– ¿Qué ha oído de qué? -preguntó Liu Gang, quien se acercó por detrás y con los brazos rodeó a Mai Li por la cintura.
– Cambios políticos -dijo Dong Yi en voz baja.
Liu Gang miró a su alrededor; los demás invitados estaban ocupados charlando, bebiendo cerveza y llevándose cacahuetes tostados a la boca.
Nos susurró que se había enterado, por medio de una fuente fiable, que pronto iba a haber un cambio muy importante en la política hacia los estudiantes por parte del gobierno, y que éste no tardaría en prohibir todas las reuniones públicas y manifestaciones estudiantiles.
– ¿Tú que piensas de eso? -se volvió hacia mí y me preguntó de pronto. Me miró fijamente, esperando. Pero mi mente parecía haberse congelado.
– Nosotros…, nosotros, por descontado, no nos rendiremos. No vamos a asustarnos -balbucí, y me puse colorada. Me sentí como si el profesor me estuviera haciendo una prueba delante de unas personas cuyas opiniones me importaban mucho.
– Mientras tengamos a jóvenes así no hace falta que nos asustemos. Estaremos bien.
Liu Gang me sonrió por primera vez. Me sentí a gusto inmediatamente. Él miró a su novia y sonrió como si quisiera disipar cualquier preocupación que ella hubiera podido albergar.
Posteriormente, en particular durante el Movimiento Democrático Estudiantil de 1989, me di cuenta de la trascendencia del papel de Liu Gang en el Movimiento Democrático en China. Era un pionero, alguien que, a diferencia de la mayoría de dirigentes estudiantiles que aparecieron en primera línea política durante la primavera de 1989, había optado por una vida de disidente con anterioridad.
– Vamos a cenar un poco -dijo Liu Gang.
Nos dirigimos al centro de la habitación. Mai Li en seguida pasó a hablar de otras cosas. De repente le preguntó a Dong Yi por su novia, a la que llamó Lan.
– ¿Vendrá pronto a verte? -quiso saber ella.
Dong Yi siguió sonriéndole a Mai Li, pero yo me di cuenta de su incomodidad momentánea, que logró disimular casi inmediatamente. En ese punto me alejé. Al fin había oído su nombre. Su existencia había sido confirmada.
Nos sentamos a la ampliada mesa. Se preparó el té, que circuló por la mesa, se encendieron cigarrillos, se abrieron las botellas de cerveza, se destapó el arroz al vapor, el cerdo cocinado dos veces y el pollo Sichuan. La fiesta se animó.
– Probad los Huevos milenarios. Mai Li los ha traído a propósito desde Hangzhou. -Liu Gang cortó uno de ellos para abrirlo. La clara del huevo era marrón y traslúcida, la yema, negra y sólida-. A esto lo llaman oro negro. Sé que ninguno de vosotros ha comido unos Huevos milenarios tan buenos como éstos -recalcó.
Un hombre se acercó a Dong Yi cuando estábamos sentados juntos.
– ¿Cómo estás, Dong Yi? -dijo-. ¿Te acuerdas de mí, el Lou Xiang de Liu Gang?
Lou Xiang es una palabra china que no tiene traducción exacta y significa alguien de la misma provincia o ciudad natal, que, por consiguiente, puede reivindicar una relación tan estrecha como la de un pariente cercano.
– Ésta debe de ser tu novia. ¿También ha venido de Shanxi? -preguntó el Lou Xiang.
– No. Ésta es Wei -respondió Dong Yi con brusquedad-. Es una estudiante universitaria de psicología.
– ¿Rompiste con tu antigua chica? Hay mucha gente que cambia cuando viene a una gran ciudad como Pekín. Pero tú vas muy deprisa.
– Wei es sólo una amiga -insistió Dong Yi.
– ¡Ah!
El Lou Xiang vació casi media botella de cerveza de un solo trago. Le dio una palmada en la espalda a Dong Yi.
Me quedé allí sentada en medio del calor y del humo y me pregunté quién era yo para Dong Yi. Estaba enfadada. ¿Era sólo una amiga o su chica en la ciudad? ¿Significaban algo para él el tiempo que pasamos juntos, toda la ternura que le demostré?
Dong Yi se incomodó tan sólo un momento antes de relajarse con su círculo de amigos. Yo hice todo lo que pude para charlar con personas desconocidas de lo que estaba descubriendo en mi carrera sobre Freud y otros psicólogos famosos, de música o incluso del tiempo, pero ninguna de esas cosas me interesaba aquella noche. De vez en cuando miraba a Dong Yi con la esperanza de cruzarme con una mirada suya que me asegurara que seguía allí, conmigo. Pero estaba ocupado siendo feliz, estando con amigos y bebiendo.
Al terminar la fiesta, Dong Yi me acompañó de regreso a mi residencia. Aquella noche hacía un frío glacial. La temperatura rondaba los diez grados bajo cero. El viento rugía. Me dolía cuando respiraba.
– Lo siento, Wei. Creí que te lo pasarías bien en la fiesta.
El vaho y el olor a cerveza emanaban de la boca de Dong Yi cuando hablaba.
– No pasa nada. Me lo he pasado bien -mentí. Me dolía tanto la cabeza que me parecía mejor limitarme a dejar que se me resquebrajara.
– No me esperaba toda esa charla sobre Lan. Lo lamento mucho.
– No hay por qué preocuparse, de verdad, estoy bien -volví a mentir. El alcohol y las conversaciones insulsas me habían agotado. Tenía jaqueca, estaba atontada y quería irme a dormir.
Pero no podía conciliar el sueño. Di vueltas en la cama pensando en Lan. ¿Venía a menudo a Pekín? Tal vez Dong Yi me ocultaba sus visitas. ¿Le ocultaba a ella el hecho de que pasaba conmigo la mayor parte de su tiempo libre? ¡Oh, cómo me dolía la cabeza! ¿Qué había entre ellos, y entre nosotros?
Al final, no sé cómo, me quedé dormida. Cuando me desperté ya me había perdido el desayuno y la clase matutina. Me fui a un restaurante del campus llamado Yanchun Garden en el que servían desayunos hasta las once de la mañana. Me compré un tazón de gachas de arroz y dos bollos de carne y verduras al vapor justo antes de que cerraran la ventanilla de los desayunos. Después de comer sentí la cabeza mucho mejor. Conté el dinero que me quedaba en el monedero, se lo di todo al hombre de rostro grasoso que había detrás del mostrador y compré una botella de champán chino.
Cuando llamé a la puerta de Dong Yi, él aún dormía. Al cabo de unos minutos abrió la puerta, con aspecto aturdido. Llevaba el pelo despeinado, apuntando en todas direcciones.
– ¿Qué hora es? -preguntó al tiempo que me dejaba entrar.
– Casi las doce del mediodía.
Dejé el champán sobre la mesa.
– ¿Y esto? ¿Hay algo que celebrar?
– No. Me sobraba suficiente dinero para comprarla. ¿Tenías clase esta mañana? ¿No? Bueno, yo me perdí la mía. He pensado que, total, podríamos seguir bebiendo.
De modo que bebimos champán en tazas de té. Dong Yi no desayunó. A la media botella de champán, estaba bastante borracho.
– Cuando empecé a salir con Lan, tenía diecinueve años, como tú -me dijo Dong Yi después de que yo le hablara de Yang Tao-. Éramos compañeros de clase en el instituto. La ayudé a preparar los exámenes de ingreso a la universidad. Yo entré, pero ella no.
Llevaban seis años juntos.
– Sí, seis años es mucho tiempo. Uno piensa que, después de tanto tiempo, dos personas deberían conocerse, pero me da la impresión de que ahora sé menos de Lan. Nunca hablamos de las cosas que tú y yo discutimos. Ni de filosofía, ni de política, ni de literatura, nada.
– ¿Ella siempre ha sido así?
– No lo creo. Antes nos llevábamos muy bien. Podíamos hablar de verdad, durante horas. Las cosas parecen haber cambiado desde que vine a Pekín.
Entonces explicó que Lan era una persona frágil, con muchas posibilidades de contagiarse en cuanto alguien enfermaba. Había llegado a depender de él porque tenía muchos problemas con sus padres, en especial con su padre. Eran personas que no habían recibido educación. Su madre trabajaba en una fábrica textil y su padre era minero. Le habían dicho que su felicidad dependía de si se casaba bien.
– ¿Vais a casaros? -pregunté, temiendo la respuesta. Para ella sería un buen matrimonio, un marido con un master en física de la Universidad de Pekín.