Выбрать главу

—Lo sé.

—Entonces, ¿por qué lo haces?

—He pensado que te interesaría.

—No, Eli, no es eso. Alguien que tiene tu capacidad de discernir, tu conocimiento existencial… No, tío, no te veo en el papel de difusor de chismes. Has venido aquí con la deliberada decisión de traicionar a Oliver. ¿Por qué? ¿Intentas maquinar algo entre Oliver y yo?

—No exactamente.

—Entonces, ¿por qué me lo has dicho?

—Porque sabía que estaba mal.

—¿Qué coño viene a significar eso?

Emitió una extraña sonrisa forzada.

—Eso me da algo que confesar. Considero lo que acabo de hacer como el acto más odioso que he hecho en mi vida. Revelar el secreto de Oliver a la persona más capaz de aprovecharse de su vulnerabilidad. Ya está. Está hecho y ahora lo confieso oficialmente. Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. El pecado se ha cometido delante de tus ojos: ahora, dame la absolución, ¿quieres?

Hablaba a un ritmo tan rápido y brusco que durante un instante fui incapaz de seguir las bizantinas circunvoluciones de su razonamiento. Incluso cuando comprendí, tuve dificultad en creer que hablaba seriamente. Finalmente, le contesté:

—¡Esta forma de escabullirte me parece asquerosa!

—¿Tú crees?

—Tu cinismo ni siquiera es digno de Timothy, viola el espíritu y probablemente la letra de las instrucciones del hermano Javier. El hermano Javier no dijo en ningún momento que quería que cometiéramos pecados por encargo para arrepentirnos de inmediato. Tienes que confesarte de algo real, algo que pertenezca a tu pasado, algo profundamente enraizado en ti, que te envenene la sangre desde hace años.

—¿Y si no tengo nada de ese género que confesar?

—¿Absolutamente nada, Eli?

—Absolutamente nada.

—¿Nunca deseaste que tu abuela cayera rígida, muerta, porque te había hecho poner un traje nuevo? ¿No has mirado nunca en los vestuarios de chicas por el agujero de la cerradura? ¿Nunca arrancaste las alas de una mosca? ¿Cómo puedes decir honestamente que no tienes ninguna falta escondida que reprocharte?

—Nada que cuente realmente.

—¿Acaso eres tú quien debe juzgarte?

—¿Quién si no? —estaba cada vez más nervioso—. Escucha, te hubiera contado cualquier otra cosa si hubiera habido algo más. Pero no hay nada. Pequeños pecados, como arrancarle las alas a una mosca, he cometido miles. De todas formas, no podría contarte algo como eso. La única forma para mí de obedecer las instrucciones del hermano Javier, era violar el secreto de Oliver y es lo que he hecho. Pienso que eso debe ser suficiente. Ahora, si no tienes inconveniente, me voy.

Se dirigió hacia la puerta.

—¡Espera! —le grité—. No acepto tu confesión, Eli. Intentas, a todas luces, colarme un pecado prefabricado, una culpabilidad a la medida. ¡Eso no vale! ¡Quiero algo verdadero!

—Lo que te he dicho sobre Oliver, es verdad.

—Sabes muy bien lo que quiero decir.

—No tengo nada más que decirte.

—No es por mí, Eli. Es por tu bien, es por tu propio rito de purificación. He pasado por eso, y Oliver, e incluso Timothy. ¿Y tú quieres hacerme creer que todo lo que has hecho no te ha hecho nunca sentirte culpable…? —me encogí de hombros—. ¡De acuerdo! Es tu inmortalidad la que estás estropeando, no la mía. ¡Puedes irte! ¡Venga! ¡Venga!

Me lanzó una terrible mirada, una mirada de miedo, de resentimiento y de angustia, y salió rápidamente, sin darse la vuelta. Solamente cuando se hubo ido me percaté de que mis nervios estaban tensos, al límite, mis manos temblaban, y un músculo del muslo izquierdo me temblaba violentamente. ¿Qué me había transformado de aquella manera? ¿La cobarde evasión de Eli? ¿O la revelación sobre Oliver? Las dos, decidí. Las dos. Pero lo segundo más que lo primero. Me preguntaba qué pasaría si me iba ahora a buscar a Oliver. Hundiría mi mirada en sus ojos azules, glaciales. Lo sé todo, le diría con voz tranquila. Sé cómo fuiste seducido por tu amigo a los catorce años. Sin embargo, no intentes hablar de seducción conmigo, tío, porque no me lo creo. Y conozco bastante sobre esa cuestión, hazme caso. Uno no se convierte en homosexual porque lo hayan seducido. Se vuelve uno porque ya lo es. Está escrito en los genes, en los huesos, en los cojones y sale en la primera ocasión favorable. Alguien llega, te da la ocasión que buscas y, entonces, sólo entonces, lo descubres. Has tenido tu oportunidad, Oliver, y te ha gustado. Después has pasado siete años luchando contra eso. Pero, ahora, lo vas a hacer conmigo. No porque mis medios de seducción sean irresistibles, no porque te haya drogado, no porque te haya emborrachado, sino porque quieres, siempre has querido. No has tenido el valor de dejarte llevar. Y bien, te doy la oportunidad, le diré. Heme aquí. Y me acercaré a él, y le tocaré, y sacudirá la cabeza haciendo un ruido bronco en el fondo de su garganta, luchando, pero, súbitamente, algo se romperá en él, una tensión de siete años se liberará, y dejará de luchar. Se abandonará y por fin podremos hacerlo juntos. Después quedaremos apretados el uno contra el otro, agotados, sudorosos, pero el fervor se enfriará pronto, como sucede siempre después, y la culpabilidad y la vergüenza podrán con él, y veía todo esto como si realmente sucediera, me daría una hostia mortal, me tiraría al suelo, me golpearía la cabeza contra la piedra del suelo, mi sangre estará por todos lados. Se pondrá de pie encima mío mientras me retuerzo de dolor y me lanzará su rabia porque le habré dado la verdadera imagen de sí mismo, y no podrá soportar mirarla cara a cara con sus propios ojos. Pero qué le vamos a hacer, Oliver. Si tienes que destruirme, destrúyeme, me da igual porque te quiero, y acepto todo lo que quieras hacerme. Así, el Noveno Misterio se realizará, ¿no es verdad? He venido aquí para poseerte y después morir, y te he poseído, y ahora es el momento místico elegido para que desaparezca. Me es igual morir por tu mano, Oliver. Esos potentes puños me triturarán los huesos y mi dislocado cuerpo se retorcerá agonizante. Después volveré a caer inmóvil mientras la voz estática del hermano Antony canta el Noveno Misterio acompañado de un espejo invisible: ¡dong!, ¡dong! Ned ha muerto. Ned ha muerto. Ned ha muerto.

La escena tenía un realismo tan intenso que me puse a temblar; sentía la fuerza de aquella visión en cada molécula de mi cuerpo, tenía la impresión de haber ido ya donde Oliver, de haber compartido ya con él su apasionada intimidad, de haber muerto ya bajo su encendido odio. Ya no tenía necesidad de hacer todo aquello ahora. Habían terminado, habían sido realizaciones, todo pertenecía al pasado. Saboreaba mis recuerdos de él, el contacto de su piel fina con la mía, la dureza de sus músculos de granito bajo mis acariciantes dedos, el gusto de su piel en mis labios. El gusto de mi propia sangre cayendo por la comisura de mis labios mientras empezaba a golpearme. La sensación de abandonar mi cuerpo. El éxtasis. El hielo. La voz venida de arriba. Los hermanos entonando un Réquiem a mi memoria. Estaba perdido en un sueño visionario. En determinado momento me di cuenta de que alguien había entrado en mi habitación. La puerta se había abierto y luego vuelto a cerrar. Un ruido de pasos tenues se había oído. Aceptaba aquello como parte de mis sueños. Sin darme la vuelta, decidí que Oliver había venido a verme. En el estado en que estaba, tenía tal obsesión con que era él y con que no podía ser otra persona que tuve un instante de confusión cuando terminé de darme la vuelta y vi que era Eli. Se había sentado en el suelo tranquilamente apoyando la espalda en la pared opuesta a la cama.

En su primera visita tenía un aspecto simplemente deprimido, pero ahora, diez minutos más tarde, ¿o media hora?, parecía totalmente desintegrado. La mirada baja, los hombros hundidos; «no comprendo», dijo con voz cavernosa, «cómo esta historia de las confesiones puede tener algún valor, simbólico, real, metafórico o de otro tipo. Creí que había captado lo que el hermano Javier quería decir cuando nos habló de ello la primera vez; pero ahora ya no lo sé. ¿Es eso lo que hay que hacer para salvarnos de la muerte? ¿Y por qué? ¿Por qué?»