Cuando me acerqué ya estaba sana y salva en el suelo y le decía algo a uno de sus estudiantes, al tiempo que sonreía y agitaba las manos.
– Mamá, ¿qué haces aquí?
– ¡Oh, cariño! -exclamó al verme. En lugar de contestarme, se volvió hacia sus alumnos y dijo con orgullo-: Ésta es mi hija.
Ellos me saludaron y les devolví el saludo con un movimiento de la cabeza.
– Id vosotros delante -les dijo a sus alumnos-. No os preocupéis por mí. Después puedo volver a la universidad en bicicleta. No hay problema.
– ¿Has venido para manifestarte, mamá?
– Oficialmente sólo estoy aquí para observar. Ya sabes que nos han dicho que no animemos a los estudiantes. Pero mis alumnos se alegraron mucho cuando les dije que iba a venir y se empeñaron en que subiera a su camión en vez de venir en bicicleta -explicó-. ¿Cómo te fue en la oficina de pasaportes?
– Bien -respondí. Entonces vi que mi columna avanzaba-. Ahora será mejor que me vaya.
Mi madre me miró con el tierno amor al que me había acostumbrado toda mi vida y dijo:
– Ten cuidado.
– Lo tendré, mamá. Tenlo tú también.
Me despedí de ella con un gesto de la mano y corrí para conectar con mis amigos. Cuando alcancé a Eimin y las demás personas de mi antiguo departamento, me di la vuelta para ver si la veía. Pero había desaparecido; aquel mar de gente se la había tragado.
La tormenta se repitió por la tarde y descargó con más furia que por la mañana, hasta empapar todo lo que había bajo el cielo. El día se convirtió en noche. Nos dirigíamos ya de vuelta a la parada del autobús para recuperar las bicicletas, cuando el cielo se oscureció. La columna entera se disgregó y la gente corrió en desbandada para refugiarse. Las pancartas blancas habían sido abandonadas: yacían sucias en la calle con la tinta corrida.
Eimin y yo no encontramos ningún sitio donde guarecernos de la lluvia que arreciaba. Los pocos lugares que había, como la caseta del guía en la puerta del Museo Militar, estaban abarrotados. La mayor parte de los árboles que había en el bulevar eran demasiado jóvenes para proporcionar protección y, de todos modos, con aquel retumbo de truenos y los estallidos de los brillantes relámpagos, nadie era tan estúpido como para resguardarse de la tormenta bajo los árboles.
Puesto que ya estábamos empapados, Eimin y yo decidimos regresar en bicicleta bajo la lluvia. Pero recorridos unos centenares de metros tuvimos que abandonar porque el intenso aguacero no permitía ver absolutamente nada.
En vez de terminar tan de repente como había empezado, como sucede con la mayoría de las tormentas de verano, aquella se convirtió en una sábana de lluvia fina que daba la impresión de querer continuar durante un rato.
Cuando al fin estuvimos de vuelta en la habitación de Eimin, nos quitamos la ropa mojada, nos secamos y bebimos un poco de agua hervida aún caliente. Era ya la hora del noticiario de las siete. Como siempre, el primer reportaje se dedicó a la plaza, para añadir luego que el gobierno insistía en que los estudiantes abandonaran la huelga de hambre.
– Los huelguistas se han negado a protegerse de la lluvia. Las condiciones en la plaza han empeorado considerablemente.
Entrevistaron a un médico.
– En estos momentos, los manifestantes en huelga de hambre están muy débiles y tienen el sistema inmunológico reducido. La cantidad de personas que han estado en la plaza, además de la lluvia, podrían desencadenar un brote infeccioso. -Entonces, el doctor miró a la cámara y agregó-: Queridos estudiantes, por vuestra propia salud, por favor, terminad la huelga de hambre y abandonad la plaza de Tiananmen.
A continuación, el informativo se hizo eco de la reunión que había tenido lugar durante el día entre el presidente Li Peng y los representantes estudiantiles en la Gran Sala del Pueblo. Wang Dan, de la Universidad de Pekín, y Wuerkaixi, de la Universidad Normal de Pekín, ambos líderes destacados del Movimiento Estudiantil y uno y otro de diecinueve años de edad, se encontraban entre los treinta representantes estudiantiles.
A poco de empezar la reunión, los delegados entraron en un enfrentamiento directo con Li Peng, quien advirtió a sus interlocutores que no crearan problemas en China. Al momento supimos, sin necesidad de oírlo en la emisora estudiantil, que la reunión no iba a ser positiva para los estudiantes, quienes seguían exigiendo la retractación del editorial del Diario del Pueblo que había calificado de anarquista el Movimiento Estudiantil. El gobierno volvió a negarse a cambiar su valoración. También se negó a considerar la reunión como una forma de diálogo.
Por lo que a mí se refería, las noticias que había estado esperando no llegaron; no sabía nada de Dong Yi. Aquella noche me sentía exhausta, no tan sólo por los acontecimientos del día, sino porque además estaba agotada emocionalmente. Pensé en Dong Yi, en Lan, en los estudiantes que yacían indefensos en la plaza, en Hanna y Jerry, en Eimin… Tenía el corazón roto. Al igual que aquellos que ayunaban en la plaza, había llegado el momento de asumir el control de mi vida. ¿Por qué esperar a que otra persona me dijera cómo podrían o no podrían resultar las cosas? Me dije a mí misma, con la voz de mi madre, que debía dejar de perseguir sueños imposibles y contentarme con lo que tenía. Quería ser feliz y me daba la sensación de que me lo merecía.
Apagué la luz y me fui a la cama. En la oscuridad, le susurré a Eimin:
– ¿Qué necesitamos para casarnos?
Capítulo 11: Carta de Estados Unidos
«Para los verdaderos amigos, el horizonte está igual de cerca que la puerta de al lado.»
Wang Peng, siglo viii
A causa de la lluvia, el 19 de mayo sólo fue a la plaza de Tiananmen un reducido número de personas. Hubo más manifestantes en huelga de hambre que sufrieron colapsos debido a la combinación de la falta de nutrición, la humedad y el frío. Para ayudar a los mal equipados estudiantes a sobrellevar el repentino cambio de tiempo, la Cruz Roja de Pekín llevó noventa autobuses para resguardar a los mil estudiantes más débiles de los cuatro mil que estaban en huelga de hambre.
– ¡A continuación vamos a transmitir una importante información de última hora!
El informativo habitual del canal de la televisión de Pekín se interrumpió. Apareció un titular en la pantalla: «Noticia importante: Zhao Ziyang y Li Peng visitan a los huelguistas en la plaza de Tiananmen».
– ¡Ven a ver esto! -le grité a Eimin, que estaba trabajando en su libro.
La imagen mostraba cierto alboroto en el extremo de la plaza. Entonces, por debajo de la llovizna apareció un grupo de personas con trajes de color gris al estilo Mao. La cámara se movió con rapidez hacia los que llegaban. Encabezaba el grupo un hombre de unos sesenta años, algo más alto que los de su alrededor. Llevaba unas gafas cuadradas demasiado grandes y una chaqueta de sport de color claro. Un joven lo resguardaba con un paraguas. El resto del grupo caminaba respetuosamente tras él.
– Zhao Ziyang, secretario general del Comité Central del Partido Comunista, y Li Peng, primer ministro del Consejo de Estado, han acudido a la plaza de Tiananmen a las cinco menos cuarto de esta mañana para ver a los estudiantes en huelga de hambre.
Apenas podía creer lo que veía y oía. ¡El hombre que ocupaba la más alta posición del país había ido a la plaza de Tiananmen! El gobierno se había negado a mantener conversaciones con los estudiantes durante semanas. El día anterior, sin ir más lejos, Li Peng había vuelto a calificar de «anarquista» al Movimiento Estudiantil cuando se reunió con los representantes estudiantiles. ¡Qué raro e insólito que Zhao Ziyang fuera entonces a la plaza! ¿Significaba que el gobierno estaba considerando un cambio de postura?
– ¿Qué está pasando? Creía que el gobierno no iba a hablar con los estudiantes -comentó Eimin, que había venido a sentarse en el sofá.
– Tal vez eso es lo que pasa, que han cedido -dije, aunque sospechaba que era demasiado hermoso para ser cierto. Pero deseaba realmente que se produjera semejante milagro. Quería ver la victoria de los estudiantes.