– ¡Ja! ¡Y pensar que yo me las daba de adivino! ¡Qué callado te lo tenías, bribón!
– Pero…
– Escucha -le interrumpió-. Te pondrás aquí y observarás los cadáveres. Tendrás luz y libros. Cuanto creas preciso. Tú los miras y me dices lo que vayas averiguando. No sé: de qué murió el difunto, si está feliz en su nuevo mundo, si necesita algo… Te lo inventas si es preciso. Y yo se lo cuento a los familiares para que nos paguen y todos encantados.
Cí miró a Xu con estupefacción.
– No puedo hacer eso.
– ¿Cómo que no? Ayer te vi hacerlo. Lo de que el hombre no murió por la caída del caballo, sino que fue estrangulado, fue algo increíble. Correré la voz y los clientes acudirán como moscas de todos lados.
Cí meneó la cabeza.
– No soy un charlatán. Lamento confesarlo, pero es así. No adivino cosas. Sólo compruebo indicios, señales… marcas en los cuerpos.
– Indicios… señales… ¿qué más da cómo lo llames? El caso es que averiguas cosas. ¡Y eso vale mucho dinero! Porque lo que hiciste ayer… podrás repetirlo, ¿no?
– Podría saber cosas, sí…
– Pues entonces, ¡trato hecho! -Sonrió.
Se sentaron en torno a un ataúd para dar cuenta del desayuno que Xu había preparado. Sobre el improvisado tablero Xu dispuso platillos de colores cubiertos con camarones de Longjing, sopa de mariposas, carpa agridulce y tofu con pescado. Desde el día en que el juez Feng les había visitado en la aldea, ni Cí ni su hermana habían comido tanto.
– Le dije a mi mujer que lo preparara. ¡Esto había que celebrarlo! -Xu sorbió la sopa.
Cí se chupó los dedos y advirtió que Xu le estaba mirando las quemaduras de sus manos. El joven las escondió. Odiaba sentirse observado como un animal de feria. Terminó con los últimos platillos y le dijo a Tercera que saliese a jugar fuera. La niña obedeció.
– Dejemos claros los términos -zanjó Cí-. ¿Qué saco yo de todo esto?
– Veo que eres inteligente… -El adivino se rio-. La décima parte de los beneficios. -Y borró la sonrisa de su rostro.
– ¿Una décima parte por llevar el peso del negocio?
– ¡Eh! No te equivoques, chico. Yo pongo la idea. Pongo el lugar. Y pongo los muertos.
– Y si yo no acepto, eso es exactamente lo que tendrás: los muertos. Quiero la mitad o no hay trato.
– ¿Pero qué te has creído? ¿El dios del dinero?
– Dijiste que sería peligroso.
– También lo será para mí.
Cí lo meditó. Sin la debida autorización, la manipulación de cadáveres era un delito gravemente penado, y por lo que sabía de los métodos de Xu, le daba la impresión de que en el trabajo que había planeado para él se incluía examinar a los muertos. Hizo ademán de incorporarse, pero el adivino le agarró. El hombrecillo sacó una jarra con licor de arroz y lo vertió en dos cuencos. Se bebió el primero y a continuación el segundo. Eructó.
– De acuerdo. Te daré la quinta parte -concedió.
Cí lo miró. Sintió que su corazón temblaba tanto como las manos del adivino.
– Gracias por la comida. -Y se levantó.
– ¡Condenado muchacho! ¡Siéntate de una vez! Esto tiene que ser un negocio para los dos, y soy yo quien más arriesga. Si averiguan que ando mercadeando con los cadáveres, me echarán a la calle.
– Y a mí a los perros.
El adivino frunció el ceño y se sirvió otro trago de licor. Esta vez le ofreció un cuenco a Cí. Vació el suyo un par de veces más antes de hablar. Luego se levantó y cambió el tono de voz.
– Mira, hijo, tú crees que todo este negocio va a depender de esos poderes especiales que pareces poseer, pero las cosas no funcionan así. Hay que convencer a los familiares para que nos permitan acceder a los cuerpos, averiguar cuanto podamos sobre ellos, interrogarles con anterioridad para conocer hasta el último detalle de sus deseos y de sus anhelos. El arte de la adivinación se compone de una parte de verdad, diez de mentiras y un resto de ilusión. Tendremos que seleccionar a las familias más pudientes, hablar con ellas durante el velatorio, y todo ello con el mayor sigilo para que nadie nos estropee el negocio. Un tercio de lo que saquemos. Mi última oferta. Es justo para los dos.
Cí se levantó, juntó los puños sobre su pecho y se inclinó ante él.
– ¿Cuándo empezamos? -preguntó.
Durante el resto de la mañana Cí ayudó a Xu a enderezar lápidas, limpiar fosas y cavar sepulturas. Mientras trabajaban, Xu le confesó que en ocasiones acudía a un templo budista para ayudar con las cremaciones. Añadió que los confucianos denostaban aquel horrible método que consumía el cuerpo, pero la creciente influencia budista y lo oneroso de los enterramientos empujaban a muchos necesitados a cruzar la frontera del más allá mediante el fuego purificador. A Cí le interesó la posibilidad de acompañarle, pues sería una oportunidad para volver a practicar el estudio con cadáveres, algo que no hacía desde que dejó de ayudar a Feng. Cuando Xu le preguntó cómo había conseguido sus habilidades, Cí improvisó que su don era un rasgo de su familia.
– ¿El mismo que te impide notar el dolor?
– El mismo, sí -mintió.
– Pues entonces no te quejes tanto y ponte a trabajar. -Y le señaló una nueva tumba.
Comieron arroz aderezado con una horrible salsa preparada con agua turbia, de la que Xu se mostró especialmente orgulloso. Pasado el mediodía, Cí se dedicó a limpiar y ordenar el Mausoleo Eterno. La habitación contigua en la que el adivino almacenaba su instrumental era lo más parecido a un estercolero, así que dedujo que la casa de Xu sería una pocilga o algo peor. Por eso, cuando el adivino le propuso que él y Tercera se trasladaran a vivir con él, la idea no le entusiasmó.
– ¿Qué opinas? -preguntó el adivino sin reparar en el rostro de Cí-. Si vamos a ser socios, es lo mínimo que puedo hacer por ti, ¿no? -Se detuvo un instante y frunció el ceño-. Claro que, obviamente, tendrías que pagarme… Pero al menos solucionarías el problema de tu hermana.
– ¿Pagar? Pero si no tengo dinero.
– Por eso no te preocupes. Sería apenas una bagatela que además me cobraría de tus honorarios. Digamos que… ¿la décima parte?
– ¿¡La décima parte!? -Cí abrió los ojos desmesuradamente-. ¿A eso lo llamas bagatela?
– ¡Por supuesto! -dijo convencido-. Y ten en cuenta que a ese precio deberás añadir que tu hermana ayude a mi mujer en la pescadería, que no quiero inútiles en mi casa.
Aunque el coste se le antojó exorbitante, a Cí le tranquilizó escuchar que su mujer cuidaría de Tercera. Xu le explicó que vivía con sus dos esposas. Había tenido tres hijas, pero por fortuna ya había conseguido casarlas, así que se había librado de ellas. A Cí sólo le preocupaba la salud de su hermana. Cuando se lo expuso a Xu, éste le comentó que de lo único de lo que debería ocuparse Tercera sería de limpiar el pescado y de ordenar el género. Cí se relajó. Parecía como si de repente toda su vida comenzara a enderezarse.
Discutieron sobre la forma en que organizarían el trabajo. Xu le contó a Cí la cadencia de entierros, que estimó en unos cincuenta diarios, de los cuales una buena parte eran causados por accidentes, ajustes de cuentas o asesinatos. Le explicó que existían otros enterradores, pero que intentaría adjudicarse los sepelios más beneficiosos. Además, entre sus planes no sólo figuraba averiguar cosas de los muertos. También aprovecharían para hacer negocio con los vivos.
– Al fin y al cabo, tú sabes algo de enfermedades. Seguro que de un vistazo puedes adivinar si alguien padece mal de estómago, o de tripas, o de intestinos…
– Tripas e intestinos son lo mismo -aclaró Cí.
– ¡Eh, chico! No te hagas el listo conmigo -le atajó-. Como te decía, la gente siempre viene aquí con remordimientos. Ya sabes: algún mal comportamiento, alguna pequeña traición, algún hurto que el difunto cometió en vida… Si establecemos una relación entre el mal que pueda aquejarles con el alma atormentada del muerto, querrán desembarazarse de la maldición y podremos sacarles el dinero.