Esperé a Dong Yi bajo el gran roble que había a la puerta del Salón Inglés. Hacía unos meses habíamos dado clases de inglés juntos y también habíamos hecho el examen GRE. El campus estaba tranquilo, la mayoría de estudiantes se había ido a leer o a echarse la siesta. El sol se filtraba a través de las ramas deshojadas y me daba en la cara con una tierna calidez. A lo lejos, el color había empezado a volver a las colinas. Los lirios violeta brotaban en distintas zonas a lo largo de la ladera sur del lago.
Apareció Dong Yi, una figura solitaria en bicicleta, con el sol a su espalda, como un príncipe que llegara con una brillante armadura. Siempre he pensado que la mejor clase de amor es aquella en la que, cuando miras unos ojos, ves tu hogar. Aquella tarde yo seguía viendo mi hogar en los ojos de Dong Yi cuando se sentó a mi lado. ¡Cómo envidiaba a Lan! Suspiré. Pensar en la mujer que poseía el amor que yo no podía tener me deprimió. Pero no lo dije. En lugar de eso, le conté a Dong Yi lo de las becas.
– ¡Dos becas! ¡Es estupendo! ¿En qué universidades? ¿Cuándo quieren que empieces?
Le hablé detalladamente de las ofertas que tenía.
– ¡Felicidades! Al parecer ya ha empezado tu partida.
Me dio la impresión de que Dong Yi estaba triste. Pero en seguida recuperó la sonrisa.
– No obstante, no te he pedido que vinieras aquí sólo por eso -dije-. Hay algo sobre lo cual me gustaría que me aconsejaras. Por favor, sé todo lo sincero que puedas porque, para mí, tu consejo es el más importante.
– Por supuesto -replicó Dong Yi.
– Sabes que Eimin ya ha terminado su doctorado y, por tanto, no puede ir a Estados Unidos como estudiante. -Miré a Dong Yi, que asintió con la cabeza y que poco sospechaba lo que iba a decir, y proseguí-: Dijo que encontrar un trabajo allí es casi imposible y puede costar años. Si quiero que venga conmigo a Estados Unidos, la mejor manera que tenemos de hacerlo es casándonos.
Dong Yi, sin moverse en absoluto, fijó en mí su mirada largo rato y su rostro perdió la sonrisa. No pronunció ni una sola palabra. Yo esperé, mordiéndome los labios. Entonces habló con una voz que nunca le había oído antes.
– ¿Te has vuelto loca, Wei?
Miré el severo rostro de Dong Yi y rompí a llorar. Hacía tan sólo unos minutos nos estábamos riendo alegremente. Ahora yo estaba llorando.
– Quiero ser feliz, Dong Yi, eso tú lo sabes mejor que nadie. Siempre ha sido la felicidad lo que ando buscando. ¿Y si Eimin es mi felicidad? Mi marcha me dejará sin él.
– Eimin no es tu felicidad.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro?
– Porque tú no estás segura. Wei, por favor, escúchame. ¿Cuánto hace que os conocéis? Hará tres años. Creo que podría decir sin miedo a equivocarme que te conozco bien. Eres apasionada, confiada y llena de vida. Eimin no parece confiar en nadie. Es distinto… y no me refiero a que sea mayor. Mereces a alguien que te ame y a quien tú quieras de verdad.
– Bueno, tú te casaste -repliqué con acritud. Se hizo un breve silencio-. Lo siento. No quería ser desagradable. -Sabía que lo que había dicho estaba fuera de lugar y lo lamenté inmediatamente-. Pero no quiero estar sola, especialmente en Norteamérica… Estoy asustada.
Desde fuera, mi vida no podía haber sido mejor, ni mi futuro más brillante; pero en mi interior estaba desesperada. Había perdido la felicidad una vez y el mirar a Dong Yi no hacía más que recordarme el dolor de aquella pérdida. No podía permitir que me ocurriera de nuevo, aun cuando ello significara casarme con alguien menos que perfecto para mí. Era mejor que te quisieran que estar sola.
Dong Yi sacó el pañuelo y me enjugó las lágrimas con delicadeza, lo cual hizo que me entristeciera aún más. Dejó que me apoyara en su hombro y luego me tomó la mano y la sujetó con fuerza.
– Por favor, no te cases con Eimin, Wei, te lo ruego. Concéntrate en tu marcha a Estados Unidos. Tienes un montón de papeleo por cumplimentar. No te rindas. La felicidad les llega a las personas que esperan.
Lo dijo como si me estuviera haciendo una promesa.
El 14 de abril, Eimin y yo nos dirigíamos hacia el Spoon Garden bajo un cielo despejado cuajado de estrellas. Ya era bien entrada la noche en Pekín y cerca de las diez de la mañana en Virginia. De camino pasamos por delante de la intensamente iluminada biblioteca llena de estudiantes con la cabeza hundida en los libros. Fuera de la biblioteca había algunas personas paseando en parejas, al parecer tomándose un descanso en sus estudios. Las chicas iban de la mano como hermanas; los enamorados hablaban entre ellos en susurros.
El Spoon Garden era el único lugar del campus en el que se podían realizar llamadas internacionales a razón del sueldo de un mes por minuto. Había decidido ir a la Universidad William y Mary porque allí cursaría un master, en contraposición a un doctorado en la Universidad de Texas. Tenía la sensación de que no sabía suficientes cosas sobre Norteamérica ni sobre mis propios intereses como para entrar directamente en un programa de doctorado. Cuando se oyó la voz de la secretaria del departamento de psicología de la Universidad William y Mary al otro extremo de la línea, me sorprendió lo clara que sonaba, como si estuviera en la habitación de al lado. Dijo que estaban a la espera de mis noticias y me preguntó si tenía alguna pregunta sobre la oferta. Dije que no.
– Entonces, ¿deseas aceptarla?
– Sí -respondí con firmeza. Mi futuro, al menos, había empezado a tomar forma.
Nos enteramos de la muerte de Hu Yaobang en las noticias vespertinas del día siguiente. El antiguo secretario general del Partido, el número uno del Partido Comunista Chino y del Gobierno Central Chino, había fallecido a causa de las complicaciones de un ataque al corazón. Al igual que al resto del país, la noticia me impresionó y me entristeció. Hu Yaobang era un reformista y un dirigente de actitud abierta que simpatizaba con las protestas estudiantiles y, por tanto, era considerado como un amigo por los intelectuales y estudiantes chinos. Muchos creían que su afinidad con los estudiantes e intelectuales le había llevado a su caída del poder en 1987. Aquella noche, en el campus, nadie hablaba de otra cosa que no fuera la muerte de Hu Yaobang. De la noche a la mañana aparecieron carteles -tributos, artículos y poemas- en el Triángulo, un lugar que la universidad utilizaba normalmente para poner comunicados o anunciar la concesión de galardones. La mayoría de los artículos recordaban la integridad de Hu Yaobang y su contribución a la reforma. Muchos cuestionaban su injusta destitución e, implícitamente, el criterio de los dirigentes del Partido Comunista. Algunos lo llamaban el «Alma de China». A medida que se iban colocando más y más carteles durante el día, el 16 de abril, también aparecieron los llamamientos a la democracia y la libertad.
Por la tarde, el Triángulo estaba lleno de artículos, poemas y cartas abiertas. Una gran multitud se había reunido allí, la mayor parte para leer y reflexionar. Caminé a lo largo de los muros cubiertos de carteles y fui encontrando muchas cosas que leer.
«El camarada Hu Yaobang solía decir: "trabaja hasta morir y cuando mueras todo habrá terminado". Ahora está muerto nuestro querido amigo… Hu Yaobang nunca abusó de su poder ni buscó favores. Siempre se preocupó por la gente. Vivirá en nuestros corazones para siempre.»
«Hu Yaobang era un amigo de los estudiantes y un defensor de la educación… Pero actualmente nuestro gobierno gasta muchas divisas en coches lujosos importados de Japón o Alemania Occidental y pocas en educación… Éste es un momento crítico para la reforma. La reforma tiene que continuar.»