Los dos sonreímos.
– ¿Cómo está?
– Se ha recuperado bien. Sufrió mucho en la cárcel, como puedes imaginar.
Dong Yi estaba mucho más relajado entonces. Yo también. Me alegraba de que me hubiera hecho esa pregunta sobre mi felicidad. Y me alegraba de haber respondido como lo había hecho. Entonces tuve la sensación de que habíamos roto el hielo, para descubrir, con deleite, que bajo él fluía el agua caliente. Miré al hombre que estaba sentado ante mí, que aparentaba más edad de la que en realidad tenía y, en muchos sentidos, era irreconocible. Pero yo aún sentía una estrecha conexión con él, con su pensamiento y sus emociones. Me alegraba de que no se hubiese roto el vínculo que había entre nosotros, de que pudiera seguir existiendo de otra forma, de que pudiéramos ser amigos.
– Salgamos de aquí -dije-. No tienes que volver en seguida, ¿no?
Dong Yi miró el reloj.
– No, tengo tiempo.
– Vayamos a Central Park -propuse.
Le hice señas al camarero para que nos trajera la cuenta.
– No, pago yo. Guarda el dinero -dije.
Dong Yi pareció avergonzarse.
– Puedo pagar mi propia comida, ¿sabes?
– Ya sé que puedes, pero me gustaría invitarte -repliqué-. Tú puedes pagar los cafés. Pasaremos por Starbucks de camino.
Dong Yi sonrió. Pagué y salimos del restaurante.
Al cabo de veinte minutos caminábamos por la Quinta Avenida con dos vasos de Starbucks en las manos. Yo llevaba puesto mi gran sombrero de piel sintética y el olor de la nieve persistía en el aire. Eran más o menos las cinco de la tarde. En la puerta de Bergdorf Goodman había un voluntario que tocaba unas campanas y recogía dinero para el Ejército de Salvación. Al otro lado de la calle, FAO Schwarz ya estaba decorado para Navidad, con juguetes más grandes de lo normal que se movían en los escaparates. Riadas de compradores entraban y salían con grandes bolsas. Daba la sensación de que cada año las compras navideñas empezaban antes.
Taxis y limusinas se detenían en el Hotel Plaza. De ellos salían turistas, hombres de negocios con trajes oscuros y damas envueltas en pieles Fendi y calzadas con zapatos de tacón de aguja Manolo Blahnik.
– ¿Quieren dar una vuelta en carruaje? Es muy romántico -preguntó el conductor de uno de los coches de caballos que había a la entrada del parque.
– No, gracias -contesté. Era ya demasiado tarde para el romance, pero, por fortuna, no lo era para una larga y duradera amistad.
Entramos en Central Park. El aroma a cebollas que llegaba del puesto de perritos calientes era delicioso aun después de todo lo que acabábamos de comer.
Pagamos tres dólares cada uno y fuimos al zoo. Era muy pequeño y no había mucho que ver, de modo que salimos pronto.
– ¿Alguna vez venís aquí? Apuesto a que a las niñas les encantaría.
– No, no venimos mucho. Y si lo hacemos vamos a Chinatown.
En la distancia sonaba una música navideña. Unos diminutos copos de nieve empezaron a caer del cielo con lentitud y delicadeza.
– ¿Alguna vez te imaginaste que un día estaríamos paseando por aquí?
– No -contestó Dong Yi.
– Yo tampoco.
Pasamos junto al cobertizo de las barcas y el Great Lawn y nos encaminamos colina arriba. Y allí estaba, el lago, como un espejo en el fondo de un cristal mientras las luces de los rascacielos brillaban intensamente a nuestro alrededor, en lo alto.
– ¿No te parece un lugar hermoso? -dije al tiempo que me volvía hacia Dong Yi y sonreía.
Epílogo
Cuál fue el número de muertos y heridos que hubo en la masacre de Tiananmen es un tema sobre el que se ha discutido durante mucho tiempo. El recuento oficial por parte del gobierno chino cifró el número de muertos entre los días 3 y 4 de junio de 1989 en doscientas cuarenta y una personas, entre las que se contaban treinta y seis estudiantes, de los cuales tan sólo tres, afirmaba el documento, pertenecían a la Universidad de Pekín. El cómputo oficial también indicaba que los heridos fueron más de siete mil. En 1999, Associated Press comunicó que los periodistas extranjeros que entonces visitaron los hospitales y a los residentes de Pekín calcularon que habían perecido al menos unas mil personas. La misma noticia añadía que los grupos de estudiantes chinos en Alemania mencionaron que los funcionarios de la Cruz Roja china calculaban las muertes en tres mil seiscientas. La agencia Agence France Presse presentó un reportaje desde Taiwan en el aniversario de la masacre en el que se exponía que una información procedente de Estados Unidos, que hasta hacía poco había estado bajo secreto oficial, estimaba que murieron unas dos mil seiscientas personas. Lo más triste es que probablemente nunca sepamos la verdad, no sólo porque es difícil verificar los cálculos oficiales en China, sino también porque a muchos periodistas y organizaciones independientes extranjeras se les ha impedido investigar lo que ocurrió realmente. Con el paso de los años se ha ido haciendo más difícil, porque tanto las personas involucradas como sus familias son reacias a identificarse.
No he vuelto a ver a Dong Yi desde el día que nos encontramos en Nueva York en 1997, pero hemos permanecido en contacto y nos escribimos con frecuencia. Me alegra volver a tenerle en mi vida y espero que sea por mucho tiempo. En la actualidad es un físico de éxito y vive con su familia en Nueva Jersey.
Eimin se volvió a casar y vive con su familia en Virginia.
Ning es ingeniero y vive con su familia en Nueva Jersey.
Mi amiga Li es ahora la directora de la Unidad Psiquiátrica y de Ayuda del Hospital de la Universidad de Pekín y vive feliz allí con su familia. Todavía está esperando la vivienda mejor que le prometieron. El gobierno sigue considerando la Universidad de Pekín como un lugar peligroso, un semillero del pensamiento independiente y democrático.
A Chen Li no le dieron trabajo cuando se licenció de la Universidad de Pekín debido a su participación en el Movimiento Democrático Estudiantil. Lo último que supe de él fue que se había ido a vivir con sus padres a Dong Bei, China. En un país con millones de desempleados y donde los inválidos están mal vistos, lo único que puedo suponer es que tiene una vida difícil.
Chai Ling se ha convertido en una empresaria de éxito vía Internet. Vive en Boston.
Liu Gang es ingeniero de telecomunicaciones y vive con su familia en Denver.
El profesor Fang Lizhi ejerció como tal en la Universidad de Arizona después de huir de China en 1991. Hoy sigue allí.
Hanna y Jerry se divorciaron en 1992 y ahora Hanna vive en San Francisco.
Cao Gu Ran es becario en la Academia de Ciencias China y vive con su familia en Pekín.
Yang Tao está casado, es padre y un diplomático de éxito. Actualmente está en Pekín, pero se lleva a su familia con él cuando lo destinan al extranjero. No me devolvió los diarios hasta 1999.
Mis padres están jubilados. Siguen viviendo en el mismo apartamento en Pekín.
Mi hermana Xiao Jie y su marido son ejecutivos de empresa y viven en Asia.
Diane Wei Liang
Nació en Pekín, en 1966 y pasó su infancia en un campo de trabajo de una remota región de China, adonde su familia fue enviada por las autoridades chinas. El ardor revolucionario nació en ella con su ingreso en la Universidad de Pekín. Participó en las protestas estudiantiles que fueron sofocadas brutalmente en la plaza de Tiananmen en 1989, a raíz de las cuales tuvo que huir a Estados Unidos.
Tras haber conseguido un doctorado en administración de empresas en la Carnegie Mellon University de Pennsylvania, ha impartido clases de gestión de empresas en Estados Unidos. Actualmente es profesora universitaria de ciencias empresariales en Londres, ciudad en la que vive con su marido y sus dos hijos.
Ha publicado también el libro de novela negra El ojo de jade.