Выбрать главу

Tas pegó la nariz al cristal y, a regañadientes pero aun así experimentando un atisbo de emoción, Flint hizo lo mismo.

—Fíjate en esa plataforma de allí, la que sobresale de la pared, por encima de los gongs.

El enano estrechó los ojos. Creía distinguir a lo que se refería el kender. Una plataforma de piedra se prolongaba hacia el interior de la cámara, sobre el pozo que se abría en el centro.

—Si es lo que dices, como plataforma no es gran cosa —rezongó.

Tas fingió no haber oído. ¡Flint era un gran pesimista!

—Supuse que si había esa plataforma también tenía que haber alguna forma de llegar a ella, y la he encontrado. ¡Ven conmigo!

El kender rodeó la torreta cuadrada a toda prisa. Flint lo siguió más despacio, todavía buscando un modo de abandonar la tumba. Se asomó por las almenas, pero lo único que vio abajo eran volutas y espirales de niebla rojiza.

—¡Por ahí no, Flint, es por aquí! —llamó Tas.

El kender estaba parado delante de una puerta doble de madera reforzada con bandas de hierro.

—Está cerrada —informó Tas, que asestó a las hojas de madera una mirada severa.

Flint se acercó, empujó una de las dos hojas y ésta se abrió en silencio.

—¡Has vuelto a hacerlo! ¿Cómo te las arreglas? —gimió Tas.

La luz del sol entró a raudales por el umbral, como si hubiese pasado todos esos siglos esperando a iluminar la oscuridad.

Flint se internó unos pasos y se frenó de golpe. Tasslehoff, que venía pisándole los talones, tropezó con él.

—¿Qué pasa? —preguntó el kender mientras intentaba asomarse por detrás, en el angosto vestíbulo.

—Hay un cadáver —contestó Flint, conmocionado. Había estado a punto de pisarlo.

—¿El cadáver de quién? —preguntó Tas en un ahogado susurro. A Flint se le atragantaron las palabras unos instantes.

—Creo que es Kharas —dijo luego.

El cuerpo había permanecido encerrado en un vestíbulo sin ventanas y clausurado por dos puertas de doble hoja, por lo que se había conservado bien. Estaba intacto, con la piel —semejante a pergamino o cuero viejo— estirada sobre el esqueleto. Era de un enano inusitadamente alto, con el cabello largo pero la barba muy corta y descuidada. Flint recordó haber oído contar que Kharas se la había afeitado en señal de duelo por la Guerra de Dwarfgate y que después no se la había dejado crecer. El cadáver estaba vestido con armadura ceremonial, como correspondía al guerrero que había llevado al rey a su reposo final. No empuñaba arma alguna ni en el cuerpo había señales de heridas, pero aun así daba la impresión de haber tenido una muerte angustiosa a juzgar por la mano crispada sobre la garganta y la boca momificada abierta de par en par.

—Aquí está el asesino —dijo Tas, que se agachó junto al cadáver y señaló los restos de un escorpión—. Lo mató con su aguijón.

—No es forma de que muera un héroe —manifestó Flint, enfadado—. Kharas habría tenido que morir combatiendo ogros, gigantes, dragones o algo así.

No abatido por un bicho.

No abatido por un corazón debilitado...

—Pero si éste es Kharas y está muerto, ¿quién es el otro Kharas? —planteó Tas—. El que le dijo a Arman que le mostraría cómo encontrar el Mazo.

—Es lo mismo que me estoy preguntando yo —contestó Flint, sombrío.

Al final del vestíbulo había otra puerta doble. Detrás de esa puerta se encontraba la Cámara Rubí y dentro de la cámara se hallaba el Mazo de Kharas. Flint sabía que esas hojas estaban cerradas y también sabía que las puertas cerradas se abrirían para él, como había ocurrido con las anteriores. Habiendo visto la plataforma había ideado una forma de obtener el Mazo.

Bajó la vista al cadáver de Kharas, el gran héroe que había tenido una muerte tan indigna y sin sentido.

—Que Reorx acoja su alma —musitó Flint—. Aunque imagino que el dios se la llevó consigo hace mucho, mucho tiempo.

Con la vista fija en el cadáver tomó una repentina decisión.

«Por Reorx que yo no me iré así», juró para sus adentros.

—¡Eh, qué haces! —llamó en voz alta—. ¿Dónde crees que vas?

Tasslehoff se encontraba parado delante de la puerta doble al fondo del vestíbulo, esperando con aire impaciente que Flint la abriera.

—Voy a ayudarte a conseguir el Mazo.

—De eso nada —gruñó el enano—. Tú vas a ir a buscar a Arman.

—¿Sí? —Tas estaba complacido, pero asombrado—. Hallar a Arman es muy importante, Flint. Nadie me deja hacer algo muy importante nunca.

—Pues yo voy a dejarte esta vez. No tengo otra opción. Vas a ir a buscar a Arman, vas a advertirle que esa cosa que cree que es Kharas no es Kharas y le vas a decir que sabes dónde está el Mazo. Y luego lo traes aquí.

—Pero si hago eso, encontrará el Mazo —argumentó Tas—. Creía que querías ser tú el que lo encontrara.

—Lo he encontrado —contestó Flint, imperturbable—. No discutas más, que no tenemos tiempo. Márchate ya.

—Advertir a Arman es muy importante —reflexionó Tas—, pero me parece que lo dejaré pasar. En realidad tampoco me cae muy bien. Prefiero quedarme aquí contigo.

—Vas a ir —dijo Flint con firmeza—. De un modo u otro.

Tas sacudió la cabeza, asió la manija de la puerta y se sujetó a ella con todas sus fuerzas. Tras un breve forcejeo, Flint consiguió soltar los dedos del kender. Después lo aferró por el cuello de la camisa y, mientras Tas forcejeaba y protestaba, lo llevó a rastras hasta la otra puerta y lo sacó de un empujón.

—Y esto voy a necesitarlo —añadió el enano.

Arrebató al kender la jupak con un giro hábil y a continuación le cerró la puerta en las narices.

—¡Flint! —sonó la voz del kender amortiguada y lejana a través de las hojas de madera—. ¡Abre! ¡Déjame entrar!

Flint le oyó sacudir la manija, dar patadas a la puerta y después alejarse. Tas acabaría aburriéndose en seguida y, a falta de otra cosa mejor, iría a buscar a Arman.

Flint sintió remordimiento por haber enviado al kender al encuentro de ese fantasma, demonio o lo que quiera que fuera que afirmaba ser Kharas. No tardó en desechar la sensación de culpabilidad al recordar que el kender tenía un talento extraordinario para sobrevivir.

—Lo que consigue es que otros mueran. Si acaso —masculló Flint—, tendría que preocuparme por el fantasma.

La verdad era que Flint no podía tener al kender como testigo de lo que pensaba hacer. Tasslehoff Burrfoot jamás había sabido guardar un secreto. Juraría solemnemente por su copete que nunca lo contaría y, en menos de una hora, estaría parloteando y contándoselo a todo el mundo y al perro. Y ese secreto tenía que guardarse. De ello dependían vidas. Vidas a millares...

Flint empujó la puerta doble con la mano, que se abrió con un sonoro portazo, y entró en la Cámara Rubí.

40

El secreto de Flint. El Mazo. Tas hace un descubrimiento asombroso

Dentro de la Cámara Rubí la luz del sol brillaba roja a través del techo de cristales color carmesí e inundaba la estancia de un cálido fulgor. Flint caminó por la plataforma de piedra y se maravilló de encontrarse allí. Se sentía humilde, abrumado, triunfante.

Contempló cómo el Mazo se mecía atrás y adelante en un lento arco, igual que lo había venido haciendo durante trescientos años. ¿Lo habría colgado Kharas del techo? Flint echó la cabeza hacia atrás para mirar. La cuerda de la que pendía el Mazo colgaba de un sencillo gancho de hierro. Flint tenía la impresión de que tal vez Kharas hubiese colocado el Mazo allí, pero que habían sido otras manos las que habían añadido la magia. Otras manos habían creado los gongs que daban las horas y habían construido el maravilloso techo rubí. Las mismas que habían arrancado la tumba del suelo del Valle de los Thanes y la habían dejado flotando en el aire, manos que aún seguían por allí, en alguna parte, tal vez esperando para cerrarse alrededor de su garganta.