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—¿De dónde vienen esos demonios? —preguntó Hornfel, horrorizado— ¡Nunca había visto seres así ni había oído hablar de ellos!

—Porque nunca los había habido en Ansalon —respondió el semielfo mientras sacudía la cabeza—. No sabemos qué ha engendrado esa perversión. Lo único cierto es que son muy numerosos, además de inteligentes, guerreros feroces e igualmente peligrosos al morir como estando vivos.

—¿Y crees que han invadido Thorbardin? A lo mejor sólo hay ése...

—Son como las ratas —intervino Sturm—. Si ves una, hay otras veinte escondidas detrás de las paredes.

—Estás sangrando —dijo Tanis.

—¿Sí? —Sturm se llevó la mano a la cara y la retiró manchada de sangre—. La cola de ese ser me golpeó. —Sacudió la cabeza, pesaroso—. Lamento que se escapara, Tanis. Nos engañó por completo.

—¿Cómo están Raistlin y Caramon? —se interesó el semielfo mientras echaba un vistazo a su alrededor, preocupado.

—Raistlin se llevó la peor parte. Recibió un codazo en el bajo vientre. Va a estar dolorido un tiempo, pero se pondrá bien. El draconiano casi tiró a Caramon del elevador. Más que herido está conmocionado, creo.

Tanis se volvió para ver a los gemelos, que se dirigían hacia él. Raistlin caminaba un poco encorvado y respiraba de forma entrecortada, pero en su rostro había una expresión de sombría determinación.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Tanis con preocupación.

—Eso es lo de menos —contestó el mago, impaciente—. ¿Qué vamos a hacer con Flint y con el Mazo?

Tanis sacudió la cabeza. Había visto a Raistlin marearse y casi perder el sentido por aplastarse un dedo del pie y sin embargo, tras sufrir un golpe que habría mandado al lecho a hombres más fuertes, le quitaba importancia como si no hubiese pasado nada.

Caramon caminaba detrás de su hermano con gesto de agobio. Miró a Tanis y pareció que se encogía.

—Siento que se nos escapara —dijo, mortificado.

—No ha ocurrido nada irremediable y quizá sea beneficioso. Hemos logrado lo que salimos a hacer. Los enanos han descubierto la verdad por sí mismos. Pero ahora tenemos nuevos problemas.

Mientras Tanis les contaba a sus amigos lo ocurrido con Riverwind y Gilthanas, Hornfel discutía con los thanes daewar y kiar. Al Gran Bulp no se lo veía por ningún sitio. Por desgracia, el draconiano había saltado directamente hacia él cuando huyó, lo que indujo a creer al aterrorizado aghar que estaba a punto de morir. Había dado media vuelta y había puesto pies en polvorosa para esconderse en el agujero más oscuro y más profundo que pudiera encontrar y se quedaría allí hasta que el aprovisionamiento de ratas menguara y no le quedara más remedio que salir de su escondrijo.

La ausencia del thane aghar no preocupaba a nadie. Probablemente ni se habían dado cuenta. Pero sí notaron la de Ranee, el thane de los daergars.

Ninguno lo había visto marcharse, y a Hornfel no le cabía duda de que sus peores temores se habían cumplido. Sus esperanzas de unificar los clanes bajo la montaña se habían hecho pedazos. La alianza entre theiwars y daergars ya habría sido adversa por sí misma, pero ahora había pruebas de que los enanos renegados habían abierto en secreto las puertas de Thorbardin a fuerzas de la oscuridad. La tragedia que tanto se había esforzado por evitar —una guerra civil— parecía irremediable.

El thane daewar, que había sido el más reacio a pensar mal de sus congéneres, ahora era el más combativo y estaba dispuesto a convocar a su ejército y emprender la lucha en ese mismo instante. El kiar de mirada demente seguiría el liderazgo de Hornfel y haría todo lo que éste le ordenara hacer. Sin embargo, las fuerzas militares kiars no eran del todo fiables. Luchaban con ferocidad, pero eran indisciplinadas y caóticas.

Los theiwars no eran guerreros, pero los oscuros daergars sí. También eran numerosos, además de fieros y leales, y los consumía el odio hacia los otros clanes, en especial el hylar. Si estaban aliados con un ejército de criaturas monstruosas, Hornfel preveía la perdición y el desastre.

Tras discutir la situación con los thanes y hacer los planes que estaba en su mano hacer, Hornfel se dirigió hacia Tanis para hablar con él y ofrecerle disculpas por el trato que se les había dado antes.

—Ofrecería asilo de buen grado a los refugiados que están a tu cuidado, semielfo —dijo el hylar, que añadió en tono sombrío—: Pero me temo que no habrá cobijo seguro para nadie bajo la montaña, ni humanos ni enanos.

—Tal vez las cosas no sean tan terribles como piensas, thane —dijo Tanis—. ¿Y si los daergars no estuviesen aliados con los theiwars? Me fijé en la expresión de Ranee cuando vio al draconiano y no parecía satisfecho. Parecía tan impresionado y horrorizado como los demás.

—Lo observé y se notaba que estaba furioso —abundó Raistlin—. Pasó a nuestro lado de camino al elevador y tenía una expresión borrascosa, iracunda. Llevaba fruncido el entrecejo y los puños apretados y mascullaba entre dientes. Imagino que no sabía que los theiwars habían traído a esos nuevos aliados tan terribles y no se lo veía contento por ello.

—Me dais esperanza, amigos, y cosas en las que pensar. —Hornfel parecía agradecido—. Ahora es mucho lo que depende de la recuperación del Mazo de Kharas. Si nos es devuelto y hay pruebas de que Reorx ha regresado también, creo que los daergars rehusarían ponerse de parte de los theiwars. Su clan sufrió mucho con el cierre de las minas y muchos se hundieron en el crimen, pero en su fuero interno son leales a Thorbardin. Se los podría convencer y hacerlos entrar en razón y se alegrarían tanto como cualquiera de nosotros de dar la bienvenida a Reorx a sus santuarios. ¡El resurgimiento del Mazo verdadero sería ahora el mejor golpe de suerte que pudiéramos imaginar!

—No es cuestión de suerte —lo contradijo Sturm—, sino intervención divina. Los dioses nos trajeron aquí por ese motivo.

«¿Lo hicieron? —se sorprendió Tanis preguntándose—. ¿O vinimos a través de tropiezos y pasos en falso, giros equivocados y elecciones acertadas, accidentes y fracasos y algún que otro triunfo? Ojalá lo supiera.»

—Tenemos que encontrar a Flint y Arman por esas mismas razones que tú has expuesto, thane —dijo.

—Me temo que es imposible —contestó Hornfel, serio—. Los míos me han informado que las puertas de bronce al Valle de los Thanes se han cerrado y es imposible abrirlas por mucho que lo han intentado.

39

La muerte de un héroe. Flínt toma una decisión

Flint se había sentado en la escalera, envuelto en la oscuridad, y se daba masajes en los muslos y en sus pobres rodillas, que crujían como un mecanismo viejo. Las piernas se habían negado a sostenerlo más y a subir más escalones. Los últimos los había remontado medio cegado por lágrimas de dolor y con un humor de perros, así que se tomó como una afrenta personal que Tasslehoff estuviera tan alegre. El kender bajó los peldaños al trote.

—La escalera acaba justo ahí arriba... ¿Qué haces sentado? —preguntó el kender, sorprendido—. ¡Date prisa! Casi hemos llegado al final.

En ese momento tocó el gong y el sonido fue mucho más alto que antes. El tono musical retumbó en el hueco de la escalera y pareció resonar dentro de la cabeza de Flint como si se la hubiese atravesado.

—No pienso moverme —rezongó—. Arman puede quedarse con el Mazo. No voy a dar un solo paso más.

—Sólo quedan unos veinte peldaños y entonces ya estarás allí —lo apremió Tasslehoff, que trató de meter los brazos por debajo de las axilas de Flint con intención de arrastrarlo—. Si haces un esfuerzo y vas deslizándote sobre el trasero...

—¡No haré tal cosa! —gritó el enano, ofendido. Forcejeó para desasirse del kender—. ¡Suéltame!