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Eli habló primero con Ned. Les vi cuchichear un montón de cosas. Ned se reía. «Te burlas de mí», repetía; y Eli se ponía como un tomate de rojo. Ned y Eli son muy amigos. Sin duda porque son dos mequetrefes y pertenecen a minorías oprimidas. Desde el principio estuvo claro que, si nos uníamos los cuatro, ellos dos estarían en un lado y Oliver y yo en el otro. Los dos intelectuales contra los dos banales. Los dos maricas… es injusto. Eli no es marica, aunque le moleste al tío Clark. Mi tío insiste continuamente en hacernos creer que los judíos, se reconozca o no, son, fundamentalmente, homosexuales. Es cierto que Eli, con esos andares y ese ceceo, parece marica. De hecho, más que Ned. Quizá por eso persigue Eli de esa manera a las chicas. ¿Tendrá algo que ocultar? En fin, el caso es que Eli y Ned cuchicheaban, se pasaban notas y, después se lo contaron a Oliver. «¡Mierda! ¿Es que yo no puedo enterarme?», les pregunté. Creo que sentían un maligno placer excluyéndome de sus manejos, algo así como si quisieran demostrarme lo que significa ser un ciudadano de segunda categoría. O, a lo mejor, tenían miedo de que me riera de ellos. Terminaron por contármelo todo. Oliver hizo de embajador.

—¿Qué harás en Semana Santa? —me preguntó.

—No sé. Tal vez las Bermudas. O Florida. O Nassau —el caso es que no lo había pensado mucho.

—¿Te seduce Arízona?

—¿Y qué podemos hacer allí?

Aspiró profundamente.

—Eli ha estado examinando unos manuscritos antiguos en la biblioteca —me dijo sonriendo y evitando mirarme a los ojos—. Ha encontrado algo que se llama El Libro de los Cráneos, un libro que, al parecer, ha estado allí durante cincuenta años sin que nadie pensara en traducirlo. Eli ha investigado algunas cosas y piensa…

Piensa que los Guardianes de los Cráneos todavía existen, y que nos dejarán aprovecharnos de su maravilloso tesoro. Eli, Ned y Oliver están de acuerdo en ir allí y ver de qué se trata, y me invitan a completar el cuarteto. ¿Por qué? ¿Por mi dinero? ¿Por mi encanto personal? En realidad, es porque solamente admiten que vayan los candidatos de cuatro en cuatro, y, como somos compañeros de habitación, les ha parecido lógico que…

Y etcétera, etcétera. Acepté quizá por divertirme. Cuando mi padre tenía mi edad, se fue al Congo Belga para buscar minas de uranio. No encontró nada, pero se lo pasó en grande. También yo tengo derecho a correr detrás de alguna quimera. Me voy con vosotros, contesté. Y se me ocurrió durante los exámenes. Sólo más tarde, Eli me contó algunas de las reglas del juego. De cuatro candidatos, como mucho, sólo dos consiguen la inmortalidad. Los otros dos deben morir. Era precisamente el toque melodramático que faltaba. Eli me miró fijamente a los ojos:

—Ahora que ya conoces los riesgos —me dijo—, puedes dejarlo si quieres.

Me miraba intensamente, como si buscara alguna paja amarilla en mi sangre azul. Me eché a reír.

—¡Una posibilidad entre dos está bastante bien! —le dije.

4. NED

Algunas impresiones rápidas antes de que este viaje nos cambie para siempre. Pues nos cambiará, eso seguro. Miércoles por la noche. A ¿…? de marzo. Estamos entrando en la ciudad de Nueva York.

TIMOTHY. Rosa y dorado. Cinco centímetros de grasa rodean unos músculos espesos. Imponente y macizo. Si hubiera querido, podría haber jugado de defensa. Ojos azules y episcopales, burlones. Desarma con una sonrisa. Ademanes de aristócrata americano. ¡Pelo cortado a cepillo! ¡En los tiempos que corren! Es una forma de decirle al mundo que no tiene más dueño que sí mismo. Hace lo posible por darse un aire indolente y perezoso. Un gato gordo. Un león dormido. Hay que desconfiar del león dormido; corriendo es más rápido que lo que sus víctimas llegan a pensar.

ELI. Negro y blanco. Delgado y frágil. Dos centímetros más alto que yo, pero, no obstante, no es alto. Ojos brillantes, labios finos y sensuales, un poco de papada, greñas prolongadas en bucles asirios. Piel muy blanca: en su vida ha visto el sol. Una hora después de afeitarse, necesita hacerlo de nuevo. Vello en el pecho y en las nalgas; si no fuera tan delgado, le daría un aspecto viril. No tiene gancho con las mujeres. Puede que yo llegara a algo con él, pero no es mi tipo: demasiado parecido a mí. Impresión general de vulnerabilidad. Inteligencia viva y hábil, no tan brillante como él cree, pero lejos de ser tonto. Es el prototipo de estudiante de historia medieval.

YO. Amarillo y verde. Un ágil y pequeño marica, ligeramente torpe, pese a la agilidad. Pelo castaño claro, enmarañado y tieso. Frente despejada, de hecho, cada día más despejada. «Te pareces a Fray Angélico», me dijeron dos chicas diferentes la misma semana. Seguro que porque asistían a la misma clase de arte. Es cierto que tengo una ligera pinta de clérigo. Por lo menos, eso decía mi madre, viéndome ya como un amable párroco reconfortando corazones destrozados. Una pena, madre, pero el Papa no quiere tener nada que ver con nosotros. Las chicas, sí. Intuitivamente, saben que soy marica, y, sin embargo, se me ofrecen; como desafío, imagino. Lamentable. ¡Qué derroche! Soy un poeta honesto y un mediocre novelista. Si tuviera valor suficiente para ello, intentaría escribir una novela. Creo que moriré joven. Siento en mí las exigencias del romanticismo. Para ser consecuente con mi personaje, debo considerar constantemente el suicidio.

OLIVER. Rosa y dorado, como Timothy; sin embargo, ¡qué diferencia! Timothy es brutal y sólido como una roca. Oliver es una columna labrada. Físico improbable en un estudiante de primero: un metro ochenta, espalda ancha, caderas estrechas. Proporciones perfectas. Fuerte y silencioso. Sabe que es atractivo, pero no le da ninguna importancia. Granjero, nacido en Kansas. Rasgos abiertos, sin doble intención. Pelo largo, muy rubio, casi blanco. Visto de espaldas, tiene pinta de mujer grandota, salvo las caderas, que no tienen nada que ver con el aspecto general. Sus músculos no están tan marcados como los de Timothy, sino que son alargados y planos. Su placidez campesina no engaña a nadie. Tras el destello tranquilo de sus ojos azules, se esconde un espíritu lleno de avidez. Vive en el hervidero neoyorquino de su imaginación, tejiendo ambiciosos planes. Sin embargo, una noble luz emana de él. Si pudiera, sólo por una vez, embeberme en esa luz…

Nuestra edad: Timothy, veintidós el mes pasado. Yo, veintiuno y medio. Oliver, veintiuno en enero. Eli, veinte y medio.

Timothy: Acuario.

Yo: Escorpión.

Oliver: Capricornio.

Eli: Virgo.

5. OLIVER

Prefiero conducir yo a que conduzca nadie. He conducido durante diez o doce horas seguidas. Desde mi punto de vista, me siento más seguro cuando conduzco yo que cuando voy dependiendo de otro, pues nadie tiene tanto interés como yo en conservar mi vida. Hay gente que corteja a la muerte sólo por la sensación que experimentan, o, como diría Ned, por cuestión de estética. Me parece idiota. Para mí no hay nada más sagrado en el mundo que la vida de Oliver Marshall, y, cada vez que tenga que ponerse en peligro, prefiero ser yo quien lleve las riendas. Así que no pienso dejarles demasiado el volante. Hasta ahora he conducido siempre yo, aunque el coche sea de Timothy. El es todo lo contrario; prefiere dejarse llevar. Supongo que se trata de un signo más de su conciencia de clase. Eli no sabe conducir. Sólo quedamos Ned y yo. Yo y Ned hasta Arizona, con Timothy para relevarnos de vez en cuando. Francamente, la idea de confiar mi pellejo a Ned me da escalofríos. ¿Y si me quedo donde estoy, con el pie clavado en el acelerador durante toda la noche? Llegaríamos a Chicago mañana por la tarde. A San Luis, el mismo día, pero ya entrada la noche. A Arizona, pasado mañana.