieran del cielo-, conocí a Chen Li. Vivía en la residencia de estudiantes de posgrado que había al otro lado de la calle y, al igual que yo, se encontraba en el exterior del edificio aclamando a los manifestantes que pasaban por allí. Al cabo de unos veinte minutos marchamos junto a nuestros amigos hacia el Triángulo y luego hacia las calles.

Chen Li me llevó a muchos debates en los salones democráticos e iba perfeccionando sus argumentos en cada uno al que asistíamos. Él siempre decía que ser un economista político significaba que prefería considerar la política desde el punto de vista económico: ninguna política era buena si no conducía a avances económicos, y viceversa.

– Éste precisamente sería el caso concreto de China, porque China se cuenta entre los países más pobres del mundo y la mayor parte de sus habitantes no ha recibido suficiente educación -explicó Chen Li.

Había mucha gente en los salones que no estaba de acuerdo con él. Los estudiantes de historia china entendían que la política no tenía nada que ver con la economía. En China, las «luchas de pensamiento», tal como había expresado Mao, siempre habían tenido prioridad sobre el bienestar de la población, desde las antiguas dinastías hasta el Estado comunista. Era la mente y no el cuerpo lo que preocupaba a los gobernantes.

Cuando el otoño dio paso al invierno, el lago Weiming se heló. Se abrió la pista de hielo. Los estudiantes, con sus gruesos abrigos acolchados, llenaban el lugar y las chicas tenían un aspecto especialmente vistoso con sus sombreros y largas bufandas de lana tejidas en casa. Dong Yi me pidió que le enseñara a patinar.

Lo intenté, pero no hacía más que caerse encima de mí, encima de otros patinadores o, simplemente, sobre el hielo.

– Es inútil, me rindo -dijo al fin, y se agarró a mí mientras yo lo arrastraba hasta la cerca.

– No te des por vencido. Aún es temprano. Podríamos dar unas cuantas vueltas más. Lo único que puede ayudarte es la práctica.

– Hoy no. Es el cumpleaños de Liu Gang. ¿Te dije que damos una fiesta en su honor? Su novia ha venido a propósito desde Hangzhou. Tengo que preparar las cosas -explicó, y se sentó para desatarse los patines y entonces dijo, casi como si se le acabara de ocurrir-: ¿Por qué no vienes conmigo a la fiesta?

Liu Gang vivía en una habitación situada unas cuantas puertas más allá de la de Dong Yi, y lo había conocido una noche que asomó la cabeza por la puerta de Dong Yi para saludar.

De modo que me fui con Dong Yi a la fiesta de cumpleaños de su amigo. La habitación de Liu Gang había sido transformada para la ocasión. Habían colocado las camas a un lado, las tres mesas juntas y un «Feliz cumpleaños» pegado en la pared. Los invitados traían comida que habían comprado en los comedores estudiantiles, coca-cola y cacahuetes tostados. Dong Yi y yo llevamos cerveza Qing Tao.

– Bienvenido, Dong Yi. ¿Cómo estás, Wei?

Liu Gang estaba contento. Era un joven de cara seria. Cuando lo conocí no me cayó bien porque parecía no sonreír nunca. Después de habernos visto un par de veces más continuaba siendo frío y antipático, y le dije a Dong Yi que, probablemente, yo no le gustaba. Pero Dong Yi me aseguró que ése no era el caso; sencillamente, Liu Gang era el tipo de persona que sólo se encuentra a gusto entre amigos íntimos. Aquella noche entendí por qué.

– Me alegro de verte, Mai Li. -Dong Yi le sonrió a una mujer delgada de voz ronca que resultó ser la novia de Liu Gang-. ¿Cuándo has llegado? Aquí hace mucho frío, ¿no te parece?

– Llegué anoche y voy a quedarme unos días -respondió Mai Li -. Para mí es una época de mucho trabajo. Liu Gang también está atareado con las clases y, además, la revista.

En aquel momento, Mai Li y Dong Yi bajaron la voz y empezaron a dirigirse a la esquina de la habitación. Yo eché un vistazo a mi alrededor preguntándome si debía marcharme. Dong Yi se dio cuenta de mi incomodidad. Me tomó de la mano y me susurró al oído: «Liu Gang es el editor de Free Talk».

Sabía que Free Talk era una revista política clandestina dedicada a la democracia, la libertad y las reformas políticas en China. La habían hecho circular discretamente, con mucho entusiasmo, durante las manifestaciones estudiantiles masivas de 1986, aunque yo nunca había leído ningún ejemplar.

Mai Li le preguntó a Dong Yi si creía que Liu Gang corría algún peligro.

– Francamente, no lo sé con seguridad. No hay duda de que Free Talk ha llamado la atención del gobierno. Hasta ahora, Hu Yaobang se ha mostrado tolerante con las protestas estudiantiles y los debates políticos. No obstante, como todos sabemos, el clima político en las altas esferas podría cambiar en cualquier momento. -Dong Yi hizo una pausa de un segundo y luego le preguntó a Mai Li -: ¿Qué has oído? Hay algo que te preocupa.