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Y, aunque Bella empezaba a sentirse consternada por la marcha de su padre, le dio miedo desobedecer las órdenes de la Bestia, así que fueron a la habitación contigua, que tenía estanterías y armarios por todas partes. Se sorprendieron al ver las riquezas que contenía: había vestidos espléndidos, adecuados para una reina, con todos los ornamentos que debían llevarse con ellos; y, cuando Bella abrió los armarios, se quedó deslumbrada por las preciosas joyas que cubrían todos los estantes. Después de escoger una gran cantidad de regalos, los dividió entre sus hermanas (porque había formado una pila de maravillosos vestidos para cada una de ellas) y abrió el último baúl, que estaba lleno de oro.

– Padre -dijo Bella-, creo que, como este oro te será útil, será mejor que saquemos de nuevo lo demás y llenemos los baúles con él.

Y eso hicieron; pero, cuanto más metían, más espacio parecía haber dentro, así que, finalmente, metieron todas las joyas y vestidos que habían sacado, y Bella pudo añadir todas las joyas que pudo cargar; entonces comprobaron que los baúles no estaban llenos del todo, ¡pero que pesaban tanto que ni un elefante podría con ellos!

– La Bestia se burla de nosotros -exclamó el comerciante-, debe de estar fingiendo que nos da todas estas cosas, pues sabe que nunca podré llevármelas.

– Esperemos a ver -respondió Bella-. No puedo creer que intente engañarnos. Sólo podemos cerrar los baúles y dejarlos listos.

Hicieron lo que la joven decía y regresaron a la pequeña habitación, donde, para su asombro, encontraron el desayuno listo. El comerciante comió con gran apetito, porque la generosidad de la Bestia lo había hecho creer que quizá pudiera volver pronto a ver a Bella. Pero ella estaba segura de que su padre la dejaba para siempre, así que se puso muy triste cuando sonó la campana por segunda vez, advirtiéndolos de que había llegado el momento de separarse. Bajaron al patio, donde dos caballos los esperaban, uno cargado con los dos baúles y otro para que el comerciante montase en él. Movían las patas, impacientes por empezar el viaje, y el hombre se vio obligado a despedirse de Bella; en cuanto estuvo montado, se alejó a tanta velocidad que la joven lo perdió de vista en un instante. Entonces, Bella empezó a llorar y, muy triste, se dirigió de vuelta a su habitación. Pero pronto se dio cuenta de que tenía mucho sueño, y, como no tenía nada mejor que hacer, se tumbó y se quedó dormida al instante. Entonces soñó que caminaba por un arroyo bordeado de árboles, lamentándose de su triste destino, cuando un joven príncipe, más guapo que ninguno que hubiese visto antes y con una voz que le llegaba directa al corazón, se le acercaba y decía:

– ¡Ah, Bella! No eres tan desdichada como supones. Aquí se te recompensará por todo lo que has sufrido antes, se te concederán todos tus deseos. Sólo tienes que intentar encontrarme, sin importarte mi disfraz, porque te amo de todo corazón, y, al hacerme feliz, también encontrarás tu propia felicidad. Si tu honestidad es tan grande como tu belleza, tendremos todo lo que deseemos.

– Oh, príncipe, ¿cómo podría hacerte feliz? -le preguntó Bella.

– Sólo muéstrate agradecida -respondió- y no confíes demasiado en tus ojos. Y, sobre todo, no me abandones hasta haberme salvado de mi cruel desdicha.

Después de aquello, Bella creyó encontrarse en una habitación con una dama hermosa y elegante que le dijo:

– Querida Bella, intenta no lamentar lo que has dejado atrás, porque estás destinada a algo mejor. Lo único que tienes que hacer es no dejarte engañar por las apariencias.

A Bella le parecieron tan interesantes aquellas visiones qUe no tuvo prisa por despertarse, pero, al final, el reloj interrumpió su sueño llamándola suavemente por su nombre doce veces, así que se levantó y encontró su tocador repleto de todo lo que pudiera necesitar; una vez completado su aseo vio la comida preparada en la habitación contigua. Pero no se tarda mucho en comer cuando se está solo, así qUe pronto se sentó en la cómoda esquina de un sofá y empezó a pensar en el encantador príncipe que había visto en su sueño.

«Me dijo que podía hacerlo feliz -se dijo Bella-. Entonces parece que esta horrible Bestia lo mantiene prisionero. ¿Cómo puedo liberarlo? Me pregunto por qué el príncipe y la dama me han dicho que no me fíe de las apariencias. No lo entiendo, pero, al fin y al cabo, no era más que un sueño, así que, ¿por qué preocuparme por ello? Será mejor que vaya a buscar algo con lo que entretenerme.»

Así que se levantó y empezó a explorar algunas de las habitaciones del palacio.

La primera en la que entró estaba cubierta de espejos, y Bella se vio reflejada en todas partes y pensó que nunca había visto un lugar tan encantador. Después le llamó la atención un brazalete que estaba colgado de un candelabro y, al cogerlo la sorprendió mucho comprobar que tenía un retrato de su desconocido admirador, el mismo que había visto en sueños, Se puso el brazalete en el brazo con gran placer y entró en una galería de cuadros, donde pronto encontró el retrato del mismo bello príncipe, a tamaño real y tan bien pintado que, mientras lo examinaba, él pareció sonreírle con amabilidad. Cuando por fin consiguió apartarse del retrato, pasó por una habitación que contenía todos los instrumentos musicales del mundo, y allí se entretuvo un rato probando algunos de ellos y cantando hasta que se cansó. La siguiente habitación era una biblioteca, y vio todos los libros que había deseado leer, además de todos los que había leído, y le pareció que una sola vida no sería suficiente ni para empezar a leer todos los títulos, de tantos que había. Para entonces empezaba a anochecer, y las velas de cera, en sus candelabros de diamantes y rubíes, empezaban a encenderse solas en todas las habitaciones.

Bella encontró su cena servida justo a la hora en que prefería cenar, pero no vio a nadie, ni oyó nada, y, aunque su padre ya le había advertido que estaría sola, empezó a aburrirse.

De repente, oyó que la Bestia se acercaba y se preguntó, temblorosa, si pensaría comérsela.

Sin embargo, la criatura no parecía feroz y sólo dijo, con voz ronca:

– Buenas noches, Bella.

Así que ella respondió alegremente y consiguió ocultar su temor. Después la Bestia le preguntó cómo se había estado entreteniendo, y ella le habló de las habitaciones que había visto.

Después, la Bestia le preguntó si era feliz en el palacio, y Bella respondió que todo era tan bello que sería muy desagradecida si no fuese feliz. Estuvieron charlando una hora, y Bella empezó a pensar que la Bestia no era tan terrible como había supuesto en un principio. Entonces, la criatura se levantó para irse y le preguntó a la joven, con su voz ronca:

– ¿Me amas, Bella? ¿Quieres casarte conmigo?

– ¡Oh! ¿Qué debería responder? -exclamó Bella, porque temía enfadar a la Bestia si se negaba.

– Di sí o no sin miedo -respondió él.

– Oh, no, Bestia -repuso Bella al instante.

– Como no deseas casarte conmigo, buenas noches, Bella.

– Buenas noches, Bestia -contestó ella, contenta de saber que su rechazo no lo había provocado. Una vez se hubo ido su anfitrión, la joven se acostó pronto y soñó con el príncipe desconocido. Le pareció que se acercaba a ella y que le decía:

– ¡Ah, Bella! ¿Por qué eres tan cruel conmigo? Me temo que estoy destinado a ser infeliz durante muchos años más.

Entonces su sueño cambió, pero el príncipe encantador estaba en todos ellos; y, cuando se hizo de día, lo primero que quiso hacer la joven fue mirar el retrato y comprobar si realmente se parecía al príncipe de su sueño, y así era.

Aquella mañana decidió entretenerse en el jardín, porque el sol brillaba y el agua jugaba en las fuentes, pero descubrió asombrada que todo le resultaba familiar, y, al fin, llegó al arroyo en el que crecían los mirtos, donde había visto por primera vez al príncipe en su sueño, y eso le hizo pensar más que nunca en que debía de ser un prisionero de la Bestia.