La Bestia lo pensó durante un momento y después dijo, en un tono menos furioso:
– Te perdonaré con una condición: que me des a una de tus hijas.
– ¡Ah! -gritó el comerciante-. Si fuese tan cruel como para salvar mi vida a costa de la de una de mis hijas, ¿qué excusa podría poner para traerla hasta aquí?
– No sería necesaria ninguna excusa -respondió la Bestia-. Si ella viene, tendrá que hacerlo por su propia voluntad. No la aceptaré de otra manera. Averigua si una de ellas es lo bastante valiente y te ama lo suficiente para venir y salvarte la vida. Pareces un hombre honrado, así que te permitiré volver a casa y te daré un mes para ver si alguna de tus hijas desea volver contigo y quedarse aquí, para que tú seas libre. Si ninguna está dispuesta, debes volver solo después de despedirte de ellas para siempre, porque entonces me pertenecerás. Y no creas que puedes esconderte de mí, porque, si no cumples tu promesa, ¡iré a buscarte! -afirmó la Bestia, en tono sombrío.
El comerciante aceptó la propuesta, aunque en realidad no creía poder convencer a alguna de sus hijas para ir con la Bestia. Prometió regresar en el momento acordado, y entonces, deseando escapar de la presencia de la criatura, pidió permiso para irse de inmediato, pero ella le respondió que no podría hacerlo hasta el día siguiente.
– Entonces encontrarás un caballo preparado para ti -añadió-. Ahora ve a cenar y espera mis órdenes.
El pobre comerciante, más muerto que vivo, regresó a su cuarto, en cuya mesita, junto al fuego, lo esperaba una cena deliciosa. Pero estaba demasiado aterrado para comer, así que sólo probó algunos platos para que la Bestia no se enojara por haber desobedecido sus órdenes. Cuando terminó, oyó un gran ruido en la habitación contigua, y supo que era la Bestia, que se acercaba. Como no podía evitar la visita, su única alternativa era parecer lo menos asustado posible; así que, cuando la Bestia apareció y le preguntó con brusquedad si había cenado bien, el comerciante respondió humildemente que sí, gracias a la amabilidad de su anfitrión. Entonces la Bestia le advirtió que recordara su acuerdo y que preparara a su hija para que supiera bien lo que le esperaba.
– Mañana no te levantes hasta que veas el sol y oigas una campana dorada -añadió-. Entonces encontrarás el desayuno esperándote aquí, y el caballo que te conducirá a casa estará listo en el patio. También te traerá de vuelta cuando vengas con tu hija, dentro de un mes. Adiós. ¡Llévale una rosa a Bella y recuerda tu promesa!
El comerciante se alegró sobremanera cuando la Bestia se alejó y, aunque la tristeza no lo dejó dormir, se quedó tumbado hasta la salida del sol. Después de desayunar apresuradamente, salió a recoger la rosa de Bella, montó en el caballo, y éste lo llevó con tanta rapidez que, en un instante, perdió de vista el palacio y, todavía envuelto en oscuros pensamientos, llegó a la puerta de su casa.
Sus hijos e hijas, que estaban preocupados por su larga ausencia, corrieron a recibirlo, deseosos de conocer el resultado de su viaje. Al verlo montado en un esplendido caballo y abrigado con un manto lujoso, supusieron que todo había ido bien. Su padre, al principio, les ocultó la verdad, aunque, al darle la rosa a Bella, dijo con tristeza:
– Aquí está lo que me pediste; no te imaginas lo mucho que me ha costado.
Pero aquello suscitó tanta curiosidad que tuvo que contarles sus aventuras de principio a fin, y, al oírlas, todos quedaron muy tristes. Las muchachas lamentaron en voz alta sus esperanzas perdidas, y los hijos afirmaron que su padre no debía regresar a aquel horrible castillo, y empezaron a hacer planes para matar a la Bestia si la criatura aparecía para llevárselo. Pero él les recordó que había prometido volver. Entonces, las muchachas se enfadaron mucho con Bella y dijeron que era todo por su culpa, que, de haber pedido algo más sensato, aquello nunca habría sucedido. Después se quejaron amargamente de tener que sufrir por su estupidez.
La pobre Bella, muy angustiada, les dijo:
– Es cierto, yo he traído esta desgracia, pero os aseguro que lo hice con inocencia. ¿Quién habría pensado que pedir una rosa en pleno verano causaría tanta desdicha? Pero, como soy la culpable del daño, es justo que yo sufra por ello. Por tanto, volveré con mi padre para mantener su promesa.
Al principio, nadie deseaba aceptar aquel arreglo, y su padre y hermanos, que la querían mucho, declararon que de ningún modo conseguiría que la dejasen marchar; pero Bella se mantuvo firme. Conforme se acercaba el momento de la partida, repartió sus pocas posesiones entre sus hermanas y se despidió de todo lo que amaba, hasta que, cuando llegó el fatídico día, reunió valor y animó a su padre mientras subían al caballo que los llevaría al castillo. El animal parecía volar más que cabalgar, pero con tanta suavidad que Bella no sintió miedo; de hecho, habría disfrutado del viaje, de no ser por el temor de lo que pudiera sucederle cuando terminase. Su padre seguía intentando convencerla de que volviese a casa, pero en vano. Mientras hablaban, la noche cayó, y entonces, para su gran sorpresa, unas maravillosas luces de colores empezaron a brillar por todas partes, y unos espléndidos fuegos artificiales estallaron delante de ellos; todo el bosque quedó iluminado, e incluso sintieron un calorcillo agradable, aunque antes el frío había sido intenso. Aquello continuó hasta que llegaron a la avenida de los naranjos, donde había estatuas con antorchas, y, cuando se acercaron más al palacio, vieron que estaba iluminado de arriba abajo, y que sonaba una suave melodía en el patio.
– La Bestia debe de tener mucha hambre si se alegra tanto de que llegue su presa -dijo Bella, intentando reírse.
Pero, a pesar de su inquietud, no pudo evitar admirar las cosas maravillosas que veía.
El caballo se detuvo delante de los escalones que llevaban a la terraza, y, cuando desmontaron, su padre la llevó a la pequeña habitación en la que él había estado antes, donde encontraron un magnífico fuego en la chimenea y la mesa elegantemente preparada con una cena deliciosa.
El comerciante sabía que la comida era para ellos, y Bella, que estaba menos asustada después de recorrer tantas habitaciones sin ver a la Bestia, estaba más que dispuesta a dar cuenta de ella, porque el largo viaje le había dado mucha hambre. Sin embargo, apenas habían terminado de comer cuando oyeron el ruido de las pisadas de la Bestia al acercarse, y Bella se abrazó aterrada a su padre; su terror creció cuando comprobó lo asustado que estaba él, pero, cuando la Bestia apareció, aunque la joven tembló de pies a cabeza al verlo, hizo un gran esfuerzo por ocultar su horror y lo saludó con respeto.
Resultaba evidente que a la Bestia le agradó su saludo y, después de mirarla, aunque no parecía enfadado, dijo con un tono que habría despertado temor en el más pintado:
– Buenas noches, anciano. Buenas noches, Bella.
El comerciante estaba demasiado aterrado para responder, pero Bella respondió con dulzura:
– Buenas noches, Bestia.
– ¿Has venido por propia voluntad? -le preguntó la Bestia-. ¿Estás dispuesta a quedarte aquí cuando se vaya tu padre?
Bella respondió con valentía que estaba más que preparada para quedarse.
– Me alegra oírlo -respondió la Bestia-. Como has venido por tu propia voluntad, puedes quedarte. En cuanto a ti, anciano -añadió, dirigiéndose al comerciante-, mañana, cuando salga el sol, volverás a casa. Cuando suene la campana, levántate deprisa, desayuna y encontrarás el mismo caballo esperándote; pero recuerda que no puedes volver a ver mi palacio. -Después, volviéndose hacia Bella, continuó-: Lleva a tu padre a la habitación contigua y ayúdale a escoger todo lo que creas que les gustaría tener a tus hermanos y hermanas. Encontrarás dos baúles de viaje; llénalos hasta donde puedas. Es justo que les envíes algo muy preciado para que se acuerden de ti. -Entonces se volvió para irse, diciendo-: Adiós, Bella; adiós, anciano.