La denominación de las horas y su clasificación era como sigue:
Zi: Hora de la rata, 23 h – 01 h
Chou: Hora del búfalo, 01 h – 03 h
Yin: Hora del tigre, 03 h – 05 h
Mao: Hora del conejo, 05 h – 07 h
Chén: Hora del dragón, 07 h – 09 h
Sì: Hora de la serpiente, 09 h – 11 h
Wu: Hora del caballo, 11 h – 13 h
Wèi: Hora de la oveja, 13 h – 15 h
Shen: Hora del mono, 15 h – 17 h
You: Hora del gallo, 17 h – 19 h
Xu: Hora del perro, 19 h – 21 h
Hài: Hora del cerdo, 21 h – 23 h
Denominación de los meses:
Febrero: Primer mes
Marzo: Mes del albaricoque
Abriclass="underline" Mes del melocotón
Mayo: Mes de la ciruela
Junio: Mes de la granada
Julio: Mes del loto
Agosto: Mes de la orquídea
Septiembre: Mes del olivo oloroso
Octubre: Mes del crisantemo
Noviembre: Buen mes
Diciembre: Mes del invierno
Enero: Último mes
Desde la introducción del budismo en China, cada año es nombrado con un signo del zodiaco que se repite cíclicamente cada doce años. Los signos del zodiaco chino coinciden con los de las horas. Los meses se agrupan en tres grupos: Meng (primero), Zhong (medio) y Ji (último); y en cuatro estaciones: Chun (primavera), Xia (verano), Qiu (otoño) y Dong (invierno). El nombre de los meses se forma combinando sendos conceptos, por ejemplo kitsin es el último mes del otoño.
Los meses también se pueden denominar como las horas y como los años, y están compuestos por tres semanas de diez días cada una.
UNIVERSIDAD. Al igual que los gobernantes de las dinastías que les precedieron, los Tsong preconizaron que los cargos públicos fueran ocupados por los ciudadanos más virtuosos y capaces, independientemente de su extracción económica o social. Esta idea devino en lo se conoció como «sistema de exámenes para el servicio civil», un procedimiento por el que cualquier ciudadano podía presentarse a las dificilísimas pruebas de acceso y, en función de la puntuación obtenida, comenzar una carrera funcionarial que podía culminar en el puesto de primer ministro de la nación.
Los Tsong crearon escuelas elementales en todas las capitales de condado y escuelas superiores en todas las poblaciones prefectorales. Incluso las aldeas rurales contaban con colegios sencillos, lo que, unido al abaratamiento de los libros por la difusión de la imprenta, hizo que prácticamente desapareciese el analfabetismo.
En la capital, Lin’an, la proximidad de la universidad a la Corte hizo que muchos alumnos se interesaran y se involucraran en actividades políticas que fueron criticadas por los altos oficiales del gobierno, quienes no dudaron en boicotear las clases. La situación llegó a ser tan alarmante que incluso el notorio consejero jefe del emperador Li-tsung (1225-1264), Chia Su-tao, tuvo que infiltrar estudiantes espías en la universidad.
Las academias privadas, denominadas shu-yüan, se revelaron como la única forma de enseñanza superior para temas específicos, como la medicina (Academia Hanlin, Bailudong, Yuelu, Chongshan, Shigu y Yintianfu). A diferencia de las escuelas estatales, los maestros de las academias no sólo transmitían el conocimiento de los clásicos. Sus métodos de enseñanza incluían también la investigación, de modo que solían insertar en sus clases los resultados de sus propias averiguaciones y profundizaban de esta manera en la comprensión de éstos. A los sabios adjuntos a una academia se les podía asignar una habitación y un estipendio, y muchas academias disponían de alojamiento para estudiantes. Estas instituciones eran financiadas por altos cargos, ricos comerciantes y, a veces, también por el Estado.
La academia más elitista e influyente, Hanlin, fue fundada para formar a altos funcionarios de la corte y archiveros. Las clases pudientes disfrutaban de un acceso más fácil a la formación y el número de mujeres cultivadas entre la alta sociedad indica que no era raro que las niñas de estas familias recibiesen una esmerada educación.
VIOLENCIA. La violencia física como castigo era algo consustancial a la sociedad medieval china. De hecho, la inmensa mayoría de los delitos contemplados en el código penal se castigaban con bastonazos. Esto era debido, por un lado, al eficaz efecto disuasorio del dolor y, por otro, a la incapacidad de afrontar el pago de multas por la mayoría de la población. La pena de cárcel sólo se aplicaba si llevaba aparejada los trabajos forzados en las minas de sal o en el ejército. El castigo físico era, por tanto, el medio habitual y extendido para reprobar cualquier tipo de conducta mala, incluidos los ámbitos privado o familiar.
WU-TSO. Antes de que se generalizara la especialización de jueces ordinarios en forenses o lectores de cadáveres, éstos se auxiliaban de los wu-tso, asistentes poco cultivados que se encargaban de las tareas más desagradables, como limpiar, abrir los cuerpos, extraer los órganos y examinarlos, mientras el juez encargado de la investigación tomaba notas, alejado. Por lo general, los wu-tso simultaneaban su oficio con el de curanderos, carniceros o matarifes.
XILOGRAFÍA. Primitivo sistema de impresión mediante bloques de madera sobre los que se tallaban tanto los textos como las ilustraciones. El contenido que había que imprimir se tallaba a mano, en relieve e invertido, y se entintaba con pintura de agua. Un fuerte frotamiento trasladaba la tinta al papel, previamente colocado sobre el bloque de madera. El primer libro que se imprimió fue el Sutra de diamante, estampado por Wang Chieh el 11 de mayo del año 868, en China. La primera imprenta de tipos móviles a base de complejas piezas de porcelana fue fabricada en China por Bi Sheng entre los años 1041 y 1049.
Agradecimientos
«Por último, lo primero»
Tras años de intenso trabajo, tras decenas de borradores descartados, tras jornadas agotadoras en las que la palabra descanso perdió su significado, cuando por fin volteas la última página y miras el manuscrito concluido, suspiras un momento antes de que se apodere de ti una dolorosa incertidumbre. Te sientes satisfecho porque has dado lo mejor de ti mismo, pero en tu interior te dices que quizá no haya sido suficiente. Te habría gustado estudiar más, repasar más, hacer tu texto aún más vibrante y sorprendente. Por un momento, piensas que quizá tanto esfuerzo no se vea recompensado con el aliento de sus lectores: el mismo que te falta si fracasas o el que te impulsa cuando disfrutan con tu novela. Entonces, en ese instante, recuerdas a todos cuantos te han ayudado por el camino. Recuerdas las llamadas de tus padres, insistentes y cariñosas, preguntándote: «Hijo, ¿cómo estás? ¿Y la novela…?». Recuerdas a tus hermanos, las mejores personas del mundo… Recuerdas a tu hija…