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Luego me encontré sentado, con la garganta ronca y temblando, ante la máscara de basalto. Las metamorfosis habían terminado. El tiempo de las visiones había pasado. Lancé a la máscara una mirada de desprecio, pero se quedó tal cual. Muy bien. Exploré mi alma, y no encontré ningún residuo de duda. La conflagración final había destruido todas las últimas impurezas. Perfecto. Me levanté, abandoné mi habitación y atravesé el corredor hacia la parte del edificio en que sólo las vigas forman una barrera contra el cielo abierto. Levantando la cabeza, vi un enorme halcón que describía a lo lejos círculos sobre mi cabeza en la inmensidad del cielo azul. Halcón, tú morirás y yo viviré. De eso no tengo ninguna duda. Volví al corredor y llegué a la sala donde celebrábamos nuestras reuniones con el hermano Antony. El hermano y Ned ya estaban allí, parecía que estaban esperándome, puesto que el colgante estaba aún alrededor del cuello del hermano Antony. Ned me sonrió, y el hermano levantó la cabeza. «Comprendemos», parecían decirme. «Esas tormentas pasan a veces.»

Me arrodillé junto a Ned. El hermano Antony se quitó el colgante y colocó el pequeño Cráneo de jade ante nosotros, sobre el suelo. La vida eterna te ofrecemos… «Proyectemos la visión interior sobre el símbolo que tenemos aquí delante», declaró el hermano Antony dulcemente. Sí. Sí. Felizmente, lleno de esperanza y de certidumbres, me abandoné al Cráneo y a sus guardianes.