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– Ah, Bella, estás justo a tiempo de salvarle la vida. ¡Ya ves lo que ocurre cuando no se cumple una promesa! Si te hubieses retrasado un día más, lo habrías encontrado muerto.

A Bella le dio tanto miedo el sueño que, a la mañana siguiente, anunció su intención de marcharse de inmediato; aquella misma noche, dijo adiós a su padre y a todos sus hermanos, y, en cuanto estuvo en la cama, le dio la vuelta al anillo y dijo con firmeza, como le había dicho la criatura:

– Deseo volver a mi palacio y ver de nuevo a mi Bestia.

Entonces se quedó dormida al instante, y sólo se despertó cuando oyó que el reloj decía doce veces, con su voz musicaclass="underline"

– Bella, Bella.

Así supo que había vuelto al palacio. Todo estaba igual que antes, y sus pájaros se alegraron de verla, pero a Bella le pareció el día más largo de su vida, porque estaba deseando ver de nuevo a la Bestia, y las horas que quedaban para la cena se le hicieron interminables.

Sin embargo, cuando llegó la cena y la Bestia no apareció, se asustó de verdad; después de escuchar y esperar durante largo rato, salió corriendo al jardín para buscarlo. La pobre Bella corrió por todos los senderos y avenidas, llamándolo en vano, porque nadie respondía y no encontraba ni rastro de él, hasta que, finalmente, se detuvo a descansar un minuto y vio que estaba frente al sendero sombreado que había visto en su sueño. Corrió por él y, efectivamente, allí estaba la cueva, y, en ella, yacía la Bestia… dormida, según creyó Bella. Contenta de haberlo encontrado, corrió hacia él y le acarició la cabeza, pero, horrorizada, comprobó que no se movía, ni abría los ojos.

– ¡Oh, está muerto, y es culpa mía! -exclamó Bella, llorando amargamente.

Pero entonces lo miró de nuevo y le pareció notar que aún respiraba, así que corrió a recoger agua de la fuente más cercana, le salpicó la cara con ella y comprobó, encantada, que empezaba a revivir.

– ¡Ay, Bestia, me has asustado! -lloró la joven-. No sabía lo mucho que te quería hasta este preciso instante, cuando he temido haber llegado demasiado tarde para salvarte.

– ¿De verdad puedes amar a una criatura tan fea como yo? -preguntó la Bestia débilmente-. ¡Ah, Bella, llegas justo a tiempo! Me moría porque pensaba que habías olvidado tu promesa. Pero ve a descansar, que te veré más tarde.

Bella, que casi esperaba que estuviese enfadado con ella, se tranquilizó con la amabilidad de su voz y regresó al palacio, donde la cena la esperaba, y después apareció la Bestia, como siempre, y hablaron sobre el tiempo que la joven había pasado con su padre, y la criatura le preguntó si se había divertido y si todos se habían alegrado de verla.

Bella respondió con educación y disfrutó contándole todo lo sucedido. Cuando por fin llegó el momento de separarse, la Bestia le preguntó, como había hecho tantas otras veces:

– Bella, ¿quieres casarte conmigo?

– Sí, querida Bestia -respondió ella, en voz baja.

En cuanto lo dijo, una llamarada de luz surgió al otro lado de las ventanas del palacio, volaron los fuegos artificiales, sonaron petardos y, por toda la avenida de los naranjos, en letras compuestas por mil luciérnagas, se podía leer: «Larga vida al príncipe y a su esposa».

Cuando se volvió hacia la Bestia para preguntarle qué quería decir aquello, Bella descubrió que la criatura había desaparecido y que, en su lugar, ¡se encontraba su amado príncipe! En aquel mismo instante oyeron las ruedas de un carruaje en la terraza, y dos damas entraron en la habitación. Bella reconoció a una de ellas, pues era la majestuosa dama que había visto en sueños; la otra era también tan elegante y regia que la joven no supo a quién saludar primero.

Pero la que ya conocía le dijo a su acompañante.

– Bueno, mi reina, ésta es Bella, la que ha tenido el valor de rescatar a vuestro hijo de su terrible encantamiento. Se aman, y sólo falta vuestro consentimiento para que se casen y su felicidad sea completa.

– Doy mi consentimiento de todo corazón -exclamó la reina-. Encantadora muchacha, nunca podré agradecerte lo suficiente que hayas devuelto a mi hijo a su verdadera forma.

Entonces abrazó a Bella y al príncipe, que había estado saludando al hada y recibiendo sus felicitaciones.

– Ahora -le dijo el hada a Bella-, supongo que te gustaría invitar a todos tus hermanos y hermanas a tu boda.

Así se hizo; el matrimonio se celebró al día siguiente con el mayor de los lujos, y Bella y el príncipe vivieron felices para siempre.

Lang, Andrew, 1844-1912,

Blue Fairy Book

Electronic Text Center,

Biblioteca de la Universidad de Virginia

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La Bella Durmiente

«-Tenía un amigo que se llamaba Raphael -dijo, sin mirar a David-. Raphael quería demostrar su valía delante de los que dudaban de su coraje y hablaban mal de él a sus espaldas. Oyó la historia de una mujer condenada por una hechicera a dormir para siempre en una cámara llena de tesoros, y juró que la liberaría de su encantamiento.»

De El libro de las cosas perdidas, capítulo XIX

«David empezó a entender por qué [la fortaleza] le había parecido borrosa a lo lejos.

»Estaba completamente cubierta de unas enredaderas marrones que rodeaban la torre central, y cubrían muros y almenas. De aquellas enredaderas nacían oscuras espinas, algunas de hasta treinta centímetros de largo y más gruesas que la muñeca de David…»

De El libro de las cosas perdidas, capítulo XXIV

Sobre La Bella Durmiente

En El libro de las cosas perdidas, David mezcla el cuento de la Bella Durmiente con otras fuentes, como el poema de Browning «Childe Roland a la torre oscura llegó», para llegar hasta la Fortaleza de Espinas y la mujer dormida que en ella se esconde. La mujer es, en apariencia, el objeto de la búsqueda de Roland, aunque, en realidad, Roland busca a Raphael, su alma gemela. Es David el que le da forma final a la mujer de la torre, que es tanto su madre como Rose, la mujer que quería ser su madre; también se trata de una personificación de todos los miedos de David, una figura femenina aún más temible que la Bestia a la que se había enfrentado en un momento anterior del libro.

Los elementos sexuales del cuento original, que se han suavizado un poco en las narraciones posteriores, aquí vuelven a salir a la superficie, convirtiéndose en una manifestación de la floreciente sexualidad de David y en un reconocimiento de sus confusos sentimientos hacia Rose (y, quizás, hacia su madre, lo que nos lleva a las interpretaciones edípicas que de este tipo de cuentos hace Bruno Bettelheim). Está claro que la historia de la princesa dormida puede verse como una alegoría del viaje de niña a mujer: el pinchazo en el dedo, del que surge la sangre, presagia la menstruación; el periodo de latencia, la espera del primer despertar sexual; y la llegada del despertar en forma de relación sexual, simbolizada en algunos cuentos por un beso, y, en otros, por un acto mucho más íntimo.

Orígenes

Rosa Silvestre o La Bella Durmiente, su título más conocido, apareció de varias formas antes de ser finalmente puesta por escrito por los Hermanos Grimm. Un breve resumen incluiría versiones de Perrault y Basile, además de apariciones en Frayre de joy e Sor de Placer (catalán, siglo xiv), y en Perceforest (francés, siglo xvi).