Flint vio al Mazo contar los minutos a la par que transcurrían del mismo modo que había contado todos los minutos de su vida mientras pasaban, desde el nacimiento hasta ese instante; igual que contaba los latidos de su viejo y débil corazón.
Todos los enanos soñaban con ser el que hallara el legendario Mazo de Kharas. Hablaban de ello mientras se tomaban una cerveza. Les contaban la historia a sus hijos, que hacían mazos de madera y jugaban a ser el héroe de los enanos. Flint había soñado con ello, pero había sido lo bastante pragmático para saber que no era más que un sueño. ¿Cómo alguien como él, un simple orfebre, juguetero y trotamundos distanciado de sus semejantes iba a ser el héroe de su raza?
Pero había ocurrido. De algún modo. Por algún milagro, los dioses lo habían conducido allí. Lo habían hecho por una razón, y estaba convencido de que sabía qué razón era.
El Mazo pasó meciéndose por encima de él con un suave sonido que recordaba el murmullo de un regato o el soplo de la brisa. Sentía en la cara el movimiento del aire a su paso y se imaginó que era el aliento de Reorx. Con movimientos agarrotados y un gesto de dolor, el enano se arrodilló con torpeza en la plataforma. Sus viejas rodillas soltaron crujidos de protesta. Flint esperaba ser capaz de volver a levantarse.
—Reorx —empezó, puesta la mirada en el fulgor rojizo—, no eres uno de los dioses de la luz, como Paladine y Mishakal. Eres un dios que ve por igual la luz y la oscuridad en el alma de un hombre. Imagino que sabes por qué estoy aquí. Sabes lo que me propongo hacer. Paladine frunciría el entrecejo y Mishakal alzaría sus bonitas manos con espanto.
»Supongo que estoy siendo deshonesto —añadió y rebulló al sentirse incómodo—, y que lo que me dispongo a hacer no es honorable, a pesar de que Sturm estaba de acuerdo con ello y es la persona más honorable que conozco.
»Verás, Reorx —explicó Flint—, sólo voy a tomar prestado el Mazo. Eso no es robarlo. Me aseguraré de que los enanos lo recuperen. Sólo quiero usarlo para forjar las Dragonlances y, una vez que eso esté hecho y hayamos ganado la batalla contra la Reina de la Oscuridad, devolveré el Mazo, cambiaré el verdadero por el falso. Los enanos no notarán la diferencia y como creerán que tienen el verdadero Mazo elegirán un Rey Supremo, abrirán las puertas de Thorbardin al mundo, dejarán entrar a los refugiados y todo estará bien. No se hará mal a nadie y en cambio sí se hará mucho bien.
»Ése es mi plan —concluyó Flint mientras se esforzaba por ponerse de pie. Lo consiguió, aunque fue gracias a apoyarse en la jupak del kender—. Supongo que si no te gusta me tirarás de esta plataforma o me mandarás algún otro castigo semejante.
Flint esperó, pero no pasó nada. La puerta doble se cerró a su espalda, pero tan despacio y con tanta suavidad que el enano ni siquiera se dio cuenta.
Interpretando el silencio como una señal de que podía ponerse manos a la obra con la aprobación del dios, ya que no con su bendición, Flint caminó hasta el mismo borde de la plataforma de piedra. Bajó la vista hacia el foso que se abría a sus pies. Lo único que vio fue luz roja. Se preguntó si sería muy profundo y luego, encogiéndose de hombros, apartó la idea de su mente. Alzó los ojos hacia el Mazo y calculó la distancia que separaba el Mazo de la plataforma. Observó la jupak, después miró de nuevo el Mazo y pensó que el plan podría funcionar.
Flint se tendió boca abajo en la plataforma, asió la jupak por la punta y alargó el brazo todo lo posible para trabar la cuerda con el extremo ahorquillado de la jupak cuando el Mazo pasaba silbando.
Falló, pero por poco. Tenía que deslizarse otros tres o cuatro dedos más sobre el extremo de la plataforma. Se aferró al borde de piedra con la otra mano y esperó a que el Mazo pasara de nuevo por su posición.
Flint balanceó el brazo con todas sus fuerzas y el impulso casi lo sacó de la plataforma. Durante una fracción de segundo, temió que iba a caer al hueco del fuste, pero la jupak se enredó en la cuerda y, como un pescador con un pez enganchado al sedal, Flint dio un seco tirón con la jupak.
La honda de cuero que colgaba del extremo ahorquillado se enredó en la cuerda y Flint, con el corazón palpitándole desbocado, atrajo hacia sí, despacio y con mucho cuidado, la jupak y la cuerda de la que pendía el Mazo.
Soltando la jupak, Flint asió el Mazo y lo subió a la plataforma. En ese momento tuvo que hacer una pausa porque le costaba trabajo respirar. Estaba mareado y unas extrañas motitas de luz giraban delante de sus ojos. No obstante, la sensación pasó en seguida y pudo sentarse y apoyar el bendito Mazo en su regazo para contemplarlo con reverencia y admiración.
—Gracias, Reorx —musitó—. Lo usaré para hacer el bien y para honrar tu nombre. Lo juro por tu barba y por la mía.
El Mazo era un prodigio y una maravilla. Flint era incapaz de apartar los ojos de él. El mazo falso era igual que el de verdad, pero no transmitía la misma sensación. Al posar la mano en el Mazo de Kharas lo sintió vibrante de vida a la par que él se sentía conectado a una inteligencia que era justa, sabia y benevolente, apenada por la debilidad de los seres humanos pero aun así comprensiva y misericordiosa con ellos. Algunos enanos juraban que Kharas había llevado el Mazo durante tanto tiempo que estaba imbuido de su espíritu, y Flint casi podía creerlo.
Entonces se dio cuenta de que cualquier enano que hubiese tocado alguna vez el Mazo de Kharas jamás confundiría el falso con el verdadero. Por suerte, ningún enano que estuviera vivo en la actualidad había tocado el Mazo real. Ni siquiera Hornfel notaría la diferencia. El falso tenía el mismo aspecto y pesaba más o menos lo mismo, merced al encantamiento de Raistlin. Los dos mazos eran ligeros, fáciles de manejar. Las runas eran idénticas en ambos. Hasta el color era casi igual. El verdadero Mazo tenía una pátina dorada inexistente en el otro. Lo único que tenía que hacer era mantener el verdadero dentro del correaje.
En cuanto a otras diferencias, el mazo falso seguramente no golpearía en el blanco con la fuerza ni con el tino del Mazo real. Flint anhelaba probarlo, ya que había oído contar que el Mazo de Kharas se fusionaba con el enano que lo blandía y reaccionaba al impulso de su mente más que al acto en sí de manejarlo. Sin embargo, Flint tendría que esperar a que sus amigos y él hubieran dejado bien atrás el reino enano antes de poder probarlo.
Al recordar que Arman podía aparecer en cualquier momento, Flint sacó el mazo falso del correaje y no pudo evitar pensar la apariencia barata y de mala calidad que tenía en comparación con el real. Metió el Mazo de Kharas en el correaje, ató el falso en la punta de la cuerda y después, echando la cuerda hacia atrás todo lo posible, lo soltó, y el mazo empezó a mecerse como había estado haciendo hasta entonces el verdadero.
El mazo falso se balanceó atrás y adelante llevado por el impulso, pero luego, poco a poco, perdió fuerza hasta pararse y quedó suspendido sobre el foso, inmóvil. Flint experimentó un instante de pánico. ¡Ahora que había dejado de mecerse, el mazo no se podría alcanzar!
Se tendió en la plataforma y alargó la jupak. No llegaba y, por un momento, al viejo enano lo embargó la desesperación. Entonces recordó que los brazos de Arman eran bastante más largos que los suyos y respiró un poco más tranquilo. De hecho, era bueno que hubiera pasado eso, ya que le proporcionaba una excusa por haber fracasado.
Flint se dirigió a la puerta doble, abrió una de las hojas y se asomó al vestíbulo. Ni rastro de Arman. Sólo estaba el cadáver de Kharas. Los ojos vacíos parecían mirarlo con gesto acusador y a Flint eso no le gustó, de modo que cerró la puerta y fue a sentarse en la plataforma. El Mazo de Kharas se apretaba contra su columna vertebral e irradiaba una calidez por todo su cuerpo que alivió dolores y achaques.