Cuando se cansó, regresó al palacio y encontró otra habitación llena de materiales para cualquier tipo de labor: cintas para hacer lazos y sedas para hacer flores. Después vio un aviario lleno de pájaros exóticos que estaban tan amaestrados que volaron hacia Bella en cuanto la vieron, y se le posaron en los hombros y la cabeza.
– Qué criaturitas tan preciosas -dijo ella-. Ojalá vuestra jaula estuviese más cerca de mi habitación, porque así podría oíros cantar.
Nada más pronunciar aquellas palabras, abrió una puerta y descubrió, encantada, que daba a su propia habitación, aunque había creído que estaba justo al otro lado del palacio.
En otro cuarto había más pájaros, loros y cacatúas que podían hablar, y que saludaron a Bella por su nombre; de hecho, le parecieron tan entretenidos que se llevo un par de ellos a su dormitorio, y los pájaros le hablaron mientras cenaba; después, la Bestia le hizo su acostumbrada visita, le preguntó lo mismo que antes, le dio las buenas noches, se fue, y Bella se acostó para soñar con su misterioso príncipe. Los días pasaron rápidamente, entretenida con variadas diversiones, y, al cabo de un tiempo, Bella encontró otra cosa extraña en el palacio que le servía para distraerse cuando se cansaba de estar sola. Había una habitación en la que no había notado nada de particular; en ella sólo había un sillón muy cómodo debajo de cada ventana, y, la primera vez que miró por una de las ventanas, le había parecido que una cortina negra le tapaba la vista. Pero la segunda vez que entró en el cuarto, como estaba cansada, se sentó en uno de los sillones, y, entonces, la cortina se apartó y pudo contemplar una representación muy divertida; había bailes, luces de colores, música y vestidos bonitos, y todo era tan alegre que Bella quedó extasiada. Después de aquello, probó las otras siete ventanas, una tras otra, y en todas ellas había algún entretenimiento nuevo y sorprendente, así que Bella nunca pudo volver a sentirse sola. Todas las noches, después de cenar, la Bestia iba a verla y siempre, antes de darle las buenas noches, le preguntaba con su terrible voz:
– Bella, ¿quieres casarte conmigo?
Y a Bella, que creía entenderlo mejor, le parecía que cada vez que rechazaba su propuesta, la criatura se marchaba muy triste. Pero sus felices sueños del guapo príncipe la hacían olvidar a la pobre Bestia, y lo único que la inquietaba era aquella insistencia en que no debía fiarse de las apariencias, que se dejara llevar por el corazón y no por los ojos, y muchas otras cosas que le causaban perplejidad, porque, por mucho que reflexionaba sobre ellas, no les encontraba respuesta.
Y así continuó todo durante largo tiempo, hasta que al fin, aunque estaba contenta, Bella empezó a echar de menos a su padre y a sus hermanos; una noche, al verla muy triste, la Bestia le preguntó qué le pasaba. Bella ya no le tenía miedo, porque sabía que era un ser amable, a pesar de su aspecto feroz y su terrible voz, así que respondió que deseaba poder ver una vez más su hogar. Al oír aquello, la Bestia pareció muy afligida y exclamó, con tristeza:
– ¡Ah! Bella, ¿serías capaz de abandonar así a una pobre Bestia? ¿Qué más necesitas para ser feliz? ¿Deseas escapar porque me odias?
– No, querida Bestia -respondió Bella en voz baja-. No te odio, y lamentaría mucho no volver a verte, pero desearía ver a mi padre una vez más. Deja que pase con él dos meses, y te prometo volver y quedarme aquí durante el resto de mi vida.
La Bestia, que había estado suspirando con melancolía mientras ella hablaba, contestó:
– No puedo negarte nada que me pidas, aunque me cueste la vida. Llévate las cuatro cajas que encontrarás en la habitación contigua a la tuya y llénalas con todo lo que desees llevarte. Pero recuerda tu promesa y vuelve al cabo de dos meses, o puede que te arrepientas, porque, si no regresas a tiempo, encontrarás muerta a tu fiel Bestia. No necesitarás carruaje para volver, sólo tienes que decirles adiós a tus hermanos la noche anterior a tu partida y, cuando te acuestes, dale la vuelta a este anillo en tu dedo y di con firmeza: «Deseo volver a mi palacio y ver de nuevo a mi Bestia». Buenas noches, Bella. Nada temas, duerme bien y, en poco tiempo, verás de nuevo a tu padre.
En cuanto Bella se quedó sola, se apresuró a llenar las cajas con todas las cosas exóticas y valiosas que veía a su alrededor, y sólo cuando se cansó de hacerlo parecieron estar llenas.
Después se acostó, pero no pudo dormir, de lo alegre que se sentía. Cuando por fin lo hizo, empezó a soñar con su amado príncipe, pero se afligió al verlo tumbado sobre un banco de hierba, triste y cansado, apenas una sombra de sí mismo.
– ¿Qué te ocurre? -le preguntó.
– ¿Cómo puedes preguntármelo, mujer cruel? -respondió él, mirándola con reproche-. ¿Acaso no me abandonas, quizás a la muerte?
– ¡Ah! No temas -exclamó Bella-. Sólo me voy para asegurarle a mi padre que estoy a salvo y feliz. Le he prometido a la Bestia que regresaré, ¡y se morirá de pena si no mantengo mi palabra!
– ¿Y eso qué te ha de importar? -preguntó el príncipe-. Seguro que no te preocupa.
– Claro que sí, sería una desagradecida si no me preocupase por una Bestia tan amable -gritó Bella, indignada-. Me moriría con tal de ahorrarle cualquier pena. Te aseguro que no es culpa suya ser tan feo.
Justo entonces, un sonido extraño la despertó: alguien hablaba cerca de ella. Al abrir los ojos, vio que estaba en una habitación que no conocía, ni mucho menos tan espléndida como las otras del castillo de la Bestia. ¿Dónde podía estar? Se levantó, se vistió a toda prisa, y entonces vio que todas las cajas que había empaquetado la noche anterior estaban en el cuarto.
Mientras se preguntaba qué magia habría usado la Bestia para transportar las cajas y a ella misma hasta aquel lugar extraño, de repente oyó la voz de su padre y corrió a saludarlo con regocijo. Sus hermanos y hermanas la contemplaron con asombro, como si no esperasen volver a verla, y sus preguntas no tenían fin. Ella también tenía mucho que oír sobre lo sucedido en su ausencia y sobre el viaje de regreso de su padre, pero, cuando oyeron que sólo había vuelto con ellos para pasar una corta temporada y que después debía regresar al palacio de la Bestia para siempre, se lamentaron profundamente. Entonces Bella le preguntó a su padre cuál pensaba que era el significado de los extraños sueños que había tenido, y por qué el príncipe le suplicaba constantemente que no confiase en las apariencias. Después de mucha reflexión, su padre dijo:
– Tú misma me has dicho que la Bestia, aunque parezca aterradora, te ama, y que se merece tu amor y gratitud por su amabilidad y dulzura; creo que el príncipe quiere que comprendas que debes recompensar a esa criatura haciendo lo que te pide, a pesar de su fealdad.
A Bella no le quedó más remedio que aceptar que la explicación de su padre era muy probable; sin embargo, cuando pensaba en su querido príncipe, el que era tan guapo, no sentía deseo alguno de casarse con la Bestia. En cualquier caso, no tenía que decidir nada hasta que pasaran dos meses, así que podía divertirse con sus hermanas. Pero, aunque ya eran ricos, vivían de nuevo en la ciudad y tenían muchas amistades, Bella descubrió que nada la entretenía demasiado. A menudo pensaba en el palacio, donde era tan feliz, sobre todo porque, en casa, no había soñado ni una vez con el príncipe, y se sentía triste sin él.
Sus hermanas parecían haberse acostumbrado a estar sin ella, e incluso la veían como un estorbo, así que no lamentaban el fin de aquella estancia de dos meses; pero su padre y sus hermanos le suplicaron que se quedase, y parecían tan afligidos al pensar en su marcha que ella no tuvo valor para decirles adiós. Todos los días, cuando se levantaba por la mañana, se decía que lo haría aquella noche, pero, cuando la noche llegaba, volvía a posponerlo; hasta que, un día, tuvo un horrible sueño que la ayudó a decidirse. Soñó que estaba caminando por un encantador sendero de los jardines del palacio, cuando oyó unos gruñidos que parecían provenir de unos arbustos que ocultaban la entrada a una cueva, así que corrió hacia ellos para ver qué pasaba, y allí se encontró a la Bestia tirada sobre un costado, con aspecto de estar a punto de morir. La criatura le reprochó débilmente ser la causa de su angustia, y, en aquel mismo instante, apareció una dama majestuosa y le dijo a Bella: