malicioso que, Dios sabe cuándo, me ocurrió,
quizá fuese en un mal sueño. Aquél era pues el final
del avance por el camino. Cuando, a punto
de rendirme, una vez más, oí un ruido, un chasquido
como una trampa al cerrarse y dejarte dentro.
Todo volvió a mí como en una llamarada:
¡sí, era el lugar! Dos colinas a la derecha,
agachadas como dos toros cuerno con cuerno en lucha;
y, a la izquierda, una alta montaña pelada…
Zopenco, viejo loco, dormirme en el preciso instante,
¡después de una vida esperando aquel paisaje!
¿Qué se elevaba allí, si no la Torre misma?
La achaparrada torreta redonda y ciega
como el corazón del loco, de piedra marrón, sin igual
en el mundo entero. El elfo de la tempestad,
burlón, señala al marinero, y la flecha invisible sólo
golpea cuando los barcos ya van a zarpar.
¿No la ves? ¿Quizá por ser de noche? ¡Bueno, pues
el día regresó a tal fin! Antes de marchar
la puesta de sol moribunda atravesó una hendidura:
las colinas eran como gigantes de caza,
con la barbilla en mano, para ver la presa acorralada:
«Apuñala y acaba con ella… ¡hasta el mango!».
¿No lo oyes? ¡Si el ruido lo llena todo! Tañido
creciente, como una campana. Oigo los nombres
de todos los aventureros perdidos, mis iguales, de
cómo uno era muy fuerte, el otro valiente
y afortunado un tercero, pero, todos ellos, ¡perdidos!
Tocaba a difuntos por la tristeza de años.
Allí estaban, en las laderas apostados,
reunidos para contemplar mi final, ¡un marco
viviente para un último cuadro! En un lienzo de llamas
los vi y los conocí a todos. Sin embargo,
valeroso, me llevé el cuerno a los labios
y soplé.
«Childe Roland a la torre oscura llegó.»
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Centauros
«-Estaba pensando en lo que dijiste anoche -empezó a decir David, con cautela-, eso de que todos los niños sueñan con ser animales.
»-¿Y no es cierto?
»-Creo que sí, yo siempre he querido ser un caballo.
»-¿Por qué un caballo? -preguntó la cazadora, interesada.
»-En los cuentos que leía de pequeño descubrí a una criatura que se llamaba centauro. Era mitad caballo, mitad hombre. En vez de tener cuello de caballo, tenía el torso de un hombre, así que podía llevar un arco en las manos. Era bello y fuerte, y resultaba ser el cazador perfecto, porque combinaba toda la fuerza y la velocidad de un caballo con la habilidad y la astucia de un hombre. Ayer eras muy veloz sobre tu caballo, pero no formabais un conjunto perfecto. Es decir, el animal a veces tropieza o se mueve de una forma que no esperabas, ¿verdad? Mi padre solía montar a caballo de joven, y me dijo que incluso el mejor de los jinetes puede caerse de la silla. Si yo fuera un centauro podría tener lo mejor de un caballo y de un hombre, todo en uno, y, si cazara, no se me escaparía nada…»
De El libro de las cosas perdidas, capítulo XVII
Sobre los centauros
Lo más interesante sobre el mito de los centauros es su propia imprecisión, tal y como se pone de manifiesto en el corto apartado de Los mitos griegos de Graves que incluyo a continuación. Sin embargo, creo que David no se equivoca al encontrar algo fascinante en la combinación de hombre y animal representada por el centauro, y es posible, dado el trasfondo sexual de ese apartado del libro, que la atracción de la cazadora por dicha criatura sea algo más complejo que el simple deseo de cazar con mayor eficiencia.
Orígenes
«Los caballos eran sagrados para la luna, y los bailes sobre caballos de madera para hacer llover pueden haber dado lugar a la leyenda de que los centauros eran mitad caballos, mitad hombres. La primera representación griega de los centauros (dos hombres unidos por la cintura a cuerpos de caballos) se encuentra en la gema micénica del Templo de Hera, en Argos; están frente a frente, bailando. Una pareja similar aparece en el sello de una cama de Creta; pero, como no había ningún culto a los caballos nativo de Creta, resulta evidente que el motivo se importó del continente. En el arte arcaico, los sátiros también se representan como hombres sobre caballos de madera, pero después se convierten en cabras. El centauro sería un héroe oracular con cola de serpiente, por lo que la historia del apareamiento de Bóreas con las yeguas está ligada a él.»
De Los mitos griegos, de Robert Graves
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Arpías
«Por otro lado, el libro de mitos griegos de David era del mismo tamaño y color que una antología de poesía cercana, así que a veces sacaba los poemas en vez de los mitos.»
De El libro de las cosas perdidas, capítulo III
«[David] distinguió una forma, mucho más grande que la de los pájaros que conocía, deslizándose por el aire sobre las corrientes que subían por el cañón. Tenía piernas desnudas, casi humanas, aunque los dedos de los pies eran alargados y curvos, como las garras de un águila. Llevaba los brazos extendidos, y de ellos colgaban grandes pliegues de piel que le servían de alas. Su pelo largo y blanco flotaba al viento. […]
»Tenía forma femenina: vieja, con escamas en vez de piel, pero femenina a pesar de todo. Se arriesgó a echarle otro vistazo y comprobó que la criatura descendía en círculos cada vez más pequeños. […]
»-Arpías -comentó David.»
De El libro de las cosas perdidas, capítulo XII
Sobre las arpías
Mi primer recuerdo de las arpías proviene de la película de Ray Harryhausen, Jasón y los argonautas, donde unas aterradoras formas femeninas atormentaban, fotograma a fotograma, al ciego Fineo. En El libro de las cosas perdidas no son más que algunas de las figuras femeninas que se derivan en parte del equivocado odio que David siente por su madrastra, Rose, pero también ocupan su lugar en la tradición de dichos personajes en los cuentos de hadas. El mal suele presentarse como algo únicamente femenino en estas historias. Para críticos como Bruno Bettelheim, tiene algo que ver con los conflictos edípicos que percibía en la base de los cuentos, pero también puede ser que no haya nada más aterrador para un niño que una figura femenina o maternal amenazadora. En general, quizá sea justo afirmar que los niños les tienen más miedo a sus padres que a sus madres, ya que los padres representan la autoridad y, tradicionalmente, suelen ser responsables de la disciplina. Para un niño puede resultar más perturbador ser traicionado por una mujer, porque es más inesperado, incluso antinatural, hasta el punto de que, en la obra de Shakespeare, Lady Macbeth exige que le cambien el sexo («unsex me», en el original) para alentar las ambiciones asesinas de su marido.
En comparación, las arpías son una versión más sencilla de lo que David percibe como una amenaza femenina a su felicidad. Aunque la historia de Fineo quizá sea el más conocido de los mitos griegos, he incluido a continuación otras referencias, también de Graves:
«Nereo, Forcis, Taumante, Euribia y Ceto eran todos hijos de la unión entre Ponto y la Madre Tierra; por tanto, las Fórcides y Nereidas son primas de las arpías. Se trata de las hijas de Taumante y la oceánide Electra, que lucen cabellos rubios y veloces alas, capturan a los criminales para que los castiguen las Erinias y viven en una cueva de Creta».
«Sin embargo, según otros, fue Tántalo el que robó el mastín dorado (el guardián de Zeus de niño), y Pandáreo el que se lo guardó y el que, al negar que lo había recibido, fue destruido, junto con su esposa, por los airados dioses, o convertido en piedra. Pero las hijas huérfanas de Pandáreo, Mérope y Cleotera, a quienes algunos llaman Camiro y Clitia, fueron criadas por Afrodita con requesón, miel y vino dulce. Hera les otorgó belleza y sabiduría más que humana; Artemis las hizo crecer altas y fuertes; Atenea les enseñó todas las habilidades manuales. Resulta difícil comprender por qué estas diosas fueron tan amables, o por qué eligieron a Afrodita para ablandar el corazón de Zeus y conseguir buenos matrimonios para las huérfanas…, a no ser, por supuesto, que esas mismas diosas animasen a Pandáreo a cometer el robo. Zeus debió de sospechar algo, porque, mientras Afrodita se encontraba en secreto con Zeus en el Olimpo, las arpías se llevaron a las tres chicas, con el consentimiento del dios, y se las entregaron a las Erinias, quienes las hicieron sufrir para pagar los pecados de su padre.»